6EQUJ5

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16 de agosto de 1977 15:09 hs.

Radio Observatorio de la Universidad de Ohio

El día había comenzado más temprano que de costumbre, y había comenzado muy mal: un niño enfermo, médico a domicilio a las tres de la mañana, tránsito congestionado durante todo el trayecto al trabajo, cuatro horas tomando exámenes, dos horas más explicándoles a un grupo de estudiantes llorones por qué no les podía tomar un recuperatorio... Apenas había pasado la mitad de la jornada y Ehman se sentía exhausto. Lo peor era que le tocaba imprimir los registros de la computadora del Big Ear, limpiar la memoria y revisar cuidadosamente todos los datos. Era demasiado para él en ese momento. Hubiera preferido dejarlo todo para el día siguiente porque tenía la cabeza muy embotada como para pasar la tarde leyendo un megabyte entero de ruido de fondo, pero debía terminar lo antes posible con el asunto si quería que el radiotelescopio continuara escudriñando el cielo.

La caminata de ida al radiotelescopio se le hizo eterna. No tanto por el agotamiento mental, ya que lo único que tenía que hacer era caminar, sino porque la luz del sol era demasiado fuerte para sus ojos pasados de sueño. «Estoy destruido», pensó, «más me valdría dormir una siesta».

Con esa tentadora idea en la cabeza, se introdujo en el cuarto donde estaban los receptores y puso a imprimir todo lo que habían estado captando esos días. Cuando empezó a salir la tira de papel, tomó el borde y fue leyendo el código a medida que salía.

Como lo esperaba: puro ruido de fondo. Nada del otro mundo. Ehman lamentó, bostezando, no haberse traído una taza de café. Con lágrimas de sueño en los ojos, volvió a mirar el papel que seguía pasando por sus manos: una combinación de letras y números llamó su atención, de modo que el bostezo quedó sin terminar. Con la boca todavía abierta, volvió a leer: 6equj5. Una señal que, durante poco más de un minuto, había ido aumentando hasta llegar a una intensidad treinta veces mayor al dichoso ruido blanco, para luego disminuir a medida que la rotación de la Tierra alejaba al Big Ear del punto de recepción.

Casi sin darse cuenta de lo que hacía, tomó la birome roja, la que siempre llevaba con él, trazó un círculo alrededor de la señal y escribió Wow! al lado. En seguida salió corriendo del cuarto y atravesó corriendo el campo. En el camino estuvo a punto de atropellar a más de un colega distraído, pero no se molestó en pedir disculpas.

Tenía que avisarle a Krauss y a Dixon lo antes posible. Si la señal era lo que pensaba, se trataba del mayor descubrimiento de la historia de la humanidad. Al llegar a la puerta del edificio, se detuvo para respirar y se lanzó de nuevo hacia la oficina del director.

A esa altura ya estaba completamente despierto.

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