La Gran Oreja

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15 de agosto de 1977 12:15 hs.

Radio Observatorio de la Universidad de Ohio


Un murmullo de voces infantiles interrumpió el cálido silencio del mediodía. El Dr. Jerry Ehman se cubrió los ojos con la mano y vio dos siluetas altas que acompañaban a un grupo de figuritas bajas y movedizas hacia el radiotelescopio, justo del lado donde él se encontraba. Se ocultó detrás de un árbol, atento el oído a lo que pudiera pasar. No necesitaba ser un genio para darse cuenta de que Johnny, el estudiante nuevo, estaba haciendo una visita guiada.

Desde su escondite lo vio apresurar el paso hasta el borde del radiotelescopio. Los niños y la maestra se detuvieron en silencio, y Johnny habló:

—Bueno, chicos, aquí lo tienen −Abrió los brazos en un gesto teatral y anunció:—. Les presento el Big Ear.

Se hizo a un lado y retrocedió hasta quedar al lado de la maestra, que, por su parte, si estaba impresionada, lo disimulaba muy bien. Los niños, que no debían pasar de los diez años, se alejaron un poco de ella para observar mejor. Delante de sus ojos se extendía un campo de aluminio con una especie de enrejado a lo largo de cada extremo, uno de los cuales estaba curvado, mientras que el otro era recto.

A Ehman le pareció ver gestos de extrañeza en los rostros infantiles, como si no terminaran de entender lo que tenían ante los ojos. Algunos de ellos de dieron vuelta hacia Johnny:

—Esto no es un telescopio –dijo un niño con una gorra blanca.

—Parece un campo de deportes –agregó una niña con una campera azul.

Ehman rió para sus adentros. Los estudiantes que trabajaban como voluntarios en el SETI solían fastidiarse cuando la gente les comentaba que el proyecto no era tan espectacular como ellos lo describían. Y Johnny no era la excepción. Ehman lo vio ponerse colorado, respirar profundamente y responder:

—Lo que pasa es que esto no es un telescopio común, querido, es un radiotelescopio. Los comunes, los que ustedes conocen, son simples tubos con lentes para captar los rayos de luz. Este, en lugar de lentes, tiene esas dos antenas gigantes que atrapan las ondas de radio. Las ondas vienen del espacio, rebotan en la antena recta, van a la curvada que está del otro lado, y de ahí van directo al sistema que recibe y graba todo, donde son procesados por una supercomputadora. ¿Entendés?

—Ah... –respondieron los dos niños. Por el tono era evidente que seguían sin impresionarse. Después de todo, solo era un receptor de radio gigante. Nada del otro mundo.

Ehman seguía riéndose. De repente, la voz del estudiante lo sorprendió:

—¡Doctor Ehman! –El rostro de Johnny, encantado de verlo, se asomaba por un costado del árbol.

«Mierda, debo haberme reído en voz alta», pensó el investigador, y trató de sonreír:

—Qué tal, cómo estás...

—Chicos –comenzó a decir Johnny-, les presento al doctor Jerry Ehman, investigador voluntario a cargo del proyecto. Él es uno de los programadores de la supercomputadora que les mencioné.

«A que me va a encajar el resto de la visita», siguió pensado Ehman, esta vez, alarmado. Miró hacia los lados: no tenía forma de escaparse.

—Pueden preguntarle lo que quieran sobre el proyecto –siguió diciendo el muchacho, y agregó: —Doctor, ¿por qué no les explica a los chicos cómo funciona la computadora?

No le quedó más remedio que acceder. Vio cómo se alejaba el oportunista de su estudiante mientras un montón de niños lo rodeaba expectantes. «No sé por qué cuernos se me ocurrió venir a esta hora», pensó Jerry, «ya es la tercera vez que este pibe me larga con una visita. Tengo que decirle a Krauss que se busque otro estudiante».


15 de agosto de 1977 23:16 hs.


Esa noche, la computadora registró todo lo que recibía, como siempre.

Esa noche, una de las señales recibidas fue treinta veces más fuerte que el ruido de fondo, pero nadie se enteraría hasta el día siguiente.

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