Capítulo diecisiete.

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Lan WangJi no dijo nada, pues las palabras no hacían falta.

En su rostro se notaba su ira y Su She, quién siempre lo había visto con una expresión neutra se acobardó un poco, pero haría todo lo posible por ser el número uno de Jin GuangShan.

—Son órdenes del rey. —carraspeó un poco al hablar.

Wei WuXian rió suavemente, obteniendo la atención de ambos soldados.

—El rey... —intentó no toser.— Está muerto.

—¡Mentiras! —la paciencia de Su She disminuía rápidamente.— ¡Tú deberías estar muerto!

Ante sus palabras, Lan WangJi estuvo a punto de desenfundar a BiChen, pero la suave voz del menor lo detuvo.

—Lan Zhan... Vámo... —comenzó a ver borroso de nuevo y se apoyó aún más en el mayor.— Vámonos...

Lan WangJi volvió a mirar hacia Su She, quién había destensado el arco y balbuceaba oraciones apenas entendibles.

—El rey... Su promesa... —sus manos comenzaron a temblar.— Mi puesto...

Sin desperdiciar ni un segundo más, Lan WangJi comenzó a caminar ayudando al cultivador.

—Todo es su culpa... Por su culpa yo... —sus susurros comenzaron a ser más fuertes.— ¡Tú eres el culpable!

Acto seguido, Su She apuntó con su arco a Lan WangJi y disparó la flecha.

Al escuchar el arco tensarse, Wei WuXian empujó a Lan WangJi hacia un lado y este aprovechó para desenfundar a BiChen y en un rápido movimiento la plateada y brillante espada se manchó de la sangre del soldado.

BiChen había atravesado el cuerpo de Su She en un certero y limpio movimiento.

Lan WangJi no apartó la mirada de los ojos casi sin vida del otro solado, pero cuando este rió sintió que algo no iba bien.

Al girarse, sintió cómo su corazón y su respiración se detenían al instante.

La flecha había alcanzado a Wei WuXian.

El menor se tambaleó intentando mantenerse de pie y bajó la mirada hacia su pecho. La flecha había atravesado su piel y se esta comenzaba a brotar su sangre cayendo hasta el suelo.

Sin poder contenerlo más tosió, escupiendo toda la sangre acumulada.

Sus ojos comenzaron a cerrarse y abrirse lentamente, y cuando su cuerpo dio el tercer paso supo que caería al suelo.

—¡Wei Ying! —gritó con cierto terror el soldado.

Caer al suelo era lo que el cultivador había creído, pero no se había dado cuenta de que al tambalearse había caminado hacia al borde del jardín y su tercer paso fue el definitivo para sentir cómo su cuerpo caía sin ser detenido.

Lan WangJi se había quedado congelado cuando observó al menor caer y con todas sus fuerzas corrió hacia él, logrando cogerlo del brazo y deteniéndolo.

En el rostro del soldado se notaba su desesperación, mientras que el joven cultivador sentía cómo su cuerpo pesaba cada vez más y más.

No sentía dolor, solo cansancio.

Sus ojos se habían cerrado y escuchaba la voz de Lan WangJi llamarlo desesperádamente, pero solo fue hasta que sintió unas gotas caer en su rostro que decidió abrir sus ojos.

El soldado luchaba por aguantar el cuerpo del menor y a la vez intentaba subirlo de nuevo, pero no podía.

—Lan Zhan... Suéltame...

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