"No pongas las manos en el fuego por nadie. Ni siquiera por una persona elegante. Al diablo le gusta lucir bien".

Además, supuse que si ese joven se encuentra en el lugar y lo arrastran de esa forma, significa que es un paciente, y uno problemático quizás. Las posibilidades de que fuera una persona peligrosa son demasiadas altas. O tal vez estaba prejuzgando. Lo único certero era que sentí dentro de mi pecho que ese chico me traería problemas.

Ambos guardias arrastran al joven hasta entrar en una habitación.

—Perdóneme, tuve que atender eso.

—No hay problema —dije casi en un susurro.—¿Qué...

—No sea curiosa, Cinthia—repite nuevamente adivinando que iba a decir y sigue el camino con mis maletas en mano.

Llegamos a una habitación separada de todas las demás. La puerta tiene un pequeño hueco en la parte inferior, es circular, como si alguien le hubiera dado una fuerte patada. Se me cruzan miles de preguntas acerca de ello pero la simple mirada del guardia que me acompaña lo dice todo; «No preguntes».

El cuarto huele a ropa sucia. Las paredes son las mismas, rasgadas y repletas de humedad. El piso parece ser lo único que está bien allí, ya que incluso los colchones donde duermen las empleadas son tan finos como mis dedos. Sin embargo parecen no tener ningún tipo de inconveniente con dormir en algo muy similar a una hoja.

—Aquí alguna de tus compañeras te explicará que hacer—habla dejando mis valijas, retirándose.

Me deja sola en esa habitación oscura. A pesar de estar con tres mujeres, parezco estar mas sola que nunca y eso es algo que solía suceder siempre. Todas plantaron sus miradas en mi como si fuese un bicho extraño que jamás habían visto, o como un convicto que acaba de llegar a la cárcel; frágil, vulnerable y digno de humillaciones. Y supongo que eso parezco, alguien que no entiende nada. 

Coloco mis maletas sobre la cama y una de ellas se acerca a mi. "Lucía" leo en el cartel de identificación que cuelga de su cuello. Lleva ropa de dormir, su cabello rojizo está totalmente despeinado, sus uñas son cortas y desprenden olor a cloro.

—Bienvenida—dice sin muchos ánimos. —¿Cómo te llamas?

—Cinthia.

—Bienvenida, Cinthia —habla con más emoción otra compañera.

Se acerca a mí dejando la ropa que doblaba sobre su cama. Tiene las manos rojas y secas. Sus pelos bien peinados pero sin teñir. Las raíces negras crecen sobre las rubias y pienso que quizás aquí no cuenta con tiempo para hacer tal cosa. O tal vez ni siquiera le importa.

—Soy Julieta —se presenta.

—Bienvenida a la Posada de la cumbre donde los locos siempre están de fiesta—habla la otra sin siquiera mirarme.

No sabía si realmente estaba preparada para trabajar en un sitio que albergara a personas con enfermedades mentales. No me sentía preparada para ello, temía no saber que hacer en ciertas situaciones, no sabía si lo lograría. 

Julieta se limita a echarse una sonrisa genuina y luego camina hasta unos estantes donde guardan distintos tipos de uniformes. Algunos son rojos, otros azules, celestes y blancos. En este momento no comprendo porque sus colores eran diferentes pero tampoco le doy mucha importancia. Toma uno azul y me lo entrega. Las demás vuelven a sus asuntos sin nada más que decir.

—Te ocuparás de los pabellones C y D. Ahí está Marisa también, es la encargada de esos pisos—comenta señalando a la mujer que no se había presentado.

Marisa es una mujer mayor. Tendrá sus sesenta años encima pero aún así se mantiene lo suficientemente estable para seguir con sus labores del día. Al parecer todos aquí necesitamos el dinero, no es el mejor empleo que alguien pudiera conseguir pero no podíamos quejarnos, aunque a veces lo hacíamos de todos modos.

Guardo mis pertenencias en la mesa de luz junto a mi cama y alguna que otra prenda en mi casillero. Estiro bien mis colchas y procedo a ponerme el uniforme que Julieta me entregó. Me quedaba un poco holgado sin embargo, le había pegado bastante bien a la talla.

—Bien, te daré un rápido recorrido.

Comenzamos a caminar por los largos pasillos del alojamiento aunque de "alojamiento" no tenía nada. Porque cuando escuchas esa palabra piensas en comodidad y bienestar, y esto era todo lo contrario. Me mostró la planta baja donde estaba el comedor del personal, sus baños, sala de visitas y demás sitios que probablemente nunca iría.

Llegamos al pabellón A y B  que se encontraba en el primer piso. Julieta decía que era la parte más tranquila de todas. Allí se encontraban personas que habían cometido delitos no tan graves, como robo, por ejemplo, pero que tenían algún que otro trastorno mental bastante "agudo", como ella lo llamó. Allí los pacientes estaban tranquilos, su sala de recreación era limpia. Algunos tomaban refrescos y otros hacían ejercicios. Parecía un lugar pacífico para trabajar pero a mí me habían otorgado otro.

Subimos al segundo piso, allí chocamos con una pequeña puerta que ponía "Pabellón C y D". Tragué fuerte cuando pusimos un pie sobre ese lugar. El ambiente era tenso pero quizá porque la única tensa era yo. No quería estar ahí realmente pero la necesidad era más fuerte que mis propios deseos. Por ayudar a mis padres soportaría cualquier cosa. 

—Aquí hay habitaciones más separadas unas de otras, son más grandes. Algunos pacientes con tratamiento avanzado tienen más libertad que otros, así que es normal si encuentras a uno que otro deambulando o que tenga la habitación para si mismo — explica Julieta mientras dábamos pasos lentos.

—¿Qué tienen estas personas?

—Algunos tienen trastornos que no manejan muy bien, otros tienen problemas con drogas a un extremo muy grave, y a otros se les diagnosticó psicopatía pero tranquila, los más peligrosos están en el tercer y cuarto piso. Tú no irás ahí.

Julieta me entregó una pequeña llave que abría ciertos armarios donde guardaban artículos de limpieza que necesitaríamos para trabajar. Me explicó los horarios que cada una tenía y en qué momento podíamos comer. Solo asentía a cada instrucción que me daba tomando nota en mi cabeza. 

—Empieza por alguna habitación vacía. Si el paciente está fuera no tendrás problemas con el hasta que vuelva.

Comencé mi labor sin pensarlo dos veces. Algo dentro de mí temía, no sabía porque, o a qué le tenía miedo, pero esa horrible sensación ahí estaba, bien presente, recordándome que me encontraba en un lugar que no deseaba estar.  Pensé en Marisa, Lucía y Julieta. Si ellas podían hacerlo sin miedo yo también podría. ¿Qué podría pasar? 

Ingresé a un cuarto como Julieta me había asignado. Era muy espacioso, la luz de la ventana le daba un toque muy luminoso. Al costado se veía un pequeño baño. En la esquina había una cama perfectamente extendida, en la otra un extenso casillero y al centro una mesa larga repleta de hojas y lápices negros. Las paredes escritas con unos trazos difíciles de entender que al principio pensé eran rasguños. Había círculos, triángulos y todo tipo de figuras geométricas, como si quien estaría aquí sería un completo desquiciado.

Me acerco a los papeles tendidos sobre la madera; más y más figuras; puros garabatos. Todo está ordenado simétricamente. Poca falta hacía yo allí, ese cuarto no necesita ser limpiado. Lo único que llegué a leer fue la hoja de una agenda que ponía una sola frase en la fecha de hoy;

"Hoy no ha venido nadie"

—¿Hay algo interesante ahí?

Sentir esa presencia masculina tan cerca de mí que me causa escalofríos. Un aroma a chocolate mezclado con vainilla impregna la habitación de inmediato. Los nervios me ganan haciendo que caiga el lapicero al suelo. No quería dar la vuelta, no quería ver a quién tenía detrás de mi espalda. No quería saber si era uno de esos psicópatas.

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