De pájaros bombardeados

47 3 3
                                    

No todo es paz en la cumbre del cielo. Un libro me contó que los pájaros que viven sobre ella tienden a ser heridos por sus enemigos: los pájaros de metal. A veces, a veces en días tranquilos y normales de desasistida esperanza, mientras juegan al juego de jugar, una de las aves vigilantes chilla: ¡nos atacan, nos atacan! Y todos echan a volar dejando atrás los juegos y a los demás pájaros, a veces hasta su propia dignidad, que se queda flotando sobre las nubes como un cálido recuerdo.

Refugiados al amparo de una estrella, las madres cantan nanas a sus hijos, nanas que aprendieron de sus madres. Algunas son bonitas y otras no lo son. También suenan distinto dependiendo del día, o de la estrella bajo la que se hayan refugiado. Las interdimensionalmente calificadas como más hermosas suelen cantarse bajo la estrella  Andrómeda γ , las noches de luna en gibosa.

Y a pesar de ellas, las crías no se duermen.

Las flores crecen como huesos, enredándose en su piel, ofreciéndoles su tuétano, y ellos, ellos no saben qué comer porque están hambrientos, ansiosos de descubrirse a sí mismos en un pedazo de médula que no les dará más vida que la tierra de un paraje yermo.

Aun así, las crías tienen sueño.

Tanto sueño que, cuando cae una bomba sobre sus cabezas, se duermen sin rechistar.

Las huellas de los pájarosWhere stories live. Discover now