CAPÍTULO 5

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—Puedes disponer de todo justo en este momento —explicó el abogado entregando un puño de papeles a la chica—, solo debes firmar los papeles de propiedad, llenando algunos datos, y eso será todo.

Eri respiró profundo. Todo de había resuelto fácil, y justo a tiempo, así que agradeció tener un par de ángeles en el cielo, y uno en la tierra, porque eso es lo que parecía ese hombre de amable sonrisa para ella.

—Yo —comenzó a hablar la chica—, quisiera que ellos se queden con esta casa —dijo—. Estoy muy agradecida por todo lo que hicieron por mí, de verdad que sí, y lamento todos los problemas que les he ocasionado. Por favor acéptenla.

El hermano de su padre le miró de nuevo, como hacía muchísimo no lo hacía, y en un movimiento de cabeza agradeció por el obsequio. La esposa de ese hombre no dijo nada, ella se sentía merecedora de la casa, le hubiese ofendido que no se la entregaran. Así que solo aceptó los papeles que les entregaba el notario que acompañaba al abogado.

—¿Estás segura? —preguntó el abogado una vez que dejaron la casa.

Eri asintió. Esa casa tenía más recuerdos incómodos que agradables, y de verdad sentía que ellos la merecían.

» Como gustes —se rindió el abogado—, supongo que, ya que no me recuerdas, tampoco recuerdas la casa de campo, ¿cierto? Tu papá la compró cuando tenías tres años, y ahí fue donde nos vimos por última vez.

—No la recuerdo, y tampoco la quiero. ¿Puedo venderla?

—Puedes hacer lo que quieras con ella, todo es tuyo ahora —reiteró el hombre y vio asentir a la chica que parecía respirar mejor cada que daban otro paso lejos de esa casa—. ¿Qué vas a hacer ahora?

—Buscar un departamento —dijo la chica—, ¿será que las inmobiliarias estén abiertas ahora?

Eri miró su teléfono para percatarse que pasaba, por mucho, de las ocho, así que se rindió de esa idea.

—Es tarde —señaló el hombre—, y ni siquiera comimos. Acompáñame a cenar, por favor.

La castaña asintió. En realidad, tenía mucha hambre, aunque se hubiera percatado de ello justo en ese momento.

Ambos fueron a cenar, y ella escuchó encantada el sin fin de historias que tenía ese hombre para contar sobre sus padres, quienes fueron sus compañeros desde la secundaria y hasta la universidad.

» ¿Te llevo al campus? —cuestionó el hombre que, como última información registrada de ella, sabía que estudiaba medicina y vivía en el campus de su universidad.

—No —respondió la joven—, me expulsaron de la universidad cuando supieron que estoy embarazada, así que vivo en la casa de mi novio, temporalmente.

—¡¿Qué?! —preguntó el hombre frenando en seco el coche.

Eri sonrió por la reacción del hombre, y terminó llorando de nuevo.

—Ah sido difícil —gimoteó la joven entre lágrimas—, no sabía qué hacer... estaba tan asustada...

El hombre la entendió, y pensó que era tiempo de volver a ese país que le dolía tanto, pero su ya no tan pequeña sobrina necesitaba aún apoyo, así que le tendería una mano de vez en cuando.

El abogado no dijo nada, solo acarició la espalda de la chica que se había encorvado cuando comenzó a llorar, y le permitió tranquilizarse antes de preguntarle la dirección de un novio que necesitaba visitar.

—Déjame acompañarte —pidió el hombre tras estacionarse frente al edificio de departamentos familiares en que Eri había declarado vivir temporalmente—, me sentiré más seguro si te veo entrar.

La chica accedió. Se sentía bastante mal luego de tantas emociones, así que la idea de tener un testigo si llegaba a desmayarse no le disgustaba para nada.

Eri fue recibida con la preocupación de su suegra y novio, que no habían podido localizarla en toda la tarde, pues ninguno tenía el número de teléfono, pero el recibirla completa, aunque fuese hinchada por haber llorado, les tranquilizó.

—Mi nombre es Mori Alec —explicó el abogado a la mujer que le servía un café—, soy el tío de Eri. Muchas gracias por recibirla, y por cuidarla.

La señora Sunakawa aseguró que no había nada para agradecer, y se sintió un poco tranquila al saber que no todo en la familia de esa chica era malo. 


 * *


Las cosas comenzaron a ir calmadas luego de eso. Tras hablar, Makoto y Eri acordaron que él solo se haría cargo de sus estudios, por el momento; la fortuna de Eri se haría cargo de los gastos del embarazo y, cuando el chico tuviera trabajo estable, apoyaría con los gastos del bebé y la casa.

Un par de semanas después se mudaron todos juntos a una enorme casa que el abogado de Eri había conseguido cambiar con una conocida por la casa de campo de la chica, y Eri al fin sintió de nuevo la felicidad y tranquilidad que da el vivir en una amorosa familia.

Sus suegros aceptaron vivir en esa enorme y bella casa, pues la señora Sunakawa no se sentía a gusto dejando ir a esa chiquilla cuyos achaques se intensificaron cuando sus preocupaciones se disiparon. Y Eri estuvo feliz con ello.

Tal vez estaba siendo egoísta, y sin duda se estaba dejando llevar por la farsa que establecieron cuando Makoto se ofreció a ayudarla, pero el bienestar que ellos le daban era algo de lo que no quería tener que prescindir. Así que lo disfrutaría, aún y por un tiempo, tanto como pudiera hacerlo. 


Continúa...

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