Las entradas

12 1 0
                                    

A la mañana siguiente, el día número doce, me levanté enérgicamente de la cama. Era un nuevo día. A pesar de que la realidad que estaba viviendo se desarrollaba en mis sueños, ya que aún seguía en coma, se había hecho rutina ir al baño y desayunar después de despertarme cada mañana. Aún me era extraño que las necesidades que tenía como ser humano se manifestara en mi propio sueño.

Estuve media hora comiendo. Al terminar, me dirigí al patio a sentarme debajo del gran árbol que había, pero antes de llegar a él, recogí una pelota de tenis.

Me encantaba sentir cómo el aire puro atravesaba mis narices. Eso me hizo acordar a la sensación de asfixia que sentía cuando olía humo de cigarrillo. Era algo que detestaba. Observé la nueva hermosa imagen de la residencia: me encantaba. Luego de examinarla un buen rato, me pregunté por qué no podía salir de ella, ir por las calles que veía desde adentro.

El portón estaba cerrado y yo desconocía el sitio en donde podrían hallarse las llaves del mismo. Me propuse como objetivo del día encontrarlas. Me paré e ingresé a la casa. Busqué en mi habitación tres veces, no las encontré; me fijé en el pasillo y el living, tampoco las hallé. Acto seguido, entré al segundo living, que estaba a la derecha de la entrada de la casa. Recordé que los días anteriores la luz de la misma había permanecido apagada.

Ingresé en él sin mirar detalladamente, no quería distraerme. Encendí la luz y lo único que observé fueron sillones enfrentados a un par de ventanas, que mostraban el costado de la mansión. Busqué en ella las llaves, pero no logré encontrarlas. Luego me fijé en la cocina e inclusive en el baño y tampoco las hallé.

Tras recorrer la gran casa durante un buen rato, me encontré con la escalera y con el otro pasillo de la planta baja, las que estaban cerca de la cocina, a las que nunca decidí ir a explorar. Los escalones conducían a los pisos superiores, donde de seguro también habría más pasadizos y habitaciones.

Las luces de la planta baja, junto con el piso superior y la escalera estaban apagadas, lo que generaba mucha oscuridad, una oscuridad que me aterraba. Prendí la luz del pasillo y distinguí cuatro puertas que conducían a diferentes piezas. El pasaje no perdía el encanto de tener cuadros en los que no reconocía a nadie.

Intenté abrir las puertas: una por una. Las tres primeras me fueron imposibles, pero la última, la que se encontraba al fondo del pasillo a mi derecha, la puerta número cuatro, sí pude entreabrirla.

Al ingresar sentí el polvo, tosí y pronto encendí la luz. Acto seguido, observé el lugar: había tela de araña por todas partes, polvo sobre muebles tapados y ventanas. Parecía todo abandonado.

Sin darme cuenta, empujé la puerta por donde había ingresado hasta cerrarla. Caminé lentamente hacia los muebles y cuando estuve cerca de ellos, vi una imagen. En ella me encontraba junto con una chica que desconocía. Me asusté, giré y al abrir la entrada para volver al pasillo, me encontré en una clínica.

Extrañamente ya no estaba el misterioso pasaje. Cuando quise girar para volver a ingresar al cuarto, la puerta había desaparecido. En su ausencia, se encontraba la pared del sanatorio. Esa entrada me había conducido al hospital en el que me había visto internado. Como siempre, estaba desolado: no veía a nadie.

Caminé lentamente y cada vez que pasaba por una puerta, observaba por la ventana el interior, por si lograba encontrar a alguien más. No veía a nadie. Como si fuera costumbre, me encaminé hacia la pieza en donde mi cuerpo se encontraba.

Al llegar, me vi. Aún escuchaba el palpitar de mi corazón. Aunque no comprendía qué me había hecho entrar en un coma alcohólico, todo lo que me había acordado hasta entonces eran buenos recuerdos. Debía seguir explorando mi vida, buscando algo que me ayudara a acordarme de ese suceso.

La sombra de mis recuerdosWhere stories live. Discover now