Prólogo

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Nunca en la vida hubiera imaginado que una tenue ráfaga de luz, tan bella, grandiosa y sorprendente podría arruinar la vida de cualquier ser con tan solo estar ausente. El amor era algo que yo no podía explicar: una ligera sonrisa, algo que te alegraba, alguien que ingresaba a tu vida con el propósito de no salir de ella. Pero también tenía su factor negativo, el amor también hizo sufrir a muchas personas: pensar ilimitadamente en alguien que no tendrías nunca o que alguien a quien tú nunca amaste pensara en vos todo el tiempo. El amor era como un juego de azar: no todos ganan ni no todos pierden; nunca hubo ni hay algo justo para ambas partes.

Comenzaba a sentir ese dolor punzante que recorría mi corazón y afectaba mis actitudes, cargaba mis ojos con agua y me volvía un ser sensible a cualquier cosa. Estaba acostado sobre la cama; no paraba de llorar. Sentía dolores y nada más que dolores que cruzaban por mi corazón y se expandían por todo mi ser. Empecé a percibir algo extraño en esta situación, sentía que era algo que ya lo había vivido antes, como si fuera un déjà vu. Esa fue la explicación más lógica que le encontré. Y es que tal vez, se debía a que ya había transitado muchas veces por esta situación, el juego de azar nuevamente jugo en mi contra: lo bueno es que ya sabía cómo seguir el camino porque ya lo había transcurrido y conocía que el próximo paso era que me volvería a desvalorar y a echarme la culpa.

Me costaba recordar por quién y por qué estaba sufriendo, solo me guiaba por mis presentimientos. No sabía si "no recordar" era algo bueno o malo; no acordarme absolutamente nada del porqué estaba así. Era algo extraño. Pronto, como una ráfaga de luz, vino a mi mente la imagen de una muchacha, me era familiar. No podía acordarme exactamente de quién era. Por ende, me esforcé y logré recordar que esa joven mujer era Amanda: tenía catorce años y fue mi segundo amor en mi adolescencia, justamente, estaba angustiándome por esa chica. Pero desconocía el motivo por el que sufría, era algo tan extraño.

Un nudo de emociones invadía mi corazón – amor, dolor, ira –, lo que hacía que no dejara de llorar, una tortura para mi ser. Me sentía perdido en una tormenta en medio del océano. Esa salvaje sensación hizo que ese recuerdo comenzara a dilatarse. Poco a poco, recordé que Amanda y yo habíamos terminado porque ella había dejado de sentir algo por mí. Nuestro noviazgo duró cinco meses. Luego de eso, nunca más la volví a ver; desapareció como si la tierra se la hubiese comido. Su familia se mudó a otro lugar. Ella nunca se despidió de mí y perdí todo contacto con ella. Eso fue lo más doloroso, me abandonó.

Haberme acordado de eso trajo a mi mente muchas hipótesis. No entendía si lo que yo vivía en este preciso momento era un simple recuerdo o la misma realidad. Lo último que recordé era un suceso futuro a lo que estaba viviendo estando en la cama. Sin embargo, tanto el recuerdo como lo que percibía estando acostado no eran una imaginación o un pensamiento; lo sentía tan real.

Empecé a escuchar ruidos de aparatos propios de un hospital, pronto, un corazón latir. Su ritmo cardíaco comenzó a aumentar a tal punto que se mezcló con mis llantos y el dolor que experimentaba incrementó aún más. Me sentía acorralado con tanta depresión y sonidos torturantes que no sabía de dónde provenían. Cerré los ojos lo más fuerte que pude, deseando que todo esto solo fuese un sueño. Y así fue, al volver a abrirlos, desperté en otro sitio. Solo había sido una pesadilla o un recuerdo en forma de sueño.

Me encontraba en una habitación. Veía colores blancos, las sábanas que pronto observé eran del mismo color. No comprendía en donde me hallaba, pero el sufrimiento y los ruidos se habían esfumado al volver a abrir mis ojos. En seguida, empecé a tranquilizarme. Me levanté. Los muebles que vi también eran blancos, la puerta, la cama, todos de ese tono. Me asomé a la ventana que logré ver en frente de mí; sus cortinas también eran blancas.

Era un día hermoso y soleado; vi un magnífico patio por la ventana. El sitio donde me hallaba no me era familiar. Sentía cómo mi memoria fallaba al intentar recordar mi vida: solo me acordaba de aquella depresión que había tenido en mi adolescencia. No sabía mi nombre; desconocía mi edad, mi familia e inclusive mi nacionalidad. Me sentía un recién nacido: lo único que recordaba era la capacidad de razonar, también, cómo era la realidad. Por ello, dudaba si lo que estaba viviendo en este preciso momento era algo real, lo sentía imaginario. De todas formas, no debía quedarme de brazos cruzados.

Me encaminé hacia la entrada de la habitación, tenía un poco de miedo de lo que me esperaba detrás de ella. A pesar de eso, la abrí. Logré ver un pasillo: el color blanco aún permanecía en el sitio, pero esta vez, las paredes de la galería adornaban cuadros familiares. No reconocía a nadie en ellos. Me detuve a examinar uno por uno: no estuve en ellos, o eso pensé, ya que desconocía mi aspecto.

Seguí hasta el final del pasillo, lo que me condujo al living. Esta vez, distinguí nuevos colores: la alfombra marrón cerca de los sillones blancos y la mesa de vidrio, el color rojo de los ladrillos en la chimenea y hermosos estantes de vidrio. Notaba que la casa era algo lujosa. No me detuve, seguí recorriendo la residencia. Pronto, encontré la cocina, no perdía el encanto de ser hermosa. Me di cuenta que la vivienda empezaba a enseñarme pasillos nuevos: era bastante grande, hasta tal punto de que ya me había olvidado del cuarto de donde salí.

Escuché el ruido de una campanilla. Supuse que era el típico chico que vende diarios montado en su bicicleta en las residencias más ricas de una ciudad. Debido a eso, también creí que me hallaba en una casa de personas con dinero, o en mi vivienda; aún dudaba de todo.

Me dirigí hacia la salida. En la entrada de la residencia fue en donde vi arrojado el periódico. En el patio veía árboles, regaderas; era bonito el mural que rodeaba la casa al igual que el portón. Al estar allí, no fue necesario abrirlo: atravesé mi mano sobre él para agarrar el diario. En la portada se exhibía la noticia de un accidente automovilístico; no me sorprendió en lo más mínimo porque era algo normal, o al menos en mi realidad lo era.

Empecé a hojear y encontré un título que me llamó mucho la atención: "Joven entra en coma alcohólico". Nunca había visto algo tan similar a lo que leía. Observé la fecha del mismo: "cuatro de junio del dos mil diez". Después de aquello, ingresé a la vivienda en busca de alguna computadora para investigar más sobre el asunto. Al prender la notebook que vi sobre la mesa de escritorio en la sala, ingresé a internet y busqué una ampliación detallada sobre el tema. Luego de un rato, lo encontré en el portal web de la misma editorial de la noticia que tenía. Allí se detallaba un informe y se mostraban fotos del suceso.

Las imágenes me eran familiares; el joven también. Algo en mí no andaba completamente bien. Me levanté del asiento y busqué un espejo en donde pudiera reconocer mi silueta. Al encontrarlo, me quedé perplejo: era completamente idéntico al chico que vi por internet. Eso significaba que había entrado en un coma alcohólico y no lo recordaba.

Toqué mi rostro para ver si lo que vivía era real o meramente un sueño más. De nuevo, todo me pareció real. Me alteré y recorrí toda la casa tratando de encontrar a alguien que también habitara en ella; necesitaba una persona que me explicara lo que sucedía, quién era y, sobre todo, qué era esa noticia. No logré encontrar a nadie, estaba solo. Fue por eso que tomé la decisión de ir por las calles para buscar civiles que me pudieran ayudar. Tal vez, si tenía suerte me cruzaría con el chico que repartía el periódico.

Al estar nuevamente en el patio me asomé al portón e intenté abrirlo, pero por más fuerza que empleara, no lograba dividirlo. ¡Genial!, me hallaba solo y encerrado.

Giré y me encaminé hacia la entrada de la mansión. Cada vez que me acercaba a la puerta, nuevamente escuchaba el timbre de un monitor y el sonido de un corazón palpitando. Empecé a desesperarme aún más y, al abrir la puerta, una luz me invadió: de tan densa y resplandeciente, cerré los ojos.

Al abrirlos en un parpadeo, me encontré en una clínica. Todavía seguía oyendo esos sonidos, pero ya no estaba alterado. Algo en mí me impulsaba caminar hacia un sitio. Ese instinto me condujo hacia una sala y al llegar, los sonidos de los aparatos médicos y el corazón latiendo se volvieron reales. Al asomarme más hacia la persona que se encontraba acostada sobre la cama, logré ver que ese mismo individuo era yo.

Mis ojos estaban cerrados, solo respiraba y estaba atado a sueros y máquinas. Mi memoria no me permitía acordarme de nada que me ayudara a entender por qué estaba allí. Lo único que sabía era que me encontraba en coma alcohólico. Sin embargo, no recordaba cómo logré entrar en él. Tal vez, mi pérdida de memoria era consecuencia del alcohol ingerido o de algún golpe grave que pude haber tenido. Pronto, la tristeza se apoderó de mí: mi cabeza era un nudo de confusiones y el no recordar algo era una desventaja en todo esto. Una lagrima salió de mis ojos, me sentía tan impotente ante esta situación.

La sombra de mis recuerdosWhere stories live. Discover now