Capítulo 1: el esclavo

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Siempre empezaba de la misma forma

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Siempre empezaba de la misma forma. Una punzada de dolor, dos gotas como rubíes emergiendo, la sensación húmeda de una lengua y, finalmente, la succión de unos labios ansiosos.

Y luego el más oscuro de los placeres.

Yure olvidaba hasta su nombre. Su cuerpo se volvía laxo y más dócil que un caballo amaestrado. El placer lo recorría desde la mordedura hasta los dedos de sus pies que se encogían de gozo. Duraba poco, pero en ese tiempo sentía que flotaba y todo su dolor desaparecía.

Sin embargo, cuando cesaba, la abstinencia era como miles de cuchillas clavándose en su carne. Siempre deseaba más, pero, cuanto más bebían de él, más ansiaba ser mordido.

Hacía años descubrió que los esclavos de sangre terminaban sufriendo un terrible síndrome de abstinencia que podía incluso provocarles la muerte si sus amos dejaban de alimentarse de ellos. La culpable era su saliva que contenía sustancias adictivas. Algunos humanos tardaban más en desarrollar esa adicción, otros sucumbían antes, pero todos lo hacían tarde o temprano.

Yure había tenido la suerte —o el infortunio, según se mirara— de tener una sangre deliciosa que valía la pena saborear durante años. Su esclavista la describió "dulce, afrutada, inocente... pero con un toque picante". Los humanos con una esencia común, serían comprados para el placer pasajero de una noche; él sería mordido con cuidado para no desangrarlo y alargar su vida al máximo.

Aunque la principal cualidad de un esclavo era su sangre, si poseía juventud y belleza, el precio podía duplicarse. A Yure, con su rostro de facciones suaves y afiladas, junto con sus rizos platinos, lo vendieron por el más alto precio. Así fue a parar a Talsivia, quedando a disposición de Gavrel Astley, un vampiro de distinguido linaje.

 Así fue a parar a Talsivia, quedando a disposición de Gavrel Astley, un vampiro de distinguido linaje

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Cuando lord Astley separó la boca de su muñeca, Yure se apresuró a taponar la herida. Debía limpiarla, de lo contrario los restos de saliva la mantendrían abierta.

—Estás algo pálido —dijo Gavrel—. Será mejor que te retires por esta noche. Ordena lo que desees de la cocina y descansa.

Yure realizó una reverencia y caminó por el lateral de la sala, pasando desapercibido entre los invitados que bailaban, charlaban y bebían. Todo el salón estaba repleto de vampiros invitados de Gavrel Astley para celebrar su victoria en la reciente batalla. Aunque él no se había movido del castillo, se llevaba el mérito de su ejército.

La promesa ✔️ [El canto de la calavera: relato]Where stories live. Discover now