12 | Umbrío recuerdo

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     Recargué la cabeza en el cristal, dejé que las emociones fluyeran lejos de mi cuerpo. Él optó por recostarse sobre mi hombro cuando no obtuvo una respuesta.

     Una de mis manos, la que más cerca estaba de él, no dejaba de temblar encima de la rodilla. Había sido capaz, hace días de controlar cada una de las emociones que lograba hurtar de mí, pero desde que los sueños regresaron a mi cabeza, perdí tal capacidad. Me convertí en una masa moldeable, en el páramo al final del camino rocoso, que lo esperaba deseoso. Entre los labios conservé un gramo de miel, que endulzó mi boca, y ansió encontrarse con la suya; rosada y tentadora, aquella que advertía miles de pecados.

     Yo quería consumirme, de ser posible, en tal infierno.

     Busqué su mirada, incluso cuando intentaba evitarlo, anhelé verme envuelto en sus emociones, en lo que me inspiraba. Quise más de lo que podría desear, y descubrí frente a la verdad, que los seres humanos pedimos más de lo que se nos puede otorgar, incluso cuando ya se ha negado.

     Alzó los iris, y se enfocó en mí, tras ellos había una historia esperándome, sueños rotos; un recuerdo que por primera vez desde que lo conocí, deseé conocer.

     ¿Tus labios también guardan esperanza?

     ―Kass ―pronuncié su nombre, las palabras tenían un sabor dulzón―. Hay algo que me gustaría mostrarte.

     Arqueó una ceja, sus párpados se elevaron curiosos, llenos de codicia.

     ― ¿De qué se trata? ―respondió, ávido de detalles, con la incógnita retozando entre los pómulos―. Si es algo tentador, de una vez te digo que no me voy a negar, sólo para aclarar que tendrás que atenerte a las consecuencias.

     Un aroma intenso y empalagoso llegó a mis fosas nasales.

     Emanaba de su piel, de su cuerpo, buscó la forma de entrometerse en mi cabeza, formando recuerdos, memorias entrelazadas, aseguradas. Aspiré su aire, llenando mis pulmones de él, como si pudiese tenerlo en mi interior.

     ―No te hagas ilusiones ―objeté, lanzándole un gesto jocundo―. Hablo del violín. Me pediste que tocara para ti, ¿no es así? Como tú tuviste la idea de visitar el bosque, yo también quise contribuir. ¿Qué pensarías si te digo que puedo interpretar para ti un fragmento de mi composición? Creo que es bastante justo.

     A mi lado, el estuche del violín, vibró junto al motor del autobús, como si pudiera responder.

     Ensanché los labios, le mostré mi dentadura.

     Seguramente la sonrisa trazada en mi rostro, no podía ser más obvia. Pero ya no me importaba mostrarme tal cual era, había cruzado esa barrera, y ahora, el problema radicaba en cuándo atravesaría la suya.

     ― ¿Sabes? ―comenzó, acomodándose en mi hombro. Sus ojos azules expresaron ternura, fiel y meliflua ternura―. Me encanta tu sonrisa, y ya me cansé de callarlo. Tienes un brillo especial ahí. Iluminas, irradias alegría. ―Apartó un mechón azul que se coló sobre mis pestañas, y al ver mi inclinación, se apresuró a confesar―: ¿Sonreirías para mí, no lo sé, todo el día? Así podré recordarlo, cuando ya no pueda con la tristeza, y me haga falta un motivo para pensarte.

     Acerqué el rostro, aunque no fuese posible más cercanía. Un palpitar, en mi interior, reveló lo mucho que deseaba escucharle. Me ardían las mejillas, y mis manos no pararon de vibrar.

     ― ¿Y qué recibo yo a cambio?

     ― ¿Qué quieres? ―cuestionó, llevando sus dedos a mis labios, donde la sonrisa desvaneció y en su lugar, había una línea desafiante―. No tengo mucho, pero sí bastante corazón.

Almas sesgadasWhere stories live. Discover now