Sentencia de muerte

Comenzar desde el principio
                                    

Él pone cara de sorpresa cuando le suelto eso. Aprovecho la oportunidad de soltarle otra.

―Por cierto, veo que no maduraste nada. ¿Unas cerezas? ¿En serio? ¿Cuánto tiempo viste mis pechos para determinar su tamaño y dibujarlos? O soñaste con ellas y no te las puedes sacar de la cabeza, eso sería un gran cliché de su parte.

¡Cómo me gustaría tener una cámara en este momento para captar su expresión de incredulidad!

―Apuesto a que los imaginaste bastante. ―Le regalo mi mejor sonrisa falsa―. Te advierto una cosa, Mittchell Raymond, no vuelvas a meterte conmigo.

Ahora es su turno de sonreír, con esos aires de superioridad que me dan ganas de bajárselos de una patada.

―¿O qué, Sucker?

Soy consciente de que todo su cuerpo se ha inclinado unos milímetros y nuestras camisas están rozándose. Toda mi piel hormiguea, y me enfada esa sensación. Me alejo de un salto, poniendo tantos centímetros de distancia entre nosotros como me sea posible. No pierdo mi postura, aunque una partecita de mí se sienta intimidada.

―O te arrepentirás.

Vaya, eso ha sonado como una sentencia de muerte digna de peli de acción.

Paso por su lado meneando las caderas y choco su hombro intencionalmente con el mío. Escucho su discordante risa mientras atravieso las puertas del comedor. Al menos, nadie me tira su refresco en el uniforme. Limpiarlo tardó horas y un esfuerzo extra para que mis padres no sospecharan nada.

Ubico a mis amigos en la mesa de siempre y los saludo con la mano. Me dirijo a ellos en un trote ligero que parece que estoy saltando.

―Al fin llegas. ―dice Evi. Hago una mueca entre un puchero y una sonrisa. No hemos compartido clase desde que empezó la jornada y eso me entristece. Coincidimos en una sola: handball. Hemos quedado en las pruebas y tenemos entrenamientos los viernes y los sábados. También, cuando los profesores se alinean y no nos separan en divisiones, compartimos Matemáticas.

―No sabes lo que me acaba de pasar.

Me dejo caer a su lado y descanso mi cabeza en su hombro. Desde donde estoy, puedo ver a Peter, que está haciendo la fila para pedir su comida. Me hace nuestra seña secreta para preguntarme si yo quiero algo, y yo hago un círculo con los dedos y me lo meto a la boca. Él lo capta a la perfección.

―Son tan raros. Pero bueno, viniste con un chisme, así que cuenta cuenta.

Arrugo el entrecejo, porque no es nada emocionante, pero prosigo.

―Mittchell Raymond me abordó hace cinco minutos luego de enseñar un cartel con una representación mórbida de mis tetas.

Ella se cruza de brazos y me mira con extrañeza.

―¿De verdad?

―¿Por qué rayos mentiría?

―Tienes razón... Bueno, y, ¿qué pasó?

Le cuento todo con detalles y ojeo de vez en cuando su mesa. No registré en qué momento entró, poco me importa también. Está rodeado por mujeres, Violet, la perra loca de la bebida, está apoyada en su brazo y se inclina hacia adelante para hacer notar sus abultados senos. Vamos, una zorra total. Sus amiguitas hacen lo mismo con los demás miembros del grupo. Le sonrío y le hago un gesto obsceno con la mano que la define completamente. Pone cara de confusión, obvio, solo los que saben lenguaje de señas lo entenderían. Lo he aprendido para ayudar a Evi con su hermano. Es sordo y entre las dos logramos que aprenda con clases especiales y nuestra divertida compañía.

Deseo deseo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora