Pero eso no fue suficiente, al parecer, Harry había adoptado una adicción bastante rápida con solo una sesión de sexo, porque después de ese majestuoso primer orgasmo, parecía que se había vuelto obsesivo en follar a su amado conejito, adoraba sentirse apretado por él, enterrado hasta el fondo en su pequeño agujero y vislumbrando con ganas sus gestos de excitación puros y preciosos.

Harry no necesitaba más que un orgasmo para que su celo se regulará, pero no pudo hacer mucho por esa hambre insatisfecha y con cada orgasmo siempre terminaba deseando más, más del calor del agujero de Louis alrededor de su pene, más de sus gemidos agudos, de las marcas en su espalda debido a los rasguños del omega y las marcas rojas cerca de sus clavículas y cuello cuando el lo mordía.

Harry era un maldito insaciable y Louis era el que estaba dispuesto a complacerlo en todo lo que quisiera.

Fue suficiente dejar que lamiera sus pechos hasta irritar sus pezones y sentirse seco, hasta sentir que sus caderas ardían de tanto que Harry las había sostenido con fuerza y de pensar que ya no tenía voz después de gemir tan fuerte su nombre.

La experiencia concluyó en la madrugada, cuando ambos ya no podían ni pensar, cuando se sintieron tan cansados y usados el uno por el otro que quedaron profundamente moribundos de tanto placer.

Louis no era de esos que soportará dormir en un lugar sucio, pero su mente estaba tan jodida -al igual que su cuerpo- que lo único que logró conseguir fue una posición medio cómoda en el colchón, Harry a su espalda, pegando su pecho y enrollando sus brazos en su torso.

Nunca el sexo se había sentido tan pleno, tan satisfactorio y si no fuera porque sus cuerpos eran susceptibles al cansancio Louis hubiese permitido que Harry lo follara hasta el amanecer.

Despertó con un sobresalto, guiando su vista a la derecha por inercia, buscando el reloj digital en su mesita de noche, aunque pronto recordó que no estaba en casa.

El brazo de Harry pasaba por su cintura, lánguido y pesado.

Observó la ventana de la habitación, el cielo gris, como era de esperarse. Se movió unos pocos centímetros solo para comprobar lo que era obvio, el dolor en su cuerpo llegó de inmediato.

Hizo una mueca de incomodidad y retuvo la respiración, obligándose a moverse para salir de la cama y tomar una ducha rápida para prepararse, su cuerpo se sentía pegajoso, todo él en general se sentía pesado.

Era como si un tren hubiese pasado por encima de él.

Se movió sigiloso, arrastrándose por el colchón, pero antes de poder poner un pie en el suelo o de siquiera llegar a la orilla, el brazo de Harry se abrazó de vuelta a su cintura anclándolo de vuelta a él.

—¿A dónde vas? —interrogó con la voz ronca y rasposa, digna de un alfa somnoliento.

—Uh... A tomar una ducha, debo ir a clases. —recordó, tomando la mano de Harry para apartarse del abrazo que lo mantenía rehén.

—Tú no irás a ningún lado. —le dijo, jalando su cuerpo hasta que su espalda chocó con su pecho y sus piernas largas se enredaron entre las suyas, evitando así, que escapara.

—Por supuesto que iré. No puedo perder un día de clases.

—Sí puedes, claro que puedes. —le dijo, aún adormilado. Besó su espalda, pasó por su hombro, deteniéndose en su nuca, dejando un beso largo y perezoso.

—Harry, si falto a la escuela y tú no vas, será sospecho. —el alfa rio, se pegó a él, su rostro se escondió en el hueco de su cuello y acarició su pancita.

—Si vas a la escuela oliendo a mí y con una marca en el cuello será peor que unas sospechas sin causa. —Louis bufó y se recostó de vuelta en la almohada. —Quédate conmigo, omega. —le pidió arrastrando su mano por su vientre.

Teacher AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora