3. Lobizona (Parte I)

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—Si es una excusa para que me mude a la suya, Sir James, —Se le acercó, cruzándole los brazos alrededor del cuello—, entonces no estoy en desacuerdo.

O.K, comencemos llevando el equipaje.

Entonces, un ojo de energía azul invadió la sala. Mago suspiró con irritación.

—Ojo Universal, estos son los momentos que precisamente no debes arruinar —le reprochó—. Pero ya que estás, necesito saber qué ocurrió en mi ausencia, ¿más tráfico de tecnología corvyniana? ¿algún neohumano conflictivo?

El iris se nubló, revelando la solicitud en su brumosidad.

Cuatro turistas levantaban tiendas a mitad de una montaña, con vista al acantilado del paisaje. La noche caía sobre ellos, significando el reinado de la luna en sus dominios celestes. Otra visión mostró al grupo mientras comían el asado de sus trinchos y disfrutaban el momento frente a la fogata, hasta que no quedó más madera para darle vida a las llamas.

Se retiraron a dormir a la medianoche, pero, unas horas después, despertaron por los aullidos retumbantes de un animal que reclamaba control sobre el territorio. Intentaron regresar a la tranquilidad de sus sueños, mas una aterradora sombra gigante cubrió una de las carpas, seguido por un rasguño que rebanó la tela en seis.

El hombre que dormía allí fue devorado sin piedad por la criatura. Los demás huyeron en medio de gritos de horror y una tristeza creciente por el compañero que dejaban atrás.

Cuando la bruma se retiró, solo se reflejaron los rostros atónitos de los hechiceros.

—Un hombre lobo —reconoció Victoria—.Ya enfrenté uno en Europa en mi siglo. Puede decirse que tengo un poco de experiencia con estas criaturas.

—No, milady, me temo que nos encontramos frente a un licántropo distinto esta vez... reconozco esa apariencia, es un lobizón.

—Lobizones, quién lo diría —comentó la británica—. Repasé un poco de los hombres lobo y sus diferentes clases antes de cazar a Sir Wolfsen en los bosques de Noruega. Tengo entendido que este tipo de criaturas frecuentan los bosques argentos y parte de Paraguay.

—Así es, Madame. Nunca he enfrentado uno, pero el viejo cascarrabias sí durante el tiempo en que me entrenaba para hechicero. Monje Universal solía decir que era una bestia descomunal con inmunidad a la magia.

—Entonces más que nunca estaremos en desventaja, darling. Necesitamos el equipamiento adecuado si queremos darle pelea a la criatura.

—Estoy de acuerdo. —Una sacudida ligera los llevó a otra habitación del Templo: un almacén con todo tipo de armas—. Y no solo esto, Victoria, también la ayuda de un viejo conocido. —Mientras hablaban, los Universales se equipaban armamento a base de plata—. Un chamán zoomórfico que vive en Buenos Aires. Fue quien ayudó a Monje Universal en aquel tiempo a detener al lobizón.

O.K. Entre más seamos, más rápido caerá el monstruo. Que comience la cacería, Sir James —añadió Victoria, al tiempo en que guardaba dos mangos de plata.

Un hechizo de la Universal los recorrió con un brillo escarlata, ahora vestían gabardinas largas que ocultaban el equipo. Por su parte, Mago Universal movió las manos en un rito de invocación. El hechizo llamó una puerta que emergió entre el concreto. Al abrirla, el bullicio de la capital porteña llegó a sus oídos.

—Bienvenida a Argentina de dos mil diecinueve, Madame.

Con un asentimiento, los Universales cruzaron la puerta uno detrás del otro. Arribaron a la ciudad en menos de un segundo. Por la rapidez del viaje y la vibración molecular al atravesar el obelisco, un humano promedio hubiera sentido efectos secundarios, mas para ellos se trató de un parpadeo.

Mago Universal: Encrucijada temporalWhere stories live. Discover now