2. Las Hermanas Slytherin (Parte I)

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Las carcajadas de las brujas hermanas retumbaron una vez más. Incluso el cielo exigía la peor de las penas con el tronar furioso de sus rayos.

Aun desde su posición, las Slytherin lograban percibir todo el daño moral causado en los puritanos. Realmente los quebrantaron de espíritu, de una forma que ni siquiera su vestimenta modesta y sobria pudo ocultar. Acabaron con su castidad, blasfemaron lo sagrado, sembraron discordia y los manipularon para quemar, ahorcar y decapitar a su propia gente. En parte por sus hechizos, en parte por las toxinas que agregaban a los panes de centeno fermentado para provocarles efectos demenciales.

—¡Se quemarán en el infierno junto con sus hermanos los demonios!

—Créame, reverendo, será como montar a caballo —burló entre risas Serpentina Slytherin, la mayor.

—Y a nosotras nos encanta cabalgar —siguió Cascabelea Slytherin, la menor.

—¡Brujas! ¡Brujas! —comenzó a gritar Reverendo—. ¡Que ardan en la hoguera!

—¡Que ardan! —exclamaron todos al unísono, coléricos—. ¡Brujas, brujas, brujas!

Dos hombres juntaron el fuego de sus antorchas a la madera acumulada bajo los pies de las Slytherin, y de inmediato las llamas se alzaron con furioso frenesí para arrasar con todo a su paso.

Entonces, valiéndose de la noche y de la distracción del pueblo, Reverendo Universal, llevó las manos tras la cadera mientras susurraba palabras inaudibles, y, con el mínimo indicio de energía mágica en sus manos, el furor ígneo cobró un color oscuro que desprendía gritos y lamentos. Todo el pueblo se estremeció, creían que se trataba de otro truco demoníaco de las Slytherin, mas las llamas de la Dimensión Oscura se alzaron con furor, castigándolas con el comienzo de su encierro perpetuo.

Con las cenizas meneándose en el aire, los truenos cesaron y el alba se dibujó tras el claro de las montañas. Uno de los peores capítulos en la historia de Salem acababa de terminar, o eso creían.

—¡Una vez más, hermanos de Salem, la luz vuelve a triunfar sobre las tinieblas! Con el amanecer de un nuevo día, la influencia del maligno ha sido expulsada de este lugar. Pueden ir en paz.

Luego de que el pueblo se dispersó, el pastor Armstrong se acercó a Reverendo Universal con gran admiración. El autodenominado ministro alistaba sus pertenencias en la parte trasera de un carruaje. En tan solo minutos ya se respiraba otro ambiente en Salem, lo dictaba el sol en su camino al cenit y el cielo despejado como nunca antes lo hubo.

—No sabe cuánto agradezco lo que ha hecho por nosotros, Reverendo —dijo con mansedumbre—. Salem prosperará nuevamente gracias a usted.

—Ha sido un placer ayudar, señor Armstrong, pero recuerde, yo solo soy un siervo, hay otro arriba al que pertenece esta obra.

—Pero por supuesto, y qué afortunados somos de servirle. En muestra de nuestra gratitud, Reverendo, me gustaría invitarlo a nuestros servicios de hoy, si puede, claro está.

—Me encantaría, señor Armstrong, pero hay muchas más aldeas que necesitan de mis servicios desinteresados. Debo marcharme ahora mismo y seguir con la tarea que me ha sido encomendada.

—¿Y si el mal vuelve?

—Usted y yo, señor Armstrong, tenemos un vínculo con Él —dijo, con los ojos fijos en el pastor—. Y si en los deseos de Él está que regrese aquí otra vez, me enviará, téngalo por seguro.

Reverendo se despidió con un estrechón de manos y una sonrisa antes de subir al asiento frente al carruaje.

—Gracias... —susurró Armstrong.

Mago Universal: Encrucijada temporalWhere stories live. Discover now