Capítulo 3

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                                                     III

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                                                     III.

                                                             Las memorias de una infante


Ramas azotaban con ímpetu las puertas y ventanas de la envejecida vivienda.

La casa más vieja del vecindario se sostenía a duras penas, bajo el efecto del vendaval que se había ido desatando ferozmente en el transcurso de la madrugada.

En el interior de la casa había un silencio sepulcral y adecuado para semejante hora.

Los habitantes yacían en el lecho de sus habitaciones e incluso los despiadados señores del hogar dormían espaldas contra espaldas en su tálamo, soñando con poseer la elección de los rumbos en su destino.

Tan solo por aquellos horarios los muertos tenían permitido transformarse en gobernantes de sus almas. El sueño les traía la libertad de la cual su estilo de vida les privaba.

No obstante, el placer de las visiones de un mundo diferente siempre acababa al despertar.

En ese momento el reloj de la sala marcó las 4:00 am, el canto desgarrador del aparato retumbó en los paredones y sus vibraciones fueron consumidas por estos mismos. En aquella hora los terrores nocturnos se desataban, los sueños eran dominados por criaturas sin rostros hasta ir adquiriendo una tonalidad más sombría, e imágenes pavorosas reemplazaron la serenidad de los momentos pasados.

Tan solo un minuto después, alguien dio un alarido desgarrado.

La primera víctima de la noche.

Así Ñarot fue arrastrada de su pesadilla, despertando con el peso de la angustia ahogándola.

Se sentó en la cama respirando apresurada, mientras que con una mano tanteaba por lo bajo de la almohada en búsqueda de una navaja.

Nunca descansaba sin aquel objeto filoso velando su descanso, dado que el mismo tiempo le había ido mostrando que mantenerse alerta era fundamental para la supervivencia de un alma cualquiera.

Desde su muerte, no había bajado la guardia por el temor de que alguien volviera a cometer un asesinato en su presencia.

El grito había provenido de la habitación contigua, justamente donde se alojaba su hermana menor.

Y aquello significaba la posibilidad de algo; ellos habían dado con su familia.

Y de ser ese el caso, tendrían que defenderse como pudieran.

No le importó no ser talentosa con el manejo de armas blancas, reconocía no poseer el don innato que sus abuelos habían heredado a la familia. Sin embargo, estaría dispuesta a defender a la niña así fuese lo último en esta tierra.

Esdesth y los dioses perdidos  [En curso] Where stories live. Discover now