Jin Ling

327 47 25
                                    

Por un segundo, en medio de los libros y pergaminos, Jin Ling recordó las palabras de Wei Wuxian:

«Pelea cuanto quieras ahora, porque mañana, cuando seas un hombre, no podrás hacerlo».

Suspiró.

Maldita sea, pensó. Sea como sea, este desgraciado siempre tiene la razón.

Desde el momento en que se convirtió en el líder de secta más joven de la historia, Jin Ling se encontraba ahogado en trabajo. Y no solo eso: los ancianos de la secta iban tras de él susurrando consejos que no pidió, duplicando su servilismo, sonriendo demasiado.

Él sabía perfectamente lo que pensaban tanto los ancianos como los discípulos de la secta: una joven dama como él no podía ser su líder.

Odiaba admitirlo, pero aunque había recibido la educación adecuada, prefería estar jugando con sus amigos que en esa habitación llena de libros polvorientos y papel viejo.

¿Cómo regresaría él a la secta su antiguo esplendor si este se basaba en mentiras desde el principio?

Pensó en su padre y en su madre: si ellos hubieran vivido, quizás, las cosas serían distintas.

—¿Encontraste alguna forma de arreglar este desastre? —preguntó una voz atronadora en la entrada del salón. Jiang Cheng había entrado sin que Jin Ling se diera cuenta.

—¡Tío! —exclamó, sobresaltado—. Llegaste.

—¿Soy un fantasma acaso, A-Ling? —Jiang Cheng acarició el anillo de plata que contenía a Zidian y miró a su sobrino. —¿Qué es esto de llamarme «tío»? ¡Ahora eres un líder de secta!

No obstante, Jin Ling no se inmutó.

—¿Qué es eso de llamarme «A-Ling» si soy líder de secta ahora, tío? Las formalidades las podemos dejar para las reuniones oficiales. Gracias.

En otro tiempo, Jiang Cheng se hubiera enfurecido, pero ahora sentía un ligero cosquilleo en el corazón. El niño había madurado bastante en los últimos meses, pero todavía conservaba rasgos de su infancia reciente. Tal como él en su momento, tuvo que hacerse adulto de forma precoz. Podía ver sus ojeras y su cansancio, por lo que no tuvo suficiente animosidad como para decirle el verdadero asunto que lo había traído allí.

—Responde mi pregunta —dijo en su lugar—. ¿Encontraste la manera de resolver esto?

—Sí —contestó Jin Ling—: acudiendo a consejos de gente de bien. —Hizo un gesto de asco—. Esta secta está plagada de gente afín a Jin GuangYao, y las sectas subsidiarias nos odian. Asumo que preguntarte a ti, líder de secta Jiang y al líder de secta Lan sería un buen inicio. Supongo que estás de mi lado, tío.

—Supones bien —aseveró Jiang Cheng—. Pero dicen que el líder de secta Lan está en reclusión.

—Sí, eso lo sé. Me lo ha contado Lan Shizui. Igual, estoy seguro que puedo hablar con él en algún momento. Zewu-Jun es una persona bondadosa, y aunque tengo en mí la sangre de Jin GuangYao, yo no soy él.

En ese momento, Hada entró ladrando alegremente y voló a los regazos de su amo. Jin Ling sonrió mientras la acariciaba.

—¿Todavía no terminaste de educar a tu perra?

—¡Pero si es una niña muy buena! —protestó Jin Ling—Tío...

»... Tío. —A su mente llegaron recuerdos de Jin GuangYao. Todas esas veces que lo mimó, cuando le regaló a Hada y lo ayudó a entrenarla—. Tío... ¿Crees que alguna vez las acciones del tío Jin... Quiero decir, de Jin GuangYao fueron completamente sinceras?

Un denso silencio siguió a su pregunta. Jing GuangYao seguía siendo un tema delicado para todos. Jin Ling seguía sin poder contrastar la imagen malévola de aquel hombre capaz de asesinar a su propio hijo con la del tío amoroso que había sido con él.

—No todo pudo ser mentira —dijo finalmente Jiang Cheng. También él parecía ensimismado en sus propios pensamientos.

Poco después, una criada había traído una bandeja con una tetera y sendas tazas para el té, así que tío y sobrino pasaron varias horas discutiendo asuntos referentes a la secta.

Ya era media tarde cuando Jin Ling decidió mostrarle a su tío las mazmorras de la secta. Caminaron juntos por varios niveles mientras el más joven le iba explicando que casi todas estaban ocupadas y algunas tenían dibujadas matrices mágicas en sus puertas y, en esas, se ocultaban a los prisioneros más importantes.

—Espera —lo interrumpió Jiang Cheng—. ¡¿Trajiste aquí a Wei Wuxian?!

—¡No creas que fue fácil! —saltó Jin Ling—. ¡Siempre está con Hanguang-Jun! Es, es, es... ¡Solo vino aquí para verificar los encantamientos, ¿vale?!

Jiang Cheng no dijo nada más. Solo siguió a su sobrino hasta una de las mazmorras de alto nivel que se encontraba cerca de una torre de vigilancia. Esta, a diferencia de las demás, no se encontraba bajo tierra, sino que discretamente disimilada como parte de los jardines.

—Wei Wuxian deshizo la matriz, pero no me animé a abrirla incluso cuando él me ofreció hacerlo por mí —explicó Jin Ling—. Al principio pensé que había un cadáver feroz ahí dentro, pero luego de examinar el espejo, encontramos que ahí estuvo todo en tiempo el General Fantasma, y ayer descubrí a un discípulo llevando comida. Está detenido, podemos investigarlo más tarde.

Mientras hablaba, quitaba las piedras ornamentales y Hada mordisqueaba la enredadera verde con flores blancas del lugar. Pronto, dio con lo que buscaba: una escalera detrás de una puerta.

Jiang Cheng de inmediato se puso en guardia y entró primero. No podía permitir que su sobrino se arriesgara. Zidian se había vuelto un látigo y brillaba alumbrando como una antorcha violeta.

La habitación era amplia, olía a plantas medicinales y a sándalo. Por un recoveco que servía como una especie de ventanuco se podían colar los rayos del atardecer. Y, en medio de todo, Jiang Cheng pudo divisar una figura que no había visto en trece años.

Ella, vestida con ropas sencillas, todavía conservaba la belleza de sus veinte años. Se veía cansada, pero orgullosa. Cuando los escuchó, tomó una bandeja de lo que sea que estuviera preparando, pero cuando lo vio, sus ojos se abrieron muy grandes y la bandeja cayó.

—¿Líder de secta Jiang? —preguntó, y toda la altivez de su expresión desapareció en sus ojos trémulos y su voz llena de duda.

Él, por su parte, había vuelto a Zidian de nuevo a su forma de anillo de plata. Su voz tembló ligeramente:

—¿Doncella Wen?

Jin Ling, hasta entonces silencioso espectador, alzó la voz sin entender nada:

—¿Quién eres tú?

.

.

.

.

Notas: Imaginen a Jiang Cheng y A-Ling un poco más calmados después de la muerte de Jin GuangYao. Quizás pasó medio año y es hora de hacer las paces con el mundo. ¿No? O, al menos, intentarlo.

¡Hasta la próxima!

08/06/20.

Madame JiangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora