Marina le dio un manotazo en el hombro. Lucas le sonrió de forma que parecía reservada para ella, tierna y como prometiendo que ninguna de sus palabras o actos estaba pensado para dañarla de alguna forma. Había olvidado la imagen de aquel gesto, pero no el anhelo de ser merecedora de él que me hiciera sentir.

El pecho me retumbaba y también la garganta, las manos me sudaban y no se me ocurría nada ingenioso que replicar, así que recurrí a mi propia sonrisa. Pero no quería que me delatase y fue bastante breve, demasiado quizás. Marina me lo confirmaría más tarde, aunque si debía elegir, mejor resultar antipática que patética.

El gesto de Lucas desapareció.

—Venid, os presentaré a alguien interesante.

Decir que me creía incapaz de impresionar a un posible futuro jefe era quedarse muy corto.

—¿Dónde está el baño? —quise saber. Marina se me acercó y me preguntó bajito:

—¿Estás bien?

—Sí, sí. Solo será un minuto.

—Ve, no te preocupes —intervino Lucas—. Te esperamos aquí.

—Gra-gracias.

Ridícula, pensé mientras me alejaba con alivio, y más que sentí cuando logré encerrarme. No podía lavarme la cara porque echaría a perder el maquillaje, que por suerte no se había arruinado con el sudor, así que me centré en secarme cuidadosamente con un poco de papel higiénico, respirar hondo y repetirme que ya había hecho lo más complicado, lo que me había impedido dormir esa última noche, y que en cuestión de un par de horas todo me parecería una tontería.

Ridícula.

Sacudí la cabeza y abandoné el baño con decisión. Era una mujer adulta, que llevaba ya varios años ocupándose de sus gastos y había conseguido que su madre dejara de intentar controlarla, no una niñata enamoradiza a la que le temblaban las piernas con la mera visión de su amor platónico. Y, por encima de todo, esa noche estaba allí para hacer contactos que me ayudasen en mi futuro laboral, no para preocuparme por un hombre que nunca me tomaría en serio.

No pude evitar alterarme de nuevo al volver a verle, pero sí que logré ocultarlo. Con la cabeza alta, le seguí junto con Marina hasta un corrito de cuatro personas: una mujer muy bonita, dos entrañables ancianos y el hombre más atractivo que había conocido. La mujer le sonrió a Lucas de una forma que me gustó muy poco. Marina besó a los ancianos con el cariño propio de los familiares bien avenidos, y es que se trataba de sus tíos; él era el hermano de su padre. Ambos formaban una pareja ideal para mí: llevaban juntos unos cuarenta años y todavía se amaban.

En cuanto al hombre, se llamaba Óscar. El Óscar mejor amigo de Lucas que era probablemente el soltero sevillano más cotizado. Sin embargo, lo que sentí cuando me saludó, cuando incluso un rato después le noté un leve coqueteo, distaba tanto de lo que Lucas me provocaba que me enfadé. No, no solo por eso. Lucas seguía cerca de aquella mujer alta y yo era incapaz de ignorarlo.

—No he tenido un buen día —me excusé—. Perdóneme un momento.

Salí al jardín y el frescor de la noche enseguida me brindó cierta calma. Pero no duró demasiado: mi corazón brincó y corrió a martillear cuando oí que alguien más abría la puerta a mi espalda. Era él. No necesitaba girarme para saberlo.

—¿Estás bien?

Lo era.

—Sí, sí, no te preocupes. Solo necesitaba un poco de aire.

—¿También te agobian las multitudes?

—Un poco, sí.

¿Bastará para que me deje sola? ¿Por qué no prolongar el momento? Después de todo, me ha seguido. Y ya no soy ninguna cría que no pueda ir a por lo que quiere solo porque no durará. Nada es para siempre.

Atado a ti (2022)Where stories live. Discover now