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Marina dijo mi nombre y volví de otro mundo.

Un segundo había bastado para imaginar cómo habría sido todo si ella me hubiese invitado a la casa de campo. Estaba bastante segura de que habría intentado seducir a Lucas y probablemente él lo habría aceptado, dadas sus circunstancias. Pero ya se había recobrado, o eso parecía a juzgar por su regreso al piso de Plaza de Cuba y a la gestión de sus empresas.

—¿Vienes, entonces? —preguntó.

—Sí, me vendrá bien, seguro.

—No quiero que estés incómoda.

—¿Qué? ¿Por qué iba a estarlo?

—Bueno...

—Marina, eso pasó hace mil años. No te preocupes. ¿Por eso no me invitaste?

—Le di muchas vueltas y al final pensé que sería peor el remedio que la enfermedad. Mi hermano puede ser muy... intenso. Además, no es que hayas buscado coincidir con él, precisamente.

A esas alturas, a punto de terminar el máster, ya sabía lo que aquello significaba. Sabía lo de su guardaespaldas, el intento de suicidio y que quien tratara de dañar de alguna forma a Marina, no acababa muy bien, como se demostró cuando Ester reapareció en nuestras vidas y yo no pude hacer gran cosa para protegerla. Y sabía que Lucas no había vuelto a tener pareja, por lo que debía de seguir amando a Alicia.

—No se ha terciado —repuse, encogiéndome de hombros—. De verdad, estará todo bien.

Lo estará. Ya no soy una cría y tengo claro que nada debo esperar de él, ni siquiera debo quererlo.

—Solo tengo un problema —añadí—. Ni idea de qué voy a ponerme.

—Pues eso es fácil de solucionar.

Pasamos el resto de la tarde en varias tiendas, buscando los vestidos más indicados para un cóctel benéfico. Bueno, eso me repetí en todo momento, mientras una idea pequeña pero insistente, como el zumbido de una mosca, me insistía que también pretendía verme lo más bonita posible, aunque no sirviese de nada. Al final me decanté por uno azul, que resaltaba mis ojos y el suave bronceado de mi piel.

Dos días después, a eso de las ocho de la tarde, su guardaespaldas nos dejó frente a la puerta principal de una de las mejores mansiones de Tomares, propiedad de un inversor de Icarus. La mayoría de los invitados al cóctel ya se encontraba allí, a juzgar por la cantidad de coches aparcados en la calle, y pude comprobarlo cuando un criado nos guio hasta el salón en el que estaban reunidos, esperando al anfitrión.

Y allí estaba él. Vestido también de azul.

Volvía a ser, al menos en la superficie, el hombre que tanto me impresionó en su día y que seguía negándose a abandonar mis pensamientos, escondido en un pequeño rincón. Un rincón que crecía en los momentos entre el sueño y la vigilia, cuando la fantasía pretendía ganarme, y que, por un instante, pareció contener el mundo entero cuando sus ojos y los míos se encontraron.

Ojos negros, penetrantes y decididos. Ojos que no me parecieron los de un viudo apenado.

El corazón me dio un vuelco terrible, cortándome el aliento, y mi cuerpo se bloqueó, igual que si me hallase frente a una fiera de la que, sin embargo, deseaba ser presa, mientras mi mente se esforzaba por mantenerme sensata, consciente de que nada razonable nos unía. Lucas se acercó a nosotras en su silla mecanizada y, pese a que apenas nos separaban unos pocos metros, me pareció que tardaba toda una vida en alcanzarnos.

—Ella es Irene —le dijo Marina.

—Me alegra verte por fin. Llegué a pensar que eras una amiga imaginaria.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora