Mi ceño se frunce.

—Venga, no sé qué código sea, pero solo debo ir a verlo, llegaré tarde. Si gusta puede escoltarme hasta la puerta de su casa.

Quiero avanzar y él me lo está impidiendo. El guardia suspira asintiendo varias veces.

—Es el lote —indica—. ¿Me puedes prestar tu identificación?

Aprieto mis dientes, repitiéndome que la paciencia hace al humano. Saco mi cartera del bolsillo trasero de mi pantalón y le tiendo mi Id. Este la coge y apunta algunas cosas, al final, termina regresándomela e diciendo que puedo pasar, con las mínimas ganas de querer seguir ahí; me obligo a dar zancadas huyendo de él.

Trato de recordar la casa y alrededor de otros diez minutos doy con ella. Después de que mis nudillos han tocado el portón varias veces, me fijo que hay un timbre a lado, ¿eso estaba ayer que vine con mi tío André? Tal vez me habría dado cuenta sino lo hubiese ignorado.

La misma señora de ayer me recibe con una sonrisa. A medias, le saludo de la misma forma y atravieso todo el jardín, a mi izquierda observo una camioneta blanca con diseños negros en las orillas de las puertas y luces.

«Por favor, yo quiero una así», pienso.

Y aquí estoy nuevamente de pie en la sala, balanceándome con mis pies mientras jugueteo con mi perforación pareciendo lo más entretenido que puedo hacer entre esas cuatro paredes.

—Buenos días, Aidan —Una voz ronca saluda a mis espaldas. Volteo al instante, viendo al hombre abrocharse los botones de la manga de su camisa.

—Buenos días —le devuelvo, asintiendo en señal de respeto.

—¿Trajiste lo que te he pedido? —pregunta, me indica con su cabeza que lo siga.

—Sí —afirmo.

Me deja pasar a —lo que parece— su despacho. Él rodea el escritorio y coge asiento, invitándome a que yo lo haga también.

—Antes que nada —inicia—, te debo una disculpa; te cité al final en casa porque mi esposa tuvo que salir por asuntos personales y los niños se quedaron conmigo, espero y no te sientas incómodo.

—Descuide —Le resto importancia.

—De acuerdo. Necesito que me des el citatorio y me cuentes bien lo que pasó, la razón por la que se pelearon, quién inició, si tuviste cicatrices o golpes, igual debes recordar si hubo presentes, es decir, testigos que puedan validar tu testimonio. No me mientas porque si lo haces; me complicarás el que yo pueda accionar ante tu caso. ¿Entendido?

Sus palabras son claras, su voz es calmada y lenta como si estuviese remarcando cada palabra con una finalidad de que comprenda a la perfección.

—Sí, está todo entendido.

—Bien —suspira, cogiendo una libreta café junto a un bolígrafo. Me extiende la palma de su mano y en mi cara se forma un gesto de confusión—. El citatorio.

—Oum, cierto, lo siento —me disculpo. El señor Beckinsale suelta una risa.

Hurgo en el interior de mi mochila y doy con este. Se lo entrego. Él le da un vistazo, leyendo detenidamente. Su ceño se frunce suavemente y rasca su barbilla. Tiene dos anillos. Uno en el dedo anular y otro en el medio. Sé que uno es de matrimonio. Ladeo la cabeza, intensificando mi mirada sobre el pequeño rodete, es de un color dorado y brilla con el reflejo de la luz.

Me pregunto de qué es el otro... ¿alguna promesa?

Retomo mi posición cuando dobla la hoja y la pone debajo de su libreta. Apoya sus brazos en el escritorio y yo esbozo una sonrisa nerviosa ante la mirada seria que me da. Si algo me ha quedado en claro, es que sus ojos verdes pueden tornarse oscuros si se lo propone, sí, qué miedo daría verlo enojado.

Si las personas fueran constelaciones [✔] | 1.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora