Prefacio

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LA LARGA MESA DE VIDRIO SE extendía frente a Victoria con toda su imponencia reflejando el cielo azul mostrado por los ventanales enormes de aquella oficina que tenía una fila de sillas de cuero en cada extremo. El ambiente dentro de esa habitación era tenso y los nervios recorrían lentamente su espina dorsal hasta llegar a la espalda baja.

Sentado al otro extremo, luciendo su tan cuidado y costoso traje en color azul oxford a juego con el color de sus ojos y cabellos rubios, se encontraba el famoso empresario Dacre Montgomery con sus ojos azules proyectando seguridad fijos en los suyos penetrándola con la mirada; sus manos entrelazadas frente a él sobre la mesa luciendo anillos de plata, su espalda se mostraba recta y su rostro duro y serio no mostraba sentimiento o emoción alguno.

Sin dirigirle la palabra hizo un movimiento. Quizás era el único que hizo en los minutos que llevaban sentados ahí y solamente fue para tomar el vaso de cristal servido con hielos y whiskey hasta la mitad. Mismo que lentamente acercó a sus labios para beber el líquido para después relamer sus labios limpiando el resto del mismo.

Al otro extremo de la mesa se encontraba aquella señorita con los labios y garganta secos esperando a que dijera una palabra. Bajo la mesa logró, con cierta dificultad e incomodidad por la ajustada tela de la falda que usaba, cruzar sus piernas una sobre la otra. Y para pasar el tiempo comenzó a morder sus labios tratando de desaparecer los nervios pero fue en vano. Lo único que consiguió fue hacerlos sangrar al quitar un pequeño pedazo de piel.

Los nervios nunca desaparecieron desde el momento en que recibió la sorpresiva llamada por parte de Esteban. La sorpresa se hizo más grande al escuchar su voz debido a que su relación nunca fue la mejor y un mal presentimiento se alojó en su estómago.

Victoria, necesito que vengas a mi oficina por asuntos urgentes. Necesito tu ayuda la voz de Esteban sonó demandante al otro lado de la línea y colgó después de dictarle una dirección que escribió en una hoja blanca—. ¿Ya lo tienes? Escucha con mucha atención...

Inmersa en sus pensamientos no notó la presencia de la asistente del señor Montgomery luciendo un vestido igual de ajustado que su falda en color negro con el intento de llamar la atención de su jefe. No podía negar que era atractivo pero, ¿Por qué las mujeres tenían que hacer eso? Un hombre buscaba una sola cosa en la vida y esa era follarse a cuantas mujeres pudiera en la vida a costa de cualquier cosa y sin importarle un carajo las consecuencias.
O al menos eso le había enseñado su padre.

La asistente de cabello largo castaño recogido en una alta coleta le entregó una carpeta oscura de piel con un bolígrafo estilográfico y tomó el vaso de cristal del empresario sentado frente a ella. Antes de salir dedicó una mirada desdeñosa a la que parecía tan sólo una chiquilla sentada en la sala de juntas de su jefe y salió de la oficina cerrando las puertas deslizables grises.

Su mirada recorría la habitación buscando algo interesante además del hombre que se encontraba frente a ella pero, para su desgracia, no había nada qué ver. Intentando pensar en algo más que no fuera encontrar la razón, motivo o circunstancia por la que se encontraba ahí un tosido que señalaba que alguien aclaraba su garganta atrajo su atención sabiendo de quién se trataba. Su mirada estaba fija esta vez en los papeles que sostenía entre sus manos acomodándolos. Lentamente se levantó de su gran silla y, con pasos firmes, caminó hacia la castaña.

—Tal vez se pregunte por qué está aquí, señorita Taylor —por primera vez le dirigió la palabra después de un buenos días. Sus paso seguían firmes pero lentos, era como un depredador al asecho de su presa.
Sus movimientos se asemejaban a una danza, una lenta y amenazadora.

—Ha leído usted mis pensamientos —armada de valor habló finalmente—. Esteban me ha dicho que necesitaba mi ayuda, ¿Sabe usted a qué hora vendrá? —aquel elegante hombre rió después de escuchar la pregunta y, de alguna manera, ofendió a la única persona que le acompañaba en esa gran sala de juntas.

—Lamento informarle que Esteban se nos unirá más tarde. Mientras tanto, me gustaría informarle de qué va ésto —el señor Montgomery hablaba despacio cuidando sus modales y palabras mientras la incertidumbre crecía más y más en las entrañas de Victoria. Sus manos sudaban y su respiración era cada vez más rápida. Los latidos de su corazón se aceleraban a mil por hora y su cuerpo, al igual que sus manos, sudaba frío. ¿A qué se refería con informarle?

El rubio ajustó su corbata y saco antes de tomar asiento en una de las sillas que se encontraba en el costado izquierdo. Por primera vez en la vida, las ganas de ver a Esteban entrando por las puertas deslizables eran más grandes que su hambre y ganas de desayunar.

—¿Quiere decirme de una vez por todas de qué se trata todo ésto? —inquirió con un tono de voz levemente elevado.

—Si usted insiste, señorita Victoria —el joven, ¿o más bien hombre?, aclaró de nuevo su garganta y extendió la carpeta de piel sobre la mesa—. Quiero contratarla para que tenga una relación conmigo.

—Una... ¿Relación? —la incertidumbre fue sustituida por la curiosidad ahogando la carcajada que tenía guardada Victoria. Se preguntaba porqué habría de contratarla para una relación, al parecer, ¿fingida? Con sus ojos verde olivo lo miró con incredulidad esperando a que continuara.

—Así es, una relación —reafirmó respondiendo la incógnita—. Novio y novia, sí usted prefiere decirle así.

Sus palabras parecían ser dirigidas a una niña pequeña e ingenua y eso le hacía hervir la sangre. Quería abofetearle con todas sus fuerzas ese bonito rostro que llevaba para arrancarle ese aire de superioridad que cargaba consigo.

—Sé a lo que se refiere, señor Montgomery. No soy una tonta, mucho menos una niña. Sin embargo, me gustaría saber porqué.

—Antes que nada, debe saber que la relación será bajo mis propios términos —concluyó con un todo de voz dominante, ronco y sensual.

Victoria levantó la mirada para encontrarse con su mirada oceánica fija en ella y una ligera sonrisa ladina dibujada en sus labios.

𝐌𝐈𝐋𝐋𝐈𝐎𝐍 𝐃𝐎𝐋𝐋𝐀𝐑 𝐌𝐀𝐍 » Dacre MontgomeryWhere stories live. Discover now