De cómo logré aumentar mi visibilidad en las redes sociales

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Robar la nave fue una tarea más compleja de lo que esperaba; porque el tremendo olor a pies sucios de nuestro grupo a menudo revelaba nuestra posición, antes de que pudiéramos siquiera pensar en atizarle a un guardia. No obstante, se saldó con una victoria por nuestra parte, celebrada con un baño doble de bicarbonato urgente (tome nota, querido súbdito lector, por si le pasa). Pronto nos integramos en la flota espacial terrestre como parte de la expedición para encontrar un nuevo planeta habitable.

Puesto que no teníamos ni idea de hacia dónde nos dirigíamos, convinimos pedirle a la IA que siguiese al resto del convoy. Esta nos mostró la belleza de nuestro sistema solar, tal y como lo había dibujado yo con tres años. Nosotros dedicaríamos nuestro tiempo en lo más importante que había, en adorarme, por supuesto. Esperábamos, también, que ese nuevo planeta contase con un núcleo en el que poder vivir bajo condiciones repugnantes. Algo me decía que me estaba olvidando de mi objetivo original —distinguirme en el ejército y buscar la gloria entre los humanos— pero me pareció más sano enterrar ese tipo de ideaciones poco productivas. No, señor, un hombre debía concentrarse en los asuntos más elevados posibles. Pensar tonterías irrelevantes no me ayudaría a destruir la racha ganadora de Ragtrds, el Conde de Alfa, en las cartas. A eso me dedicaba, cuando sucedió...

Acabábamos de salir al espacio. Me había apostado la corona contra toda su fortuna, la cual se resumía en los ahorros de media tripulación, los suyos propios y dos entradas para la representación de Romeo y Julieta en la cubierta de popa. Como dios justo y sabio que era, creí mi deber el terminar con sus triquiñuelas y lo reté al mejor de cinco. Cuando me dispuse a asestarle el golpe de gracia, escuché un violento estruendo a mis espaldas.

Resultó ser un problema con la basura espacial. Uno de los más recientes satélites de la Tierra, el que antaño fuese mi amigo Rtsgest, el cantor, había partido la nave por la mitad. Sin perder ni un segundo, abandoné mi puesto.

Como el gran dios de Greenpeace que era, empecé sujetando ambos trozos con cinta de celofán. Después, decidido a salvar el día, me coloqué mi traje espacial, proyecté mi cuerpo a la inmensidad del espacio y me posé con un ademán de hacerme un selfie sobre el casco de la nave. Pedí que me tomaran fotos para conseguir likes que me valieron para subir cien seguidores en instaspace. Numerosos elementos de peligro se abalanzaban sobre mí, con la intención de hacerme cejar en mi objetivo primordial; pero yo, con mi característica gallardía, los fui bateando con determinación y un rizo de mi pelo.

Satisfecho, abandoné mi posición y regresé al puesto de mando, dispuesto a escuchar los gritos de apoyo y alabanza de mis agradecidos compadres. En su lugar, me recibió un preocupante silencio sepulcral. Pero eso era ya otra historia.

Las espaciales aventuras del Barón de MunchausenWhere stories live. Discover now