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AURORA no ha salido del ala del hospital desde que fue ingresado. Eso sí, sólo habían pasado unas horas como mucho. Pero esas horas no habían pasado precisamente con facilidad.
Su pelo sigue enmarañado por la lluvia, el escarlata y el dorado hace tiempo que han sido sustituidos por un nervioso blanco ceniza. La ropa se le pega, fría, al cuerpo. El rímel y la pintura de la cara se han manchado hasta quedar irreconocibles. Los ojos miel están hinchados, rojos y llorosos, los labios se muerden nerviosos y ansiosos. Las mangas del jersey escarlata se agarran con manos temblorosas, una de las cuales sostiene con ternura la del chico caído. Prometiendo no soltarlo mientras duerme el día.
Aurora Black tiene miedo y, al igual que su padre a su edad, no quiere demostrarlo. Cada vez que alguien viene a ver cómo está, se limita a negar con la cabeza, a limpiarse los ojos a toda prisa y a forzar una sonrisa, aferrando un poco más su chocolate caliente; está segura de que Madam Pomfrey ha introducido en el un calmante o una poción para dormir, pero se lo bebe igualmente.
El ala del hospital le produce una ansiedad innegable. Tan ansiosa que prácticamente le apetece fumarse un cigarrillo para calmar los nervios; si tuviera la confianza necesaria para separarse de su mejor amigo, probablemente ya se habría escapado para fumarse un cigarrillo.
Las paredes blancas e inmaculadas, que están desconcertantemente limpias para ser un hospital. Los suelos pulidos, que parecen temblar de asco cuando el barro de la cerilla gotea sobre ellos. El olor mortal a cloro que recorre la habitación. Por no hablar del elemento de limpieza que parece eludirte una vez que entras en la sala con recelo. Los corazones de las carreras se llevan abiertamente en las mangas de punto. No parece natural que una habitación diseñada para ser tan curativa y pacífica esté tan llena de preocupaciones.
A su lado, sus amigos hablan en susurros. Recelosos de despertar al maltrecho y magullado chico Potter o de alterar la nerviosa bomba de relojería que es Aurora Black.
