tres

16 3 1
                                    

Un dolor asqueroso inundó toda mi cabeza, no me atrevía ni a abrir los ojos cuando escuché a un par de pajaritos cantar.
Mi mente era un laberinto, o una enredadera, o una bomba nuclear a punto de estallar.
Me puse la mano en la frente para ver si tenía fiebre, pero nunca he tenido ni idea de cómo funcionan esas cosas que solo saben las madres y lo dejé estar. Me moví de posición aún con los ojos cerrados, me estiré todo lo que pude y me animé a ir abriendo los ojos poco a poco.

Conforme los iba abriendo me venían a la mente las estupideces de anoche.

Aquella farola estaba indefensa y realmente me sabía mal, sobre todo para quien estuviera viendo aquel espectáculo.

Me acordé de las risas tontas y me fue inevitable no echar una risita por lo bajo.

Abrí los ojos de golpe y me incorporé rápido quedándome sentada en la cama.

Mal Amy, mal.

Me estremecí cuando el dolor de mi cabeza estalló por todo el cuerpo dejándome dolorida y pesada.

—Hola resaca—gruñí por lo bajo.

El sobresalto ocurrió al acordarme de un pendejo guapísimo, Nate.
Miré a todos lados esperando no encontrármelo y gracias a los cuernos de satán estaba sola. Una sonrisa de labios cerrados apareció pequeñita en mi cara.

Amy normal había pateado a Amy borracha antes de hacer cualquier tontería.

Me volví a tumbar pensando en si ducharme o quedarme un rato sin hacer nada, que eso se me daba muy bien.
Debían de ser las cinco de la tarde y siendo domingo, mi abuela estaría con Anne, una vecina de más o menos su edad. Esa mujer era realmente increíble, siempre estaba ligando con los jubilados y tenía frases para cualquier ocasión.

Y cuando creía que ya podía cantar victoria por el gran triunfo colosal de estar sola en casa, ya que nada me gustaba más que eso. La puerta se abrió.

Nate entró sólo con los vaqueros puestos, andaba descalzo y al no llevar camisa se podía observar todo su torso desnudo.

Tenía cuerpo de gimnasio, no de aquellos a los  que se les marcan hasta las venas sin hacer fuerza alguna, él estaba al punto. Toda la figura que le fue otorgada por derecho divino se pulió gracias al fútbol americano.

Ese travieso de ahí era un amante del deporte , lo demostró con destreza en el instituto y gracias a aquello posteriormente consiguió una beca para la Universidad de los Jardines Breinton. Vaya que es un partidazo, nunca mejor dicho, je.

Mis ojos se salieron de sus órbitas al verle , me quedé con la espalda levantada y la apoyé en el cabezal.

Estaba bien mosqueada y bien ceñuda.

Sin embargo, él se estaba revoloteando el pelo con la mano mientras cerraba un ojo y ladeaba la cabeza. Parecía aquel cachorro al que le hablas con tonito de bebé como si fuera a contestarte. Al observarme y encontrarse conmigo se le escapó una sonrisa picarona.  Yo seguía con la misma cara de poker al no entender nada.

—Buenos días ¿cómo te encuentras?— lo soltó como si nada, como si dormir juntos fuera algo normal para nosotros. Llevaba puesta una sonrisa tan grande que entre sus dientes se podían ver las risas que se estaba guardando y yo no entendía el por qué.

—¿No se te habrá ocurrido dormir aquí?—escupí enfadada. Arrugué la frente y apreté los labios.

Señaló el hueco que había al lado de mi cama.

—"Dormir"—dijo haciendo comillas con los dedos.

Se me heló el cuerpo ¿Que cojones?

Esto no me podía estar pasando a mi, pero ni en broma. Mi cara se puso roja y comencé a escupir veneno como si de una serpiente me tratara.

COSTURASWhere stories live. Discover now