I: honey, the look of it was as sweet as the sound.

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Había algo trágico en la forma que Keigo se reinventaba a sí mismo; en cómo se sostenía; en su mirada cuando creía que nadie lo veía. Lucía joven y extremadamente perdido, varado en medio de un desierto donde nadie podía escucharlo gritar por ayuda.

Pero sabía ocultarlo, detrás de miles de máscaras y mentiras que se deslizaban por su afilada lengua con naturalidad y que sonaban a la más dulce de las melodías. Él sonreía a través de dientes ensangrentados, mientras suplicaba con sus ojos dorados por alguien que lo escuchara.

Keigo se había destruido en mil pedazos. Perdió sus metas, sus ideales; perdió su voz, sus pensamientos; perdió sus recuerdos. Perdió su nombre. Ya no sabía quién era o en qué se había convertido— en qué dejó que lo convirtieran.

Aún así, tenía la habilidad de iluminar una habitación entera; de ganarse toda la atención en un salón repleto de personas; de hablar más alto que los demás; de esbozar una sonrisa más brillante que cualquier otra aunque fuese terriblemente falsa.

Había algo mágico en la forma que se reinventaba a sí mismo; en cómo se perdía en las páginas de un libro; en cómo estaba dispuesto a hacer lo que sea para llegar a su meta; en cómo divagaba a cualquiera que escuchara mientras plasmaba sus ideas en un lienzo. En sus ojos dorados cuando miraba a Dabi por una fracción de segundo. 

A pesar de todo, aún quedaba tanta vida dentro suyo. Tantas ganas de vivir, tantas ganas de no rendirse. Era extraordinario, diferente a las personas con las que él se había rodeado en los últimos años, como una oleada de aire fresco en verano —y Dabi estaba enamorado de todas sus facetas, tanto que sonaba estúpido.

El estudio era pequeño, con paredes lilas y una ventana polarizada donde podía ver a la gente pasar. Su escritorio estaba lleno de bocetos, lápices y acuarelas. Una taza de café vacía descansaba sobre una pila de libros que no le pertenecían.

Incluso a través de los guantes de látex, la piel bronceada de Keigo era suave. 

Él sólo estaba allí, con el mentón reposando en sus brazos sobre el respaldo y la espalda arqueada para que Dabi pudiera hacer su trabajo. En ningún momento se quejó del dolor causado por la aguja, ni del ardor al limpiar la tinta con la servilleta de papel. Estaba ahí, apretando los dientes y tragándose las quejas. 

Dabi casi sonrió. No era todos los días que Keigo permanecía en silencio por tanto tiempo. 

—¿En qué tanto piensas? —decidió hablar él, esta vez, levantando su pie del pedal para detener la aguja. 

—En nada. Sólo- En realidad, no lo sé.

—Eso es bueno, que no pienses en nada. Me asustaría que lo hicieras. 

Keigo rió, sacudiendo la cabeza. La luz jugó con los reflejos rojos en su cabello. 

—Haga su trabajo, señor. 

La aguja volvió a trazar un camino sobre esa piel de porcelana, siguiendo los patrones de un dibujo, y Dabi lo oyó inhalar bruscamente. Esta vez, sí sonrió. 

—¿Por qué una mariposa?

Normalmente, no preguntaría la razón de alguien por hacerse determinado tatuaje. Pero Keigo era Keigo; no había algo que no supiera de él a esa altura de sus vidas. 

—¿Estamos habladores hoy? —bufó, aunque la sonrisa era palpable en el tono de sus palabras. —Pensé que te gustaría un poco de silencio. 

—Tal vez me gusta más el sonido de tu voz. 

—No te pongas sentimental conmigo. 

—Jamás lo haría —rodó los ojos. Retiró la aguja de la piel y limpió el exceso de tinta con la servilleta. —¿Entonces? ¿Por qué la mariposa?

—Tiene muchos significados —murmuró, como si le agotara de sólo pensarlo. —Elige uno y ese será. 

Dabi lo pensó, porque sabía que Keigo hablaba en serio. Tarareó la canción en la radio por lo bajo, continuando con su trabajo mientras buscaba por información en su cerebro.

En Japón simbolizaba la feminidad y la juventud, si recordaba bien, pero ese significado no se oía como el indicado para él. 

—Un nuevo comienzo. 

—¿Un nuevo comienzo? 

—Sí —asintió aunque no pudiera verlo. —Los griegos creían que representaba el alma, ya sabes; el proceso de nacer, crecer y morir, y todo eso. 

—Mm —se acomodó en la silla de cuero, pegando el pecho aún más al respaldo. —Un nuevo comienzo. Creo que leí algo de eso. Me gusta. 

Pronto Dabi finalizó su trabajo. Aplicó la crema transparente sobre la irritada piel y la dejó descansar. Reprimió una sonrisa cuando Keigo corrió hasta el espejo para poder ver la mariposa de líneas rojas que ahora yacía impregnada en la piel sobre su omóplato izquierdo. 

Dabi levantó ambas cejas, esperando una respuesta, cuando Keigo se acercó a él con una genuina mueca de felicidad en su rostro. Lo envolvió por la cintura con sus brazos y recibió el beso de esos dulces, dulces, dulces, labios que fingían con todos menos con Dabi. Dedos se enredaron en su cabello, le arrebataron un suspiro y lo abandonaron a mitad del camino. 

—¿Café? —Keigo preguntó entre besos, acercándose más a su cuerpo. 

Las manos de Dabi se desplegaron en la parte baja de su espalda, donde el elástico del pantalón deportivo comenzaba.

—Sin azúcar.

El café tenía azúcar, de todos modos, cuando Keigo le ofreció una taza. Dabi le lanzó una mirada y él sonrió de lado, encogiéndose de hombros. 










DabiHawks Week 2020 - BNHA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora