3.- Metamorfosis

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Muchas han sido las veces en las que me he preguntado a cuál de mis padres me parezco más. Mi hermano dice que me parezco más a mamá. Dice que soy exactamente igual que ella y se burla. Se burla muchísimo, como siempre. Él hace de cualquier cosa una burla; creo que es su pasatiempo favorito y yo siempre soy su blanco perfecto.

Y qué bien se le da, al cabrón.

Cada vez que le pregunto que por qué soy tan igual a mamá según él, me responde lo mismo: "Porque le tenéis miedo a las arañas".

¡No me digas, hermano! No sé de quién es la culpa de que le tenga miedo a las arañas.

Apenas me da alguna respuesta diferente de todas las veces que le he preguntado. Yo que sé, por ejemplo, mamá y yo tenemos el mismo color de pelo, el mismo color de ojos... Esas cosas que suelen decir la gente cuando te ven de pequeño y dicen: "¡Wow, eres clavadito a tu madre!"

Por eso ya no sé si fiarme de Nathan. Nunca lo he hecho, en nada, él me enseñó a que fuese así; por ello tampoco debería fiarme de él en esta cosa tan banal.

De hecho, Nathan se parece a mamá en el carácter. Ambos son huesos duros de roer, no se achantan por nada y son demasiado cabezones. Mamá siempre está de mal humor por algo (como Nathan). Siempre está resoplando porque la habitación nunca está lo suficientemente limpia o porque no hemos hecho las tareas que ella nos encomendó de la manera que ella quería. Pero, a pesar de que Nathan y yo la tenemos frita, es muy cariñosa y atenta. Creo que esa parte de la personalidad de mamá no la heredó mi hermano, porque él nunca ha sido cariñoso. Más bien cruel.

Al menos conmigo.

Papá es más independiente. Él suele ser callado y reservado. Quizá esa parte sí la heredé de él. Suelo aislarme en mi habitación por horas, perdido en mis mundos, y normalmente no soy alguien charlatán, soy demasiado tímido. Esa faceta de mi solo desaparece cuando estoy con personas de confianza. Mi madre siempre está rodeada de amigas y conocidas. Le encanta salir y disfrutar del buen tiempo. En eso es igual que Nathan.

Nathan es popular en la universidad, y siempre lo había sido en el instituto. Tiene un montón de amigos, le encanta salir por las tardes a jugar al billar y a tomar un par de cervezas con ellos, y cuando sale los sábados, siempre llega de madrugada chocándose con todos los muebles del pasillo. Todos los sábados tengo que ir a socorrerle para encubrir de que ha vuelto más tarde de la hora acordada, y siempre que Nathan me pide que mienta a mamá porque quiere ir a ver a su "novia" a altas horas de la madrugada, le cubro las espaldas.

Supongo que de eso se trata ser el hermano pequeño, ¿no?

A pesar de todos mis esfuerzos para que él me quiera un poquito y me respete, nunca parecen ser suficientes. Él nunca me ha dado un abrazo, si quiera cuando éramos niños. Nunca ha jugado conmigo, nunca me ha ayudado en los deberes. Nunca me ha defendido de los matones del barrio colindante al nuestro, y nunca ha venido a buscarme si no había algo de su interés detrás.

A mis dieciocho años, sigo esperando ese día en el que el orgulloso de Nathan me diga un "te quiero" o un "gracias" en vez de un "lárgate, pringado."

Cuando llega a casa con sus amigos, me ordena (me amenaza, más bien) que no le moleste mientras el está ocupado jugando a la consola en el salón. Eso quiere decir que no puedo bajar las escaleras hacia la cocina para merendar, o simplemente para tomar un poco de té helado que papá prepara todos los viernes. Una vez cometí el error de hacerlo, y me estuvo doliendo el brazo alrededor de dos semanas.

52 retos de Escritura // 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora