velas.

327 19 24
                                    

El otoño siempre había sido la estación favorita de Manuel. El ruido que se provocaba al ir pisando las hojas amarillas mientras caminaba por las calles de Madrid era algo que amaba con su alma. La gente pasaba. Extraños para él de la misma forma que él era extraño para todos ellos. Madrid podía ser una ciudad muy solitaria, que guardaba secretos gigantes y, de alguna forma, lo entendía. Lo entendía más que él a la ciudad. Luego de haber vivido 8 años en Buenos Aires por sus estudios, volver a Madrid 2 años atrás había sido como llegar a una ciudad completamente nueva. Las dinámicas, las relaciones, las costumbres, todo ya había mutado. No era la misma ciudad que dejó a los 18 y, a la par, nada había cambiado más allá de él mismo, de su percepción, de su realidad. Pisar Madrid a los 26 años lo había sacudido. Hoy en día, con ya 28 años arriba, se había adaptado nuevamente. Ya volvía a ver a su ciudad con esos ojos de amor con los que uno ve a la ciudad-cuna en donde realmente siempre perteneció.

Así que sacó su cámara, esa chiquita que siempre tenía en su cartera, y comenzó a capturar varios rincones de aquella plazoleta por la que estaba transitando. Las familias desconocidas jugando, con niños riendo y niños llorando. Padres enojados, padres felices. Amantes en bancos, amantes de bancos. Gente de traje, gente sin traje. Sonrisas de verdad, sonrisas de mentira. Hojas que caían, hojas que morían. Edificios que se encontraban, edificios que se fundían con las calles llenas de vehículos. Nada lo apuraba más allá del frío que traía la noche que estaba cayendo. Cuando supo que ya había sido suficiente, y que la luz natural no daba para más, emprendió nuevamente su regreso a casa.

Llegó a la puerta del edificio y subió de forma automática. Corrió escaleras a arriba con la necesidad de llegar a alguna fuente de calor, porque otoño podía ser muy frío cuando estabas solo por la calle. Con mejillas coloradas y jugando con los dedos en un intento inútil de calentarlos, llamó a la puerta.

—Ya va —Escuchó una voz dentro. Manuel bailaba en sus pies esperando para entrar.

A los segundos la puerta se abrió. Detrás estaba Carmín, su compañera de piso y mejor amiga, cubriéndose apenas con una toalla el cuerpo y otra el cabello. El calor de la calefacción lo golpeó enseguida. Carmín olía a limón.

Siempre olía a algo diferente, pero siempre era algo lindo. Hacía ya 2 años que estaban compartiendo piso y Manuel no recordaba un día que Camarín no oliera bien.

—Me estaba duchando —Dijo la mexicana mientras lo dejaba pasar, moviéndose a un lado.

—Joder, no me había dado cuenta —Le respondió sarcástico mientras tiraba su cartera sobre el sofá más cercano a la puerta. Ella lo miró varios segundos. Parecía preocupada— ¿Qué pasa?

Carmín suspiró y Manuel se tensó.

—Llegó un sobre. Bueno, dos sobres —Comenzó a caminar lentamente por el piso de la sala de estar donde vivían— Mejor siéntate. —Le indicó señalando el sofá de dos cuerpos color azul marino donde él había tirado su cartera recién.

Le hizo caso sin pensarlo mucho. Lentamente, y mirándola con cautela, como si en cualquier momento Carmín pudiera estallar en mil pedazos, se sentó y comenzó a sacarse su abrigo.

—¿Qué está pasando? —Le preguntó. Ella no parecía ser capaz de mirarlo a los ojos— Carmín, me estás asustando, tia.

—Mejor leelo tú —Le dijo señalando la mesa de café que Manuel tenía enfrente— Yo me voy a vestir ¿sí?

Sobre la mesa, que Carmín mantenía llena de revistas y de velas, todas encendidas, se posaban tranquilamente dos sobres blancos que estaban escritos con una caligrafía extremadamente fina. La mente de Manuel viajó enseguida a la más triste de las posibilidades. Esos "Manuel Gutiérrez" y "Carmín Laguardia" podían significar un montón de cosas. Consumido por la ansiedad tomó su sobre y rompió el sello.

too late to say goodbye -binuel/carminuelWhere stories live. Discover now