2.

63 3 0
                                    

2.

El olor a pan recién horneado atraía hacia la panadería a los pocos vecinos que aún quedaban en el pueblo. La fachada en tonos blancos y pastel endulzaban la mirada de los que pasaban frente a ella. En el interior un mostrador enorme lleno de bandejas de dulces, tartas y bocadillos varios. El chocolate predominaba en casi todos los dulces, en todas sus texturas y variedades. Los vecinos se acercaban a ciertas horas puntas a buscar pan caliente, que se seguía haciendo de la misma manera desde hacía más de cuarenta años, en un horno de piedra, conservando ese aroma y sabor tradicional que tanto gustaba a todos.

 - Lucy, son casi las tres de la tarde, por que no vas a descansar un rato, llevas desde las siete de la mañana trabajando sin parar, si quieres yo puedo cerrar la tienda hoy. ¿qué te parece?

- De acuerdo Sarah, realmente me hace falta. Me voy a descansar, no cierres mas tarde de las siete. Me cojo unos pasteles para llevárselos a Linda Rain, que se que le encantan, y se me hace raro no haberla visto hoy por aquí. Gracias por todo, si quieres pasa un rato después por mi casa, pero llámame antes por si estoy en el granero.

- ¿Cuándo vas a perder la costumbre de ir a leer a ese granero? Un dia se te van a caer encima los cuatro palos que le quedan en el techo.

- No te preocupes tanto por mí Sarah, sabes que me encanta leer desde que era una niña y en este pueblo cada vez se hace mas difícil hacerlo sin que álguien te interrumpa. Y con respecto al granero, te puedo asegurar que mucho a de moverse la tierra para que ese bendito lugar se venga abajo.

Sarah esbozó una leve sonrisa y despidió a Lucy con un suave movimiento de muñeca mientras ésta se alejaba de la puerta acera abajo. Lucy hizo una pequeña parada en la librería del pueblo para dejar a Martin los pasteles para su madre. Le encantaba el olor a nuevo de los libros, siempre empezaba leyendo la última frase, y pasaba unos segundos dándole vueltas a la cabeza imaginando como podía ser la historia.

 - Hola Martin, le traigo a tu madre unos pasteles. Te quería preguntar por ella, porque me extrañó no verla hoy por la panadería.

- Gracias Sarah, hoy se levantó un poquito mala de la garganta, pero ya se va encontrando mejor. Le voy a mandar estos pasteles, con mi primo, seguro que le encantan.

Al primo de Martin le encantaba ir a hacer los deberes a la librería, y pasaba horas sentado en el suelo mordiendo el lápiz, aunque ya había terminado los deberes, lo hacía por estar allí. Cuando escuchó a Martin decirle eso a Lucy, se levantó de un salto, cogió la bolsa de pasteles que estaba encima del mostrador y salió corriendo hacia casa de su tía.

 - Tengo aquí el último libro que me pediste por si te lo quieres llevar.

- Gracias Martin, a ver si luego me puedo escapar a leer un rato. Dale recuerdos a tu madre, y que se mejore pronto. Por cierto se me olvidaba, ¿cuánto te debo por el libro?

- Nada mujer, tú me traes una bandeja de pasteles y te preocupas por mi madre, creo que con eso ya queda todo pagado, estamos en paz.

Lucy salió en dirección a su casa, se había entretenido hablando con Martin más de lo que esperaba. Estaba contenta por haber salido antes, y eso se le notaba en la forma de andar, iba casi dando saltos. Quería aprovechar la tarde para dar de comer a sus animales y escaparse un rato a leer el nuevo libro que le había conseguido Martin.

 Llegó a su casa enseguida, no estaba muy lejos de su pastelería. Las explanadas de manzanos rodeaban la casa dando una sensación de arropo constante, y proveyendo de fruta fresca y cobijo a toda clase de animales silvestres. La casa era de madera, unos cien metros cuadrados, se dividía en dos plantas, abajo tenía un pequeño porche, un salón enorme, y un baño. En la parte alta otro baño y dos habitaciones con terraza, una de las habitaciones la utilizaba de vestidor.

Eternamente JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora