―Es difícil desprenderse de lo que te ha acompañado durante mucho tiempo, ¿verdad? A veces, hasta resulta cómodo depender de eso, y olvidas porqué llegaste en primer lugar. Seguro que hay galletas mejores que esas que tanto te gustan.

―Sí, seguramente.

No dije más. Me despedí de mis tres silenciosas compañeras y levanté la mano para estrechar la de Olivia. El toque me resultó reconfortante, maternal.

―Te deseo mucho bien, y si alguna vez lo necesitas, no dudes en buscarme de nuevo.

―Gracias por todo.

Sonreí.

Estaba feliz.

Casi estaba a punto de darme la vuelta para retirarme cuando un pensamiento me asaltó.

―¿Usted diría que soy una persona mentalmente estable ahora?

―Lo suficiente.

―¿Me lo puede dar en un documento por escrito?

―¿Y eso? ―preguntó ella con extrañeza.

―Lo necesito para los papeles de una boda.


*


A pesar de que al inicio la idea de terminar la terapia me pareció más una recomendación, con los días entendí que ya había planeado regresar a mi país desde hacía varias semanas y terminar mi proceso era lo último que faltaba. Había investigado cómo convalidar el avance de mi carrera en otra universidad y llevaba días pensando sobre cómo volver a tener esa independencia económica que años atrás había sido mi escape. Mi padre me aseguró que él me ayudaría en lo que necesitara, pero prefería utilizar esa ayuda el menor tiempo posible.

Mi relación con él era mucho mejor, ya no sentía esa necesidad de confrontarlo por lo mínimo. Disfrutábamos una relación pacífica que, en ocasiones, se permitía muestras de cariño. No era ni sería la relación padre e hijo perfecta, el pasado no se podía borrar, después de todo, pero tampoco estaba mal. Sabía que podía contar con él cuando lo necesitara y eso aligeraba mis pasos.

Una caída cuando uno tiene a alguien que le tienda la mano es solo un tropiezo.

Terminé de cerrar mi última maleta y me giré para mirarlo.

―No tienes que irte ahora ―dijo mi padre, con un tono derrotado―. Puedes esperar a que acabe el año.

Yo me levanté para mirarlo a los ojos.

―Gracias, papá.

La sorpresa pobló su expresión al escucharme.

―Pero quiero regresar a mi país. Me gusta estar contigo, pero nunca terminé de acostumbrarme a este sitio, quiero... volver a mi normalidad.

―Sí, entiendo eso.

Sonreí. Me apenaba un poco dejarlo, pero sabía que él lograría acostumbrarse pronto. Tenía una nueva pareja y de seguro querrían vivir juntos pronto. No estaría solo.

Lo noté abrir los labios y volver a cerrarlos. También alzó un poco sus manos, pero las bajá, como si intentara alzar unas alas. Yo contuve una sonrisa burlona al notar sus reacciones torpes.

―¿Te puedo dar un abrazo? ―le pregunté.

La expresión de su rostro cambió, y su pecho creció como si escondiera algo en él. Entendí cuando me rodeó con sus brazos que de verdad quería que fuese feliz.

| Completa | Vecino de númeroWhere stories live. Discover now