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2002 – Edad de diez años.

MonsterWoods se había empecinado en hacerle creer a mis padres que yo tenía algo llamado trastorno explosivo intermitente, y por esa razón, me había medicado unos exagerados antipsicóticos que, desgraciadamente, estaba obligado a ingerir, ya que h...

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MonsterWoods se había empecinado en hacerle creer a mis padres que yo tenía algo llamado trastorno explosivo intermitente, y por esa razón, me había medicado unos exagerados antipsicóticos que, desgraciadamente, estaba obligado a ingerir, ya que había descubierto que mis padres las ocultaban en los alimentos. Yo no era un niño tonto.

Pero no conforme con eso, también quería que empezara una psicoterapia experimental. Pero a esas cosas yo ya no podía prestarles la atención que quería. Mi insistencia por permanecer en las conversaciones que mantenía mi madre con ese monstruo, era lo que me hacía informarme de lo que querían esconderme, aunque se tratara plenamente de mí. Y obvio, yo estaba muy interesado en cualquier cosa referente a mí.

―Doctor, estamos seguros de que queremos tratar a nuestro hijo. En sus manos sé que esto se solucionará ―dijo mi madre ante el nuevo informe, hablando también por mi padre ausente.

Él había dejado de asistir a mis sesiones hace bastante tiempo. No lo juzgaba, después de todo, yo tampoco tenía ganas de ir... aunque pensándolo bien, el único que parecía tener ganas de estar en ese lugar, era el hombre con la bata blanca y mirada oscura.

MonsterWoods no paraba de mirar las manos temblorosas de mi madre, retorciéndose unas a otras mientras estaban apoyadas sobre el escritorio. Yo a veces pensaba que mi mamá necesitaba un descanso eterno de mí, pero yo no tenía la culpa. Ellos me habían concebido.

―Es lo mejor que puede hacer, vamos a hacer lo posible para buscar una solución. ―Se detuvo a mirarme y sonrió, mostrando sus monstruosos colmillos―. Lo posible, y mucho más.

―Es lo que creo ―agregó nuevamente mamá, y volteé a verla un segundo―. Y... no será contraproducente, ¿verdad? Es decir, confío en usted, pero es la salud de mi hijo la que está en juego...

―No está en juego nada ―interrumpió el hombre, mientras en un movimiento rápido, apoyaba una mano sobre las de mamá, que estaban rojas por la presión que había ejercido al apretujarlas una y otra vez―. Esto no es un juego, su salud está en manos de los mejores expertos de la ciudad. Si lo que le preocupa es la palabra experimental, podemos cambiarla por prueba, aunque en realidad todas las veces que recetamos medicamentos son pruebas, ya que cada organismo reacciona de manera distinta.

―No es la palabra lo que me pone nerviosa ―contestó mi madre, sacando disimuladamente su mano, para acomodarse el cabello―. Lo que no me gusta es saber que mi hijo será sometido a esos estudios y consumir tantos medicamentos... es tan pequeño.

―No soy un chiquitín ―informé, haciendo que el doctor MonsterWood volviera a notar mi presencia y dejara de mirar a mi madre; al sentir su mirada sobre mí, me invadió la incomodidad y el pánico, pero no quería que él lo supiera―. Y no les tengo miedo.

Mi voz, aparte de rasparme en la garganta, sonó a pura inseguridad, lo que provocó una risa burlona del doctor.

Imbécil.

―Aunque te sorprendas, hay muchos niños con su condición que son tratados por nosotros. No estamos haciendo nada fuera de lo normal ―prosiguió, como si yo no hubiese dicho nada, y peor, quitándome el derecho a opinar sobre algo que harían en mí.

De todos modos, pude sentir cómo esas palabras reconfortaban a mi madre, pero a mí todo lo que venía de él me molestaba. Lo odiaba, aunque livianamente, casi sin fuerzas.

Desde que empezó a medicarme, me sentía abrumado. No sentía ánimos para nada, y me había vuelto muy retraído. Cuando algo me molestaba, ya no reaccionaba de manera violenta, sin embargo, lloraba de impotencia. Aunque mis lágrimas no solo eran de rabia, a veces también eran de tristeza, amargura, o desesperación.

También había momentos en que me quedaba sin aire, sentía un dolor profundo en el pecho y pensaba que iba a morir. Y mis padres no sabían qué hacer conmigo. ¿Por qué no simplemente me dejaban morir? Pensaba que dolería menos que lo que me hacían.

Eso hacía que no parara de llorar por muchas semanas, tampoco quería comer, y solo quería estar recostado en la cama mirando películas; lo que causó varias descompensaciones y la pérdida de todo un semestre escolar. Gracias a todo eso existía también mi consumo de vitaminas.

Entonces lo que sospechaba era que me estaba convirtiendo en un monstruo, que lo que hacía el doctor Woods conmigo me transformaba en algo que no quería ser. Como aquella película de Hulk, salvo que yo no veía verde, sino negro.

Volvieron a hacerme un estudio para saber qué químicos producía mi cerebro, y cuáles podían aportar de manera manual, y yo solo me dejaba hacer, ya me había resignado después de varios intentos de escape. No me gustaban las inyecciones, y menos me agradaba saber que mi madre autorizaba eso.

Un resentimiento amargo empezó a crearse en contra de todas las personas de mi entorno, empezando por aquellos que creían que podían determinar qué estaba mal conmigo, como si yo fuese tan solo un objeto al que le faltaban unos arreglos, y se tomaban la molestia de escribir también mis instrucciones.

Luego estaban mis padres, parecían preocupados, pero demostraban que les daba igual. ¿Por qué permitían y autorizaban que ellos me trataran como a un muñeco? ¿No se daban cuenta cuánto me molestaba estar en esa situación? A veces pensaba que no veían mi sufrimiento, y eso me motivaba a no mejorar. Quería notar su culpa, que se sientan tan mal con todo lo que me pasaba, que descubran que el MonsterWoods solo era un mentiroso, que me abracen y me pidan perdón por no creerme a mí.

Quería volver a llorar. Quería llorar para siempre, ahogarme en mis propios sollozos, dejar de respirar y que el dolor destrozara mi cuerpo, lo rompiera a pedazos y así poder salir al exterior, para que dejara de dolerme a mí, y en cambio, les doliera realmente a todos los culpables.

―No me interesan los demás niños ―terminó diciendo mi madre, interrumpiendo mis desvaríos y limpiando mis lágrimas mientras me acariciaba sobre mis sollozos silenciosos―. No quiero que mi niño sufra.

La caja negraWhere stories live. Discover now