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―Lo hiciste estupendo, Sam ―dijo el imbécil una vez que terminó de leer mi recuerdo―. Pensé que no te vería hasta la siguiente semana… La idea te entusiasmó, ¿verdad?

―Seh ―contesté desinteresado.
La verdad es que había pasado menos de media hora desde que me alejé de su consultorio dispuesto a escribir.

―¿Vas a seguir haciéndolo, verdad?

Lo miré confundido por un momento, sin saber a qué se refería.

―¿Haciendo qué?

―Escribiendo tus recuerdos, Sam.

―¿Debería escribir más? ―cuestioné sorprendido―. Es lo único que tengo… ¿No es suficiente?

―No, Sam. El proceso es un poco más extenso. ―Bufé, había pensado que todo acabaría ahí―. Pero ahora es un poco más fácil. Podemos seguir a partir de lo que escribiste. ¿Recuerdas lo que ocurrió después?

―Imbécil ―solté antes de pensarlo, había olvidado su nombre―, lee la línea final.

Después de eso, no recuerdo más ―citó, y levanté mis manos en señal de que la pregunta estaba respuesta antes de surgir―. ¿Lo que ocurrió antes?

―Lee la primera línea ―pedí indignado, pensando que realmente no había leído nada de lo que escribí―. Es todo lo que recuerdo…

―¿No recuerdas la noche que decidiste internarte? ―Gruñí, no quería ir por ese lado―. Tal vez recuerdes algo del colegio…

―Tengo algunos recuerdos ―expliqué en susurros―, pero están sueltos. Como pequeños flashbacks de toda mi vida.

―Escríbelos a medida que los vayas recordando, luego lo ordenaremos cronológicamente… creo que también podrías aclarar la edad que tenías ―dijo el imbécil y yo asentí afirmativamente―. Lo importante de esto es que describas como te sentías en los momentos que vas contando, así como lo hiciste en esta primera memoria.

―¿Y qué pasa si escribirlo me hace volver a vivir aquellas sensaciones? ―pregunté afligido, pues era lo que me pasaba, y dolía―. La mayoría de las cosas duelen.

―Sam, tienes que sanar esas heridas. La idea es que algún día puedas recordar todo y que ya no duela ―habló y miró mis manos, directo a mis nudillos abiertos―. Mira, tienes lastimadas las manos. ¿Si toco, duele? ―preguntó, y lo miré incrédulo ante la pregunta estúpida que salió de su boca―. ¿Duele, Sam?

―Si lo tocas, sí. Es una herida abierta ―respondí obvio.

Mis manos siempre estaban lastimadas. Era un dolor al que me acostumbré a lo largo de los años, pero que aun así existía.

―A eso voy… Ahora mira las cicatrices de tus brazos ―indicó, y así lo hice. Miré las marcas que tenía y luego volví mi mirada hacia él―. ¿Si las toco, duelen?

No, no dolían al contacto físico. Pero la verdad me parecía una comparación absurda. ¿Por qué tocarías algo que duele?

―No, no duelen ―respondí―. Pero los recuerdos de cuando me las provoqué sí duelen.

Él suspiró y yo me sentí un ganador. Aunque sabía que no decía más solo porque no me veía capaz de comprenderlo. Él era igual a la mayoría.

―Sam, ¿te siguen pasando esas cosas?

―¿A qué te refieres?

―A lo que narraste aquí ―dijo señalando mi diario―. ¿Te sigue sucediendo?

―No, ya no peleo más con mi padre porque él murió ―expliqué―. Y con mamá está todo bien… ella paga mi estadía en este lugar.

―No me refería a eso…

―¿Entonces qué es lo que quiere? ―pregunté impaciente―. Sea directo, imbécil.

―¿Sigues escuchando esas voces? ¿Los medicamentos logran hacerlas callar?

Escuchar las voces me ponían de pésimo humor, pero recuerdo que no las escuchaba alocadas desde que la tenía en mi vida a ella; incluso en ese entonces no necesitaba tomar tantas pastillas.

Pero no la tenía conmigo como antes, y ella prometió quedarse a mi lado a pesar de todo.

―El llanto es sanador, Sam ―dijo el hombre que tenía en frente, mirando como un imbécil mi debilidad en su máximo estado―. No te cohíbas, todos necesitamos llorar.

―¡Cállate! ―grité,  mientras las lágrimas seguían cayendo por mi cara, sin detenerse―. ¿Tú qué sabes?

Quería que deje de doler su ausencia. Quería que todo hubiese sido diferente. Sabía que no era su culpa, que yo no le dejé cumplir su promesa, pero aun así dolía.

Siempre era mi culpa, y todos tenían razón. Me sentía como una bomba a punto de estallar; claramente nadie querría estar a mi lado cuando explote. Era peligroso.

¿De qué película había sacado eso?
No tiene importancia, porque ya había explotado hace mucho tiempo. Seguía siendo peligroso… como esos documentales sobre Chernóbil.

Me sentía patético por necesitarla. Nunca necesité de nadie, y ahora la extrañaba. Por más de que podía verla todos los días en el hospital; por más que ella viniera a verme siempre que tenía un tiempo libre y que a veces almorzábamos juntos y todo. Odiaba no tener más la posibilidad de dormir a su lado y que calmara mis sueños, poder llevarla a todos lados en nuestro Jeep, o beber mientras mirábamos una película, para luego terminar fumando hierba.

Su presencia equivalía a mil pastillas y morfina.

―Ya no sé diferenciar… hace mucho que mis fantasmas se adueñaron de mis pensamientos.




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La caja negraWhere stories live. Discover now