9. Cita a tientas. Pt. 6

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—¡No te jode el puto “mejicanoll”! “polqui“ tengo prisa, si no te rajaba “darribabajo”! ¡Farfollas! —Pero nada podía estropear el ataque de risa del alegre ranchero. ¡De amianto le hacía yo los calzones! En fin, cosas mías. A través de los agujeros del esparto vi como el Guanán se paraba a la salida rascándose la cabeza y soltando un —de seguro— inteligente discurso a sus secuaces. Casi podía escucharlo:

“El joputa sa metío en la dimensiol disconosía”.

Qué entrañable. De repente Espas volvió en sí. Entre las brumas alcohólicas de su mente tuvo un destello de... ¿lucidez?

—¡Eh, a ése de la puerta lo conozco yo...Eehh...—Antes de que elevara el tono la hundí bajo la mesa de un manotazo. Toda una experiencia liberadora, que Buda me perdone, pero he de admitirlo.

—¡Eh!, ¡Que me he hecho daño! —exclamó.

—(¡¡Más te tenías que haber hecho, so puta!!) —grité para mis adentros. En ese momento caí en la cuenta de algo grave. Mis rentas sólo ascendían a quinientas veinticinco pelas, y ese sitio no tenía precisamente fama de barato.

—¡Bueno, Jonás! —Es el nombre genérico que uso con quien tengo confianza—. Ya que te lo has pasado tan bien ¿invitará la casa, no? —dije oculto en mi parapeto de esparto.

El camarero casi revienta de risa.

—¡Esta sí que es buena, por la chamaca que me trajo al mundo! —profirió entrecortadamente.

—¿Has oído eso, pequeño?

De detrás del mantón mexicano que cubría la puerta de la cocina salió algo similar a un troll con gorro de cocinero. Parecía tener escrito en la frente “libro de deudas”. Desde luego no era mi día. Aquello era como tener que escoger entre una castración con unas tenazas o una vasectomía con motosierra. ¿Entregarme a los amorosos brazos de mi “gipsy lover” o pasar a formar parte en trocitos del menú de aquel antro? La solución... ¡Páginas Amarillas!

—Ahora vuelvo— dije, y me dirigí hacia la cabina del local sin quitarme el sombrerazo. Habría llamado menos la atención incluso con uno de Carmen Miranda. Sentía las miradas perplejas de la clientela clavadas hasta el píloro. Por suerte no había nadie que me conociera. A través de la ventana vi al Guanán que aún seguía un poco más abajo de la calle exponiendo su plan a las tropas.

Gasté la moneda de cinco duros:

—¿Radiotaxi? Sí, me manda uno justo a la puerta del Pericardio Irritable; vale, hasta ahora.

A continuación marqué el 091.

—¿Policía? Sí, mire, que soy una vecina de la calle...¡De donde está el restaurante mejicano! ¡Sí, que era para decirles que hay aquí unos chorizos que van a matar a un chaval de una paliza! ¿Qué? ¡Qué si es uno solo que no pasa “na”? ¡Oigan! ¡Qué esto va muy en serio! ¡Qué mi Paco trabaja en el Ayuntamiento! ¡Sí, que lo van a matar, dense prisa! —Mi imitación de vieja cascarrabias fue de Óscar—. ¿Qué? ¿qué cuál es el nombre de la denunciante? Rosa ¿Que qué más? Melnabo, Rosa— recé para que no lo cogieran hasta haber mandado un coche.

Efectivamente, al rato había un taxi esperando en la puerta. Yo me había vuelto a sentar, y Jalisco —que así se llamaba el “simpático” camarero— había ido a atender otra mesa. Cogí las manos de la ebria Espasmos entre las mías.

—Mira, bonita —había que aplicar sicología infantil—, te vas a ir para el coche ése blanco, ése que hay ahí en la puerta, ¿lo ves?

—¿Cuál de los dos? —preguntó ella extrañada.

—El del centro —repuse yo con seguridad—, bueno, y te vas a meter dentro, que está el tío ese tan cachas del Velouria, que le he llamado para que venga a recogerte.

—¡Eeeerrres de lo que no hay! —exclamó a media lengua, tratando de besarme agradecida, mas yo evité ágilmente su intenso aliento, para que no me decolorara las cejas.

—Hala, bonita, “pal coche”.

Tambaleándose como pudo entre las mesas, se dirigió hacia la salida, lo cual, en su estado, debía parecerle la mismísima “Ruta Quetzal”. Jalisco me miró con cara de mosqueo, pero como yo seguía allí sentado, se tragó mi sonrisa y supuso que sería otra de nuestras extravagancias. Justo cuando Espasmos avanzó hacia el coche, y el Guanán la vio y se proponía dirigirse hacia ella, llegaron los maderos. Creo que sería el primer servicio útil que me prestaban en lo que llevaba de existencia.

Ante la visión de los uniformes se calmaron los ánimos. La sirena beoda se recostó en el asiento del taxi.

—¡”Amo a vé”! —exclamó el abigarrado y bigotudo agente del orden—. ¿Qué coño es eso de que “vai a matá’ ” a uno a palos? ¿Quién quiere llevarse la primera “hojtia”? —Concluyó rezumante de sabiduría.

Era el momento.

—¡”No, siñol agente, si los palos son pa ugá al crikel”! —exclamó el Guanán sumiso, recordando sus años de aprendizaje por condicionamiento negativo.

En ese momento me levanté como un rayo, y sorteando como una exhalación las mesas, mientras a Jalisco se le derramaba la bandeja de enchiladas con queso de chihuahua fundido en la entrepierna de un cliente, salté desde la puerta del restaurante, haciendo un vuelo rasante sobre la acera y yendo a aterrizar en el interior del taxi.

—¿Dónde está el del Velouria?

—¡Arranque! —exclamé yo.

El taxista desorientado obedeció mi comando. La cara de momentáneo asombro del oficial de la policía nacional Miguel Fernández, más conocido como “El Perlán”, por la suavidad de sus caricias, fue tremenda.

—¡”Güeno”! ¿Por dónde “íbamos”?

—“Crikel, seños; pasatiempo curturar”.

Cuando me desprendí de mis últimas cinco libras, ayudé a Espasmos a bajarse del taxi.

—¿Subes? —me dijo con una sonrisa premeditada.

—¿Subes o “me subes”? —Puntualicé yo.

—Je, je, je —Con una risita se fue a apoyar en el quicio de la puerta que de los dos que ella veía era el falso. La aferré con reflejos felinos antes de que se “espatarrara”.

—Dame un besitoooo.... —exclamó con el que hacía unas horas hubiera sido un irresistible acento juguetón, acercándose peligrosamente.

—¡¡¡ECHA ‘ PAYÁ’ CON EL VERRUGOOÓNN!!!

Fin de la 1ª desgracia.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now