8. Cita a tientas. Pt. 5

Start from the beginning
                                    

Esperé unos quince minutos de seguridad, y mientras me limpié como pude la camisa; pasé revista a los daños. La peste a bilis era horrorosa, Espasmos seguía igual de ciega, y a mi dedo sólo le faltaba un cordel con una etiqueta de Revilla para ser una butifarra. Salimos a la calle. Debíamos irnos antes de que aquello estuviera plagado de folklóricas asesinas. Era injusto, John Rambo por lo menos tenía un arco con flechas explosivas y yo sólo tenía una chica explosiva vomitadora de repetición. Caminé rápidamente mirando hacia los lados, deteniéndonos antes de avanzar el siguiente tramo de calle, mimetizándonos entre la muchedumbre y las sombras. Salimos a la cervecería Grifos y avanzamos hacia la otra acera. En ese momento oí un murmullo de voces ásperas y broncas, que descendían calle abajo; estaban cerca, entre ellas pude distinguir la del nuevo jefe de mi “club de fans”. Rápidamente, justo cuando llegaron al punto en que la abertura de la avenida les permitía vernos, me introduje por una vía perpendicular. No me daría tiempo a despistarlos, a no ser que...

En mitad de la calle un chillón fluorescente de dos chiles con sombrero mejicano que tocaban intermitentemente una guitarra me hicieron ver la luz. Bajo ellos un nombre:

“EL PERICARDIO IRRITABLE”

Había oído hablar de ese restaurante de comida mejicana “para machos”, como rezaba en los folletos que repartían de comida a domicilio. Tenía fama de ser el sitio en que ponían la comida más picante de toda Córdoba. Yo no tenía particular interés en comprobarlo. Tan sólo quería confundirme con el bullicio. Arrastré a Espa hacia el sitio justo cuando los macacos iban a doblar la esquina de la bocacalle. Nada más atravesar la puerta me sumergí en una atmósfera de olores de fritangas y ajetreo.

El sitio era pequeño, pero estaba abarrotado. Como pude busqué la única mesa libre que quedaba. Las paredes estaban decoradas con grandes sombreros mejicanos, esqueletos de azúcar (es que son muy morbosillos estos cuates) y unos saquitos atados a cuerdas que hacían de contrapeso para las cartas flotantes. Como pude senté a Espasmos en un rincón y yo me senté en la esquina, de espaldas a la puerta, intentando pasar desapercibido. En el ambiente flotaba una ranchera estridente y festiva. Aquel sitio era «hortero» con furia. Como Espasmos estaba sufriendo un desvanecimiento momentáneo (quizás por el desgaste neuronal al que se había visto sometida aquella noche) quedé atrapado momentáneamente por la casposa letra de la canción:

—AAAyayayayy —El gemido mariachi típico reverberó en mis tímpanos.

—La muchacha era un chamaco

que tenía muy grande el rabo

pues resultó ser un “draaaaag”.

Una filigrana de notas de fantasía emitidas por una chillona trompeta dio paso a la siguiente estrofa.

—¡Aayy! Si listo no me ando

en vez de venir andando

habría tenido que reptaaar.

Pues, me hubiera espatarrado

y a mi recto, “redoblado”

lo tendría que llamaaaar.

Ayyyyyy —En el contexto de la canción el lamento se me antojó mucho más sentido.

—¡¡¡ De seguro soy honesto

si te digo que habría muerto

de hemorragia intestinaaaaall!!!

Comencé a tener complejo de extra de alguna pésima secuela de “Agárralo como puedas”. Aquello no era sino un vulgar plagio de un poema de un insigne literato, a ver si me acuerdo....Lorca creo que era, que dice así:

—Yo me la llevé al río,

creyendo que era mozuela,

yo me la lleve al río

creyendo que era mozuela,

¡Y resulta que era un tío

que por poco me la cuela! (al menos esa es la versión que recita siempre mi tía). Conmovido exclamé:

—¡Vaya mierda de música!

—¿Decía el señor? —Con semejante exhortación se anunció la silueta que adiviné a mi espalda. El acentazo mejicano no era fingido. La cagamos.

—¿Perdón? —contesté desconcertado para ganar tiempo.

—No, no más que me pareció oírle una apreciación sobre mi banda de Mariachi. ¿Va a tomar algo?

—No, verá, es que yo sólo voy a ....—Comencé a explicarle.

—¿Cómo que no vas a tomar nada? Pos ya te estás dando el bote, que hay mucha gente esperando para ocupar mesa. ¡No te chinga el pinche melenas, mira que no apreciar la problemática social sobre el cambio de sexo que refleja la letra! —Comenzó a mascullar el camarero para sí. En ese momento vi por el rabillo del ojo al Guanán y a un nutrido grupo de muchachos de “la parroquia del Cristo desvalijado”.

Súbitamente me di la vuelta.

—No, un momento! ¡Tráeme algo! —rogué.

—¿Algo? ¡Si quieres te puedo traer una mula con diarrea! ¡Vaya palurdos estáis hechos, lo menos cinco siglos de colonización y no sabéis pedir ni un plato de comida mejicana! ¡Dónde demonios está el intercambio cultural! ¡Descuida que yo te traeré algo! ¿Y para ésa? —dijo señalando despectivamente a Espas.

—No, a esa déjala que no tiene apetito —dije yo con una sonrisa forzada. Lo mío era mala pata, habíamos ido a dar con un mejicano resentido por el colonialismo español. Y yo estaba, como quien dice, gastronómicamente en sus manos. En ese momento el Guanán entró en el local buscándome con la mirada. Como pude me arrebujé en el respaldo del sofá de pared que nos separaba de la mesa contigua. El camarero apareció rápido como el rayo.

—Venga, machote, aquí tienes tu plato —dijo poniendo sobre la mesa lo que yo intuí que era la versión mejicana de un rollito de primavera recubierto de una salsa cuya simple proximidad hacía que se me saltaran las lágrimas.

—A...ahora lo probaré, gracias.

—¿Cómo? ¿Que “ensima” me vas a “despresiar” mi “cosina”? Ya te estás largando de aquí.

El Guanán se aproximaba lentamente indagando entre las mesas.

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now