7. Cita a tientas. Pt. 4

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—¡Vamos coño!— le dije tirando de ella por el radical OH que colgaba de su oreja.

Tras cinco minutos de travesía por el mar de cuerpos alcoholizados y sudorosos, a la altura del ecuador del pasillo, noté un revuelo de gente en la puerta que quedaba a nuestra espalda. Entre las cabezas vi abrirse un pasillito por el que avanzaba el Guanán doblado como si llevara un saco de patatas de mucho peso, y andando con las piernas tan abiertas que parecía que acababa de tomar un cursillo intensivo de hípica y tuviera rozaduras. Uno de sus amigos lo acompañaba. Miré alarmado a la puerta de alante. ¡Efectivamente! La silueta de los otros dos se dibujó en el marco de la puerta. No era tan tonto este Guanán. Entre el murmullo pude percibir claramente una maldición gitana:

—¡AAAY, “sí” te dé un “dolol” que cuanto más corras más te “duila”, y cuando pares “revientess”! ¡Te “vi” a “coltal” “er” “cuiyo” a la “artura” de los “tobillol”! Vamos Epaun— le dijo a su subalterno. En ese momento me di cuenta de que los malhechores cordobeses debían reconsiderar seriamente el cambiar sus apodos por otros menos risibles. Estaba acorralado. No tenía escape. Rápidamente me agaché, porque me pareció que aún no me habían localizado entre la muchedumbre. ¿Qué hacer? Como leí en un libro una vez, «Ichi no, ichi go», o sea, hablando en plata, una vida, un encuentro (no, no es que me dure la resaca del fin de semana, es que era un libro de japoneses).

Estaba decidido a enfrentar mi destino. Me enfilé directamente hacia la puerta que estaba bloqueada por el “Richal” y otro de los macacos australophitecus con ropa de pastillero, y cuando llegó el momento...me desvié hacia el servicio. La maniobra me había salido perfecta. No me habían visto. Sucedió el segundo milagro de la noche; un sábado a las doce, y no había cola en el meódromo de las tías. Comencé a sentirme como el protagonista de «Qué bello es vivir», con la salvedad de que a mi Ángel de la guarda le estaban llegando de nuevo las arcadas. La arrastré al cuarto de baño. Falsa alarma, las arcadas se calmaron.

Como pude cerré eché el cerrojo, porque el sitio era estrechísimo. Apenas había espacio para uno, cuanto menos para un dúo cuyo segundo componente estaba a punto de perder la verticalidad. El mobiliario era sencillo, un lavabo, un inodoro, y mierda hasta los topes. El suelo estaba recubierto de esa película peguntosa que se forma en las fiestas cuando se derrama el Whisky. Unas heces flotaban en la inundada taza con aire festivo aunque apestoso, como diciéndome:

—¡Hoola! ¡No tires de la cisterna, que está rota!

La gente debía haber meado en todos los rincones de aquel habitáculo menos en la taza, como denotaban los chorreones amarillentos que proliferaban en profusión y la peste a orines. Hubiera dado mi vida por tener en ese momento como mascota al pato de W.C.. Había mocos pegados en los azulejos y tubos de plástico machacados en el suelo. Aquello parecía una trampa de una película de Indiana Jones; faltaban las cobras.

Espasmos comenzó a agitarse.

—Estate quieta, Espas— susurré, tratando de oír a través de la puerta.

Sólo se oía el murmullo de fuera amortiguado por las láminas de madera. De repente se hizo el silencio. Un tenso silencio. El corazón comenzó a latirme en la garganta. El sudor comenzó a caerme por la frente.

—¡Me cago en la “putal” !— la voz gutural atravesó el silencio como un cuchillo —¿Dónde coño “sa’metío”? ¡Ay “pol mis mueltos” que yo lo “estripo”!— un escalofrío me recorrió la espalda.

Se hizo de nuevo el silencio, debía estar pasando algo fuera.

—¿Estás enfadado? —graznó Espas inoportunamente.

—No.

—¡No qué va!, tú estás enfadado —dijo con tono etílico.

—¡Que no, estoy un montón de contento, no toco las castañuelas porque no tengo! ¡No te jode la tía! —susurré con un tono brusco.

—¡Estás enfadado! —Comenzó a sollozar—. ¿Por qué todo el mundo se enfada conmigo? —Estaba empezando a elevar el tono—. ¡Déjame salir de aquí! ¡Ya no quiero estar más contigo! —Comenzó a berrear con lacrimosos tañidos.

—Tía, que yo te quiero, de verdad. Te quiero más que a mi perra, fíijate. Pero cállate un poquito ¿Vale? —imploré tratando de contener mi nerviosismo.

—¿”Quej” eso? —Se oyó de nuevo la voz del orangután con botas camperas—. ¿No los “has’cuchao”, Epaun?

—¡Yo “no’ido ná”! —contestó el otro con voz simple y ronca.

—¡¡Eso es mentira!!¡¡Déjame “frafrí fra fí”... —Logró gritar Espasmos antes de que le tapara la boca. Espasmos comenzó a debatirse como una fiera mientras yo luchaba por mantener el equilibrio. Las húmedas paredes amenazaban con pringarme de mocos y orina. Como pude me agarré al junquillo del marco de la puerta. Temía que de un momento a otro saliera el vengador tóxico del váter y me arrastrara con él hacia el fétido abismo.

—¡Ay míralo, “ka sonao” otra “vess”! —Se oyó al otro lado de la puerta.

Oí acercarse unos pasos. Se reactivó el murmullo; el Guanán se dirigía al servicio de señoras. Mientras le tapaba la boca con una mano y la aferraba con la otra para que no abriera la puerta, el Guanán se acercaba inexorablemente por el pasillo.

De repente Espasmos me mordió el dedo.

—¡Hossstia! —grité, pues el mordisco me había pillado por sorpresa.

—¡Ah, “miralol”!¿Me “cago’n” tus “mulal”!¿”Kesta’kí metíoo”!

Estaba atrapado ¿O quizás no?

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1حيث تعيش القصص. اكتشف الآن