1. Aventuras bizarras. Pt. 1

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Pero la verdad es que el chico era rarito, y que conste que yo no tengo nada en contra de los raros, pero en todas las clases hay un raro, y éste era raro "de cojones". Le decíamos el del moco, aunque en realidad se llamaba Constantino. La cosa venía porque cuando estábamos en primero, nos sucedió una anécdota que tenía que ver con Constantino y medio kilo de gelatina de menta que le colgaba de la fosa nasal izquierda. Este es un punto importante de la historia. El tema es que estábamos preguntándole una duda a un profesor que teníamos, que era como un gnomo pero con una cátedra (por lo bajito y barbudo), y se acercó Constantino, interrumpiéndonos.

Mientras Constantino hablaba con el profesor, vimos que la mirada del 'pitufo' se enfocaba sobre cierta parte del rostro de Constantino, concretamente en su fosa nasal izquierda. Y ahí estaba, el moco más grande que había visto yo en mi vida. Era como un queso de bola pero en verde, una masa viscosa y gelatinosa que pendía entre los pelos de su nariz. A aquella cosa sólo le faltaba hablarme, debía ser un ente con vida propia. ¡Seguro! Pero lo peor era que nuestra mirada se cruzó con la del pitufo, y éste comenzó a ruborizarse de manera similar a como asciende el mercurio en un termómetro.

Era una situación de lo más embarazoso, casi tanto como aquella vez que, creyendo que caminaba en solitario, dejé escapar un "cuesco atómico", de ésos que cascan losetas, y resultó que una señora me seguía a menos de tres metros. Me sorprendió mucho el tono verdoso que adquirió su pelo... ¡y casi al instante!, en fin, creo que debería patentarlo algún día.

¿Dónde estaba? ¡Sí, claro! El gran plastón radiactivo, o "El génesis de toda materia", como lo llamamos a veces, se me antojó que comenzaba a bailar, y no lo pude aguantar más, y hube de darme la vuelta y hacer mutis por el foro, al igual que Ramiro, dejando al pitufo solo ante la masa devoradora de hombres (suerte que fuera un pitufo). Mientras estábamos comentando con Antoine si debíamos crear una nueva religión (falsa como todas), entorno a semejante portento, y proclamar su casa como zona de peregrinación, a la que sería obligatorio acudir una vez al año (en vez de la piedra negra de la Meca, nuestros adeptos verían el "mocaco verde" de Constantino), o si llamar al récord Guiness, y el estipendio económico que ambas opciones nos supondrían, se nos acercó sigilosamente por detrás el objeto de nuestras especulaciones, y, como quien dice, nos pilló cagando.

—¿Moco? ¿Quién tenía un moco? ¡Es lo mismo! Por cierto, ¿habéis visto la cara de agobio que tenía el conguito? —Otro apelativo cariñoso que le dábamos al profesor—; creo que los calzoncillos le estaban chicos... ¡ por lo menos 3 tallas! —concluyó, poniendo cara de animadora repelente de programa infantil televisivo.

—¡Qué anodino, campeón! —exclamó Antoine como recompensa a su sosa gracieta.

¿Que cómo es Antoine? Desde luego, si cada uno importante que aparece en la historia me vais a hacer lo mismo...

Nada, a éste no os lo describo, que si no esto se va a alargar mucho.

¡Bueeeno, venga! Es que si no llora el pobrecito mío.

Pues Antoine es como Carlitos Sheen, pero con los rasgos más afilados y las orejas más... desarrolladas.

¿Qué no sabéis quién es Carlitos Sheen? ¡Pues vaya lectores que tengo! (¡Uy!, se me ha escapado, I'm sorry). ¡Sí, coño, Carlitos Sheen, el de "Hot Shots", el hijo "del de" "Apocalipsis Nau"! (¡qué inglés más fino!).

Historias que no contaría a mi madre. Volumen 1Where stories live. Discover now