CAPÍTULO DIECINUEVE: PERDÍ LA CUENTA

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— ¿Seguirás molesta? —Caro vio la camioneta de León cruzar y perderse, ella metió la llave en la cerradura de su puerta pero Baptisto la detuvo, molestó. Ya estaba cansada, y solo se estaba estresando, ahora cuando debería estar plenamente feliz, había logrado lo que quería; ¿por qué se estaba comiendo la cabeza por esos tipos?

—Tú y yo no somos pareja, tú sigues viéndote con tu ex y yo saliendo con otros hombres —el italiano apretó la quijada y giró la cabeza, sacó un cigarrillo llevándoselo a la boca para encenderlo—. Eres más joven, y sigues ahí, atado por una mujer que no te valora. Así que, por favor, no vengas y trates de marcar territorio.

—Tú me gustas.

— ¿Y? ¿Qué hago con eso? —inquirió ella cansada con ese juego de: tú me gustas, quiero estar contigo y nada más—. Baptisto, eres el hermano de León y eres un tipo genial, eres mi amigo y el deseo entre ambos siempre fue palpable, pero entré a tu vida justo cuando tú estabas superando un rompimiento. No voy a esperar a que superes a esa mujer, mírame; hoy acaban de aprobar mi trabajo y en menos de un mes mis fotos estarán no solo en el país, sino en el mundo. Estoy donde quiero estar, pero no todas las personas son adecuadas.

—Caro —tiró de ella, tomando sus manos y estampando su boca en la suya, un beso lleno de pasión, le siguió el beso y luego junto su frente con la suya—. Vamos nena, dame una oportunidad, no voy a joderte más. Y si quieres formalizar, lo hacemos.

—No quiero darte una oportunidad y mucho menos formalizar. Se acabó, no sé qué teníamos, pero hasta aquí nomás —besó su mejilla y se alejó pero Baptisto volvió a tirar de ella, se aferró a su cuerpo, y ella lo empujó, pero no; él no la soltó. Dijo que no, lo dijo tres veces, pero él solo se lanzó a su cuerpo, metiendo sus manos dentro de su ropa, dentro de sus pequeñas bragas. Lo empujó, asqueada lo alejó pero él no escuchó y mucho menos se detuvo cuando sus dedos tocaron su sexo.

— ¡No! ¡Suéltame! —gritó con fuerza, Baptisto abrió los ojos cuando la chica estampó su mano en su mejilla, parpadeó y tartamudeó tratando de disculparse. La chica retrocedió, estaba temblando, pero lo enfrentó—. ¡Te dije que me soltarás! ¿Qué mierda te sucede?

—Yo, perdón, Caro yo no te haría daño...

— ¡Vete! —gritó y él pasó sus manos por su cabello refregándolo, luego pisó el cigarrillo que se había caído, la miró y se alejó de ahí. Entro con rapidez a su casa, cerró los ojos y negó. No, no iba a llorar.

Se metió rápido en el baño, estuvo ahí por más tiempo hasta que salió y se dejó arropar por las colchas, escondió su rostro, escuchó el celular sonó pero no contestó. Sabía que era él, lo sabía; podía sentirlo. Pero, no iba a disculparse, no iba a dejar pasar; Baptisto se había descontrolado.

— ¿Qué pasa? ¿Caro? —la aludida abrió los ojos al ver a su amiga ahí preocupada, sacudió las llaves y luego se giró viendo que eran las cuatro de la tarde. ¿Cuánto había dormido?—. Te llamé y nunca contéstate.

—Un poco estresada, creo que voy a enfermar —mintió, Alondra ya sabía mucho y eso, aquello que le ocurrió esa noche; debía guardarlo para ella—. ¿Trajiste comida?

—Si pecosa, vamos, levántate —la pelirroja asintió poniéndose de pie, arregló su cabello y con su pijama se sentó con su amiga, comieron mientras veían una serie se zombi, lanzaron besos a los actores y rieron. A las ocho de la noche la muchacha se fue, León saludó y Caro estuvo a nada de contarle, pero sabía que el esposo de su amiga le rompería la cara, sabía cómo ese hombre protegía a las mujeres.

Pero tal vez no sabía que de vez en cuando se le cruzaban los cables a su hermano menor.

Sonrió viéndolos partir y prometió salir en estos días. Eran fin de semana, esta vez se quedaría en casa, tomó el celular y encendió la televisión, una serie de Netflix sería ideal. Abrió los mensajes y se sorprendió al ver muchos, de los cuatro hombres.

UNA CERVEZA Y ALGO MÁS (II)Where stories live. Discover now