Y, si desanudaba el cinturón y abría aquella prenda, sabía lo que se encontraría: un par de pezones oscuros, erguidos y duros, más que preparados para sus manos y su boca...

Pensar en ello trajo una erótica imagen a su mente que provocó que su miembro se engrosara aún más. Gimió. Debía salir a trabajar en los campos de arroz aquella mañana y sería objeto de burlas en cuanto todos vieran la evidencia de su excitación no aplacada. Era sumamente complicado ocultar un abultamiento de esa índole con la ropa que se utilizaba para trabajar en los campos.

Hinata, que era plenamente consciente del debate interno de su marido porque había sido testigo innumerables veces de dicha discusión mental desde que se habían enterado de que estaba en estado, había aprendido que, en estos casos, lo mejor era no dejarle pensar demasiado. Su orgulloso zorro le diría que podía soportarlo y que no era necesario que se forzara, sintiéndose sin duda bien por creer estarla cuidando y protegiendo.

Pero ella no era una princesa delicada a la que hubiese que estar constantemente vigilando y protegiendo. Ya no. Así que echó mano de algunos de los trucos que había aprendido desde que era una mujer casada de pleno derecho.

Abrió las piernas, provocando que el cuerpo masculino cayese un poco más sobre sí. Reprimió una sonrisa al percatarse de que el movimiento había tomado desprevenido a su esposo y un escalofrío―sin duda de placer, no se permitía pensar otra cosa―lo recorría al sentir cómo sus caderas acunaban de pronto su miembro.

Acto seguido, despacio, con cuidado, llevó las manos al cinturón que mantenía cerrado y en su sitio el yukata de dormir y lo desanudó. La prenda se aflojó y ella separó los bordes, dejando al descubierto parte de su cuerpo desnudo.

Los ojos azules de Naruto se abrieron ligeramente ante semejante descaro por su parte, clavándose justo en la zona de sus pechos, donde las dos redondeces quedaban aún medio ocultas por la tela del yukata. Ahora, tan solo las duras puntas de sus pezones mantenían las solapas en su lugar, mientras el resto resbalaba sensualmente por sus brazos, dejando al descubierto sus hombros y su cuello. Tragando saliva, Naruto bajó la vista, dándose cuenta de que su sexo también había quedado al descubierto, la mata de rizos negro azulados destellando a la luz del sol de la mañana.

Aspiró hondo, volviendo a subir los ojos, recorriéndola con una mirada que Hinata solo podía calificar como hambrienta. El olor a la necesidad femenina que exudaba Hinata casi lo hizo gruñir. Sintió deseos de arrancarse la ropa, arrancársela a ella y enterrarse hasta lo más profundo de su cuerpo.

Pero no, no podía hacerlo, se dijo. Se reprimió. Hinata estaba embarazada, podría hacerles daño a ella o al bebé, y jamás se lo perdonaría si fuese así. Sin embargo, el ser sobrenatural que era, que habitaba en su interior, se moría de ganas por reclamar a su hembra. A esa parte de él no le resultaba suficiente el que ella llevase la prueba de su semilla en su vientre.

Necesitaba marcarla, reclamarla, hacerla suya de tal manera que nadie, nunca, ningún hombre, dudara de que ella ya tenía dueño y ese era él y nadie más que él.

Luchó contra sus instintos más básicos, tratando de recuperar la cordura.

Hinata, percatándose de su lucha interna, elevó los brazos hasta posar sus pequeñas y pálidas manos sobre las bronceadas mejillas de él, sintiendo bajo sus dedos cómo las marcas de sus pómulos se acentuaban y sus ojos se oscurecían, tornándose en un rojo carmesí con la pupila rasgada, señal de que su zorro la deseaba y estaba más que dispuesto a complacerlos a ambos.

Subió la cabeza haciendo un esfuerzo y juntó sus labios con los suyos. Naruto quedó quieto durante unos momentos, para sucumbir segundos después a su embriagador sabor, con un gemido de puro deseo masculino. Le sujetó la cabeza para que no se alejase de él y la recostó nuevamente sobre el futón, besándola como si le fuera la vida en ello.

Un día de inviernoWhere stories live. Discover now