Parte 4

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El sol de la mañana se coló poco a poco en la cabaña, donde yacía tumbado en el futón, de costado, con la cabeza apoyada sobre un codo y la otra mano vagando suavemente por el vientre hinchado de su esposa, bajo la yukata de dormir, que había abierto con cuidado, temeroso de despertarla e interrumpir así su descanso, que tan falta parecía hacerle en los últimos tiempos.

Detuvo su mano al sentir un ligero golpecito. Se quedó quieto, estático, con las orejas en punta y las colas levantadas, con el pelaje anaranjado erizado. Tras unos segundos se relajó; una lenta sonrisa apareció en su rostro y apoyó la palma aún más sobre la barriga de su mujer, abriendo los dedos, para abarcar lo más posible de aquella piel blanca, suave y sedosa bajo la que ahora se encontraba su hijo.

Su cachorro. Su bebé (como prefería llamarlo Hinata; bah, tecnicismos).

Le parecía increíble que en el interior del cuerpo pequeño y delgado de Hinata se estuviese gestando un niño. La atrajo hacia sí, queriendo sentir más de ella y del bebé, del calor y de la comodidad que ella le aportaba con tan solo tenerla así, con él, cálida, tranquila y dormida, confiando en que sería capaz de ahuyentar sus pesadillas o a cualquiera que quisiese hacerles daño.

La sonrisa se borró lentamente de su rostro al pensar en eso último. La placidez y la alegría siendo sustituida ahora por ansiedad.

El bebé debió de notar el cambio, la tensión en su mano, porque se revolvió y volvió a golpear dentro del vientre de su madre. Naruto apartó la mano en el acto, al sentir como Hinata gruñía y se revolvía, poniéndose ahora boca arriba. Un gemido escapó de sus labios y él hizo una mueca, aplastando sus orejas contra el cráneo. Poco a poco, los orbes perlas de su esposa se abrieron, adormilados y todavía velados por el sueño.

La vio pestañear y bostezar antes de enfocar la vista nuevamente.

―¿Naruto-kun?―preguntó, guiñando los ojos ante la luz del día que se filtraba por las rendijas del único ventanuco del que gozaba el que era su hogar.

Él se inclinó para darle un pequeño beso de buenos días en sus perfectos labios rosados. Hinata suspiró y correspondió, intentando rodearle el cuello con los brazos para acercarlo más a ella. Gimió, frustrada, cuando, su enorme barriga se lo impidió. Aquello arrancó una ronca risita a su marido, quien todavía la besaba.

―Buenos días―le dijo cuando se separó de la boca femenina., pasando una pierna por encima de su tentador cuerpo para ponerse a horcajadas sobre ella y poder así besarla con más libertad, con cuidado de no aplastarla y de no aplastar al bebé, de paso.

Hinata cerró los ojos y se dejó llevar por el beso, pudiendo ahora abrazarlo como deseaba. Naruto volvió a reír, sujetando su cabeza con sus manos para explorar su boca a placer con su lengua.

Sintió la necesidad despertar en ambos: su miembro hinchándose bajo los ropajes que utilizaba para dormir y aquel peculiar olor que solía emanar Hinata cuando... cuando lo deseaba y estaba bien dispuesta.

Rompió el beso, con la respiración algo agitada, negándose a seguir con aquello. Ella estaba embarazada, el parto estaba cerca, según las mujeres más mayores de la aldea, y él se odiaría a sí mismo de por vida si hacía algo que pudiese ponerlos en peligro, a ella o al bebé.

―Hinata... ―La joven parpadeó y se mordió el labio inferior, desviando la vista, sonrojada; ahora fue el turno de Naruto de gemir. ¡Dioses, estaba tan tentadora con ese rubor en sus mejillas, su pecho subiendo y bajando con la apresurada respiración, aquella redondez en su vientre, los pechos más llenos y sensibles, preparados para la llegada de su primer hijo, los pezones marcándose bajo la basta tela del yukata de dormir femenino...

Un día de inviernoWhere stories live. Discover now