Parte 3

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Levantó dos cajas enormes y las depositó sobre el carro correspondiente, sin apenas despeinarse, sus músculos flexionándose por los movimientos que, lejos de parecer los pesados tan característicos de los humanos, él los hacía fluidos, sin signos de cansancio o de fatiga.

Algunas mozas de la aldea soltaban risitas tontas mientras observaban a los hombres colocar las mercancías que habían de partir hacia la ciudad, para su próxima venta. Ese pequeño trabajo extra tan solo le reportaría unas pocas monedas, pero era mejor que nada. No es como si realmente él necesitase todo aquello, pero Hinata sí, se recordó.

Una lenta sonrisa apareció en su rostro mientras regresaba para continuar ayudando a cargar los costales de arroz y un par de cajas más que quedaban aún a la orilla del camino. Su esposa, su mujer, su compañera...

Su Hinata.

Pensar en ella trajo un revoloteo a su pecho. Se pasó la mano por la zona en la que le latía el corazón. Las jovencitas solteras que observaban, chillaron y susurraron entre ellas, tomando aquel gesto como una retirada del sudor que debería de estarlo cubriendo.

Para alguien como él, aquel trabajo físico era coser y cantar. Fácilmente podría cargar él solo con todo lo que quedaba para cargarlo en el cargo, sin ayuda de nadie. Suspiró, tomando dos costales de arroz más para subirlos. Eran los últimos, así que él y los demás campesinos que habían ido a ayudar se apartaron. El elegido para ir a la ciudad había sido un hombretón de hombros y pecho ancho aunque de rostro bonachón. Kizashi era su nombre. En cuanto regresara con las ganancias, repartiría a partes iguales lo ganado entre sus amigos y vecinos.

Y pobre de él si se le ocurría estafarlos, porque la encargada de llevar las cuentas daba un miedo terrible cuando se enfadaba.

Soltó otra risita al volver a pensar en Hinata. Su mujer era la única en aquella humilde aldea que sabía leer y escribir, aparte de él mismo. Pero él no tenía paciencia para los números y las letras, por lo que, al poco de instalarse en Konoha y extenderse el rumor de que los nuevos habitantes sabían hacer tales proezas se les habían encargado, casi por obligación, aquellas engorrosas tareas.

―Aquí el señor apenas repara en nosotros y no tenemos siquiera un sacerdote o sacerdotisa que atienda nuestras necesidades. ―Hinata había pestañeado, desde el umbral de la cabaña que les habían cedido a ella y a Naruto para pernoctar.

La idea era quedarse un par de días para descansar y seguir su camino. Sabía que su temperamental zorro solo se sentía a gusto en plena naturaleza, donde pudiera dar rienda suelta a gusto a todo lo que él era.

Pero decirles no a esas personas le habría partido el corazón y su siempre atento marido lo sabía. Así que, con un suspiro, la había cogido de la mano y había anunciado que, si les permitían quedarse a vivir allí, Hinata podría hacerles de escriba, si es que tal profesión podía ejercerla una mujer.

A los aldeanos poco les importó ese tecnicismo, locos de alegría por saber que, por primera vez en años, iban a tener a alguien que contabilizara los nacimientos, las muertes y que podría, además, anotar las pérdidas de los campos y escribir las cartas que podrían enviar a familiares y amigos que ahora vivían lejos.

A causa de las penurias que se vivían en el campo, muchos jóvenes, así como familias enteras, decidían dejar todo atrás para emigrar a la ciudad, en busca de fortuna o de una vida mejor.

Naruto suspiró, se aseguró de que su ilusión no se hubiera desvanecido y solo entonces salió de detrás del carro, para ir a junto de los demás, que despedían a Kizashi.

―¿Seguro que no quieres que vaya contigo?―preguntó al hombre, con el ceño fruncido.

Con sus poderes sobrenaturales podrían ir y venir en apenas un par de días. Su habilidad para comunicarse con los animales podría hacer al caballo ir más deprisa y, además, se conocía atajos y caminos que los humanos solían evitar porque implicaba en muchas ocasiones adentrarse y atravesar el bosque. Los humanos lo consideraban peligroso, pero para alguien como Naruto no supondría peligro alguno. Además, podría adormecer a Kizashi de alguna forma para que ni notara el paso del tiempo...

Un día de inviernoWhere stories live. Discover now