IV. Las respuestas

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Arthur nunca mencionó las cartas. En todas las veces que entró a los sueños de Francis, incluso si en ocasiones se sentía tentado a hacerlo, evitó mencionarlas a toda costa. Era obvio que Francis no tenía intención de mostrárselas y aunque eventualmente se enteraría de ello (al despertar, por ejemplo, cuando viera los sobres abiertos), Arthur prefería evitar que ese momento llegara demasiado pronto.

Después de la última carta, la que Arthur leyó en el parque de Montmartre, regresó a la casa de Francis, la guardó junto a las demás, y no había vuelto a tocar el paquete de cartas sin leer desde esa mañana. Ya habían pasado cuatro días. En vez de intentar comprender más de lo que le pasaba a Francia a través de las cartas (porque, como ya lo había pensado en alguna otra ocasión, esas cartas y su caja de madera eran una verdadera caja de Pandora), se concentró en hacerlo a través de los sueños. Aunque al principio había sido extraño reencontrarse con Francia, por culpa de esa carta, con el paso de los días se acostumbró a verlo sin pensar en todo lo que había leído. Las palabras de las cartas estaban ahí, en lo más profundo de su mente, pero Arthur se había convertido en un experto en ignorar la situación. En eso, pensaba, no era tan diferente de Francis, así que tampoco tenía la autoridad moral para reclamar demasiado.

En sus sueños, Francia continuaba con su actitud esquiva, en especial cuando Inglaterra mencionaba que la gente a su alrededor esperaba su regreso. En el momento en que se tocaba el tema, regresaba el silencio. Y aunque Inglaterra procuraba tocar el tema con frecuencia, para ver si Francia decidía despertar de una buena vez, no era lo único de lo que hablaban. Poco a poco, Arthur se encontró hablando con Francis de los mismos temas de los que le hablaba cuando pasaba tiempo en su habitación. Le hablaba sobre cosas intrascendentes, sobre deportes o lugares a los que había ido recientemente. A veces, incluso, mantenían discusiones civilizadas sobre arte o literatura o política o ciencia, lo que fuera que se les ocurriera en el momento.

Si era sincero consigo mismo, aquello era un verdadero respiro considerando cómo había sido su relación en, digamos, el último milenio. Inglaterra se preguntaba si, al despertar Francia, la situación cambiaría entre ambos. ¿Regresarían a ser los dos extraños que se limitaban a encontrarse y hablar en reuniones? ¿Volverían a ser los Arthur Kirkland y Francis Bonnefoy que discutían todo el tiempo, que se interrumpían y eran sarcásticos y pedantes uno con el otro? Quizá, pensaba Arthur no sin cierta amargura, las charlas tranquilas para variar, con un poco de provocación solo porque era divertido ver al otro actuar con fastidio mal disimulado, eran algo que se quedaría en los sueños y nada más.

Cuando pensaba en que su relación regresaría a ser como lo era tan solo tres meses atrás, se sentía extraño. Incómodo, podría decirse. Porque si había algo de lo que Arthur estaba seguro era que, después de leer las cartas, de convivir en los sueños y de conocer este lado de Francis que jamás esperó descubrir, él no volvería a ser el mismo.

—¿En qué piensas? —le preguntó Francis en una de las visitas a sus sueños.

Arthur se encogió de hombros ligeramente.

—En nada.

—Hmm. No tenías cara de estar pensando en nada, pero si no quieres decirme, no lo hagas.

Y tras decir aquello, Francis se recostó en el piso, con los brazos cruzados detrás de la cabeza, y cerró los ojos. Arthur se tomó su tiempo para observarlo, en silencio. No, definitivamente no podría regresar a como era antes cuando Francis despertase.

—¿Sabes hacer tarta de ciruelas? —preguntó Arthur. Francis abrió uno de sus ojos.

—Sí. ¿Por qué?

—Deberías hacerme una cuando despiertes. Y eclairs. Últimamente tengo gusto por esos. ¿O tendré que contentarme con lo que venden cerca de tu casa?

[Hetalia] En sueños, en alguna otra parte (FrUK) [Terminado]On viuen les histories. Descobreix ara