Capítulo 1

16 4 0
                                    

Los ronquidos de su compañero de celda no le dejaron dormir la pasada noche. Alejandro se levantó con más ojeras que de costumbre. Hoy, al igual que ayer, tenía un motivo por el que levantarse. Volvía a recibir la visita del periodista elegido por su madre, de entre más de doce candidatos, para escribir su historia. Se puso los zapatos y esperó paciente en su cama sentado en la litera de abajo, la llegada del funcionario de prisiones. El otro recluso que compartía celda lo miró sin dirigirle la palabra y escupió en la pila, como cada mañana.
—¡Jodida muela!—protestó asqueado el recluso mientras se tocaba la zona dolorida—. Me la voy a arrancar.
—No digas tonterías —comentó Alejandro.
—Claro, como tú estás acostumbrado a que te partan la cara, pedazo de mierda…—le contestó tajante su compañero.
La pasada noche durante la cena, un par de reclusos montaron pelea, y como no podía ser de otra forma, Alejandro acabó en medio de todo aquello. Esta vez, le habían roto el labio inferior; la última, una ceja rota y una fisura en la costilla derecha.
—Qué ganas tengo de que te metan cuatro navajazos... —susurró el joven recluso en su celda. Sabía que su compañero lo escucharía.
Éste rió exageradamente, terminó de lavarse la cara y sin perder un minuto se abalanzó sobre él. Puso sus manos en el cuello de Alejandro y presionó con fuerza.
—Vuelve a hacer un comentario como ese y te juro que te mato con mis propias manos.
Lo amenazó y escupió en la cara antes de liberarle. Se apartó y continuó como si nada de aquello hubiera sucedido.
Alejandro se levantó, procurando mostrarse lo más calmado posible. Sin dejar de mirar a su agresor, se acarició el cuello enrojecido. Se dio la vuelta y se limpió la cara con las sábanas de la litera superior.
—No estás bien de la cabeza ¿verdad? —comentó el recluso mientras se le acercaba amenazante.
En ese preciso instante apareció el funcionario al otro lado de los barrotes.
Los golpeó para llamarles la atención.
—¡Tú! Ven conmigo —le ordenó a Alejandro.
El otro recluso, sin perderse ningún detalle, los miró con desprecio alejarse por el pasadizo. Alejandro dio gracias a Dios por haber salido ileso de aquella celda. Por una vez, conseguía librarse de una paliza. Y quizá, con un poco de suerte, aquella noche su compañero habría olvidado todo debido a sus pérdidas de memoria producidas por las drogas.

El periodista lo esperaba configurando su grabadora digital. Abrió su mochila, sacó unos cuantos folios, comprobó que su bolígrafo funcionaba y miró la hora en su teléfono móvil. Su impaciencia era demasiado evidente; sabía que aquella novela iba a ser un éxito asegurado. Estaba ansioso por ponerse a escribirla, pero debía ser paciente ya que todavía era demasiado pronto para desvelar públicamente las intenciones de publicar aquella historia.  Habían demasiados buitres que podrían robarle la gallina de los huevos de oro.
Llevaba veinte minutos esperando en la sala desde que había solicitado la presencia del asesino más famoso del momento. Ordenó los folios con la transcripción del día anterior. Todo debía salir perfecto, no quería dejarse ningún detalle por preguntar. Todo, absolutamente todo, debía quedar presente en la novela. Tenía que ser perfecta. ¿Cuántos ejemplares se venderían?¿Diez millones?¿Veinte quizá? El periodista fantaseaba con la idea de convertir esa cantidad de copias en dinero, cuando el asesino hizo acto de presencia en la sala.
El entrevistador se levantó y con un sutil gesto le saludó. Alejandro no se percató de ello y se sentó sin más. El funcionario le volvió a repetir el proceso a seguir en caso de problemas con el recluso y abandonó la sala.
—¿Qué te ha pasado en el labio? —le preguntó el periodista al tiempo que cogía la grabadora.
—Eso no es relevante para la historia —aclaró Alejandro en tono distendido.
—Perdona, no quería molestarte.
—No es ninguna molestia, es que vamos justos de tiempo y no lo vamos a perder en anécdotas de penitenciaría.
—En eso te doy toda la razón —afirmó el entrevistador mientras repasaba la transcripción del día anterior—. Nos quedamos justo cuando, accidentalmente, acabaste con Rafael Sanz. ¿Qué hiciste después?¿Cómo saliste de allí?
El periodista encendió su grabadora y la puso en el centro de la mesa. Alejandro lo miró nostálgico. Le vino a la mente el recuerdo de las sesiones con su abogado. No hacía mucho tiempo de aquello y le resultaba raro el hecho de no haberlo vuelto a ver desde aquel caótico viernes. Alejandro siempre había creído que defendería sus ideales y su trabajo por encima de todo. En cierto modo, lo había decepcionado. Lo había abandonado en manos de aquellos buitres con hambre de fama.
—Tómate tu tiempo, no quiero que te dejes ningún detalle por contarme —le explicó el periodista intentando ocultar su alegría.
—¿Ya has pensando en los millones de euros que vas a ganar con las ventas de la novela? —preguntó Alejandro de repente.
—¿Cómo dices? —se extrañó el periodista alzando la vista de sus notas.
—No te estoy juzgando, otro en tu lugar haría lo mismo. Incluso yo mismo si me hubiera dedicado al periodismo. Sé que lo único que te interesa de esta historia es la cantidad de ejemplares vendidos. El robo de ideas te importa una mierda. Mientras no te pase a ti... ¿Me equivoco? —Alejandro hizo una pausa para acomodarse en su asiento—. Desgraciadamente, necesito tu ayuda. Porque mis aptitudes literarias son nulas. Así que si quiero que se sepa toda la verdad sobre lo ocurrido y alzar la voz en este mundo que parece ignorar el problema, me lo tienen que escribir. Si lo escribes bien, cosa de la que no tengo ninguna duda. Porque si mi madre te ha elegido será por algo, te vas a cansar de contar billetes.
—Pues no perdamos tiempo y continuemos.
—Sí, pero antes quiero dejar una cosa clara. Ya te lo habrá comentado mi madre pero, por si acaso, te lo digo yo también. Quiero un porcentaje de beneficios de esas ventas. Ya lo negociaremos más adelante —le aclaró.
El periodista lo miró extrañado. Sabía que iban a pedir parte del futuro beneficio, pero rezaba para que lo olvidaran, tanto él como su madre.
—Esos detalles los hablaremos con la editorial que decida publicarnos la historia. Primero hay que escribirla —le explicó el entrevistador.
—Estoy de acuerdo. Nos habíamos quedado en el interior del cuarto de baño, en aquel bar. El falso ilustrador decapitado y yo cubierto de sangre, encerrado, acorralado y confuso. Recuerdo que me quedé unos minutos observando el cuerpo sin vida, preguntándome si aquello había sucedido realmente. Todavía sostenía el hacha entre mis manos cuando escuché golpes en la puerta. Era el momento de reaccionar y escapar de allí...

Sí, fue por casualidadWhere stories live. Discover now