Dalia se hecha hacia atrás y cae al suelo, impactada. Su madre y su padre... no respiran. La sangre recorre sus rostros, manchando las sábanas que su madre siempre lavaba. No puede creer que todo eso esté sucediendo, no puede creer que todo eso le esté ocurriendo a ella. No tenía que pasarle. Con la mano junto al cuello, sobre su clavícula y sintiendo cómo su corazón quiere desgarrarle la piel de tanto palpitar, se levanta a duras penas del suelo, vuelve a acercarse a la cama, y los vuelve a observar. Son ellos, sí. Los mira con melancolía en su mirada y un translúcido brillo en sus ojos. Una lágrima salta de su ojo derecho, seguida de otra. Y mientras llora, abraza a sus padres.

—No, no... - murmura desconsolada –No me hagáis esto... Os... necesito...

Ella solloza sin límite, acunando a sus padres entre sus brazos, dedicándoles besos que nunca les ha dado. Llorándoles como nunca ha llorado a nadie.

-Enternecedor – susurra una voz a sus espaldas.

Dalia, reconociendo esa voz como solía hacer, se vuelve a sus espaldas.

Helena descansa su espalda en el marco de la puerta. Dos alas negras sobresalen de su espalda, una mira hacia Dalia y otra hacia el pasillo. Dalia la mira sin saber qué decir exactamente, solo sabe que tiene ganas de irse de allí, pero ante todo de alejarse de Helena.

—Por favor, Helena, márchate... —susurra Dalia apretando los ojos, con las lágrimas escapando de ellos.

Helena se acerca a ella lentamente. Camina a su alrededor y en ocasiones sus alas rozan el cabello de Dalia y la espalda, produciéndole cosquillas.

—¿Qué creías cuando hicimos el juramento? —Helena acerca su boca al oído de Dalia.

Dalia se estremece al sentirla tan cerca y su cuerpo se tensa.

—¡Responde! —le grita ella a la vez que posa sus dedos sobre la espalda de Dalia y termina clavándole las uñas entre los omóplatos. Dalia grita de dolor— ¿Ya tenías planeado alejarte de mí en aquel entonces? —a Dalia le parece que Helena suaviza un poco su voz cuando aparta su boca y sus dedos de su espalda.

—N-no —tartamudea—. Yo no te he traicionado, Helena. Sabes que yo nunca lo haría...

Pero Dalia no sigue hablando porque Helena vuelve a clavarle las uñas en la espalda y esta vez puede sentir como se le desgarra la piel.

—Por favor... Para.

—Me lo estaba pasando muy bien. ¿No quieres seguir jugando, como en esos momentos tan agradables que pasamos juntas? —pregunta Helena con cierta sorna, situándose frente a Dalia.

Dalia voltea su mirada y, cabizbaja, responde:

—Todo eso ya es historia.

—¿Cómo? No te he escuchado bien. ¿Puedes alzar la voz?

Dalia grita. Helena intenta hundirse dentro de ella para hacerla sufrir, sin necesidad de contacto.

—Ya nada volverá a ser igual —Dalia mira a Helena, desafiante, mientras se aparta un mechón de pelo que aparece entre ella y Helena.

Helena, sin responder, alza la barbilla. Vuelve a caminar alrededor de Dalia.

—No sé qué es lo que pretendes apareciendo en mi casa —replica Dalia, pero Helena no responde—. Vete.

—¿Quieres que me vaya? —pregunta mientras acaricia la espalda de Dalia.

Ella asiente, paralizada.

—¿No quieres que me quede un poquito más? ¿No me invitas a cenar?

—Es tarde —responde Dalia— y no quiero verte.

—Es cierto que una elección puede cambiarnos. Tú has cambiado.

-Yo no he cambiado. Soy la misma.

—Mírame —Helena obliga a Dalia a mirarla, alzando su barbilla y se da la vuelta, mostrando su espalda con sus alas negras—, ¿no quieres unas así?

-Ya las tuve —protesta Dalia— y eran blancas; igual que las tuyas cuando nos conocimos.

—Siempre me ha gustado el negro —responde girándose.

—Quiero que te vayas. No quiero verte.

—Pero, Dalia —dice Helena ignorando las palabras de la humana —¿dónde te has dejado las alas?

—Ya lo sabes. Sé que jamás debí mentir de esa manera, me merezco este castigo de seguir con esta vida pero... No tengo ganas de que tú irrumpas en ella.

—Es fácil decirlo.

—Vete.

Helena sigue caminando por la habitación.

—Quiero que salgas de aquí —pero Helena sigue ignorándola— ¡YA!

Pero Dalia no es consciente del tornado de llamas que la rodea. Un subidón de adrenalina se introduce en su cuerpo sin previo aviso. Siente que todo le quema sin llegar a arder. Al principio piensa que va a morir, que esto es el final, pero no lo es. Es el principio.

—Da...Dalia ¿qué estás haciendo? Tú no... No deberías hacer eso.

Por un instante, Helena parece aterrada. Se sienta acuclillada en el suelo, rodeada por sus alas. Tiene miedo. A medida que Dalia se acerca a ella, en primera apariencia normal, rodeada de ese tornado de fuego, Helena se cubre el cuerpo con sus alas. Ésta última intenta alejarse de ella, sintiendo como el calor que mana de las llamas está cada vez más cerca. Finalmente, acorralada en la habitación y sin escapatoria alguna, se ve intimidada ante la escalofriante y acusadora mirada de Dalia.

—Ya me iba... —susurra Helena.

Pero Dalia, sin escucharla si quiera, sigue caminando hacia ella con la mirada clavada en Helena.

Plumas negras aterrizan en el suelo junto a Helena, rodeándole y entonces, se mira las alas. Las acaricia suavemente, con dolor, y las nota chamuscadas y calientes. Si Dalia no se hubiera acercado tanto...

—¿Te arrepientes de no haberte ido antes? —pregunta Dalia con su habitual tono.

Helena no responde y cada vez está más asustada. Siente que todo da vueltas. Quiere marcharse, abrir las alas y echar a volar; pero ahora no puede. No tiene el espacio suficiente para salir de esa habitación. De todas formas, sus alas se descomponen a una velocidad vertiginosa y le aterra pensar que Dalia es capaz de hacer que sus alas desaparezcan para siempre.

—No eres un ángel, Helena.

Helena solloza en la oscuridad de la habitación, iluminada por las llamas que adornan el contorno de Dalia.

—Sí lo soy... -musita ella con un hilo de voz, desviando la mirada.

—No —Dalia se acerca más a Helena mientras ella grita el nombre de Dalia—, ya no lo eres. Eres un demonio.

—No, Dalia, no...

—Lo siento, Helena.

Sin esperar más, Dalia se deshace de ese tornado de llamas. Al principio tenía la sensación de que ella también se quemaría con él. Pero no. Aquel tornado de llamas ha aparecido para protegerla de Helena y de cualquier Ángel Oscuro. Pero Helena ya no es un Ángel Oscuro; ahora es un demonio.

Dalia, con la máxima concentración dentro de ella, se deshace del tornado, dirigiéndolo hacia Helena.

—¡DALIA!

Pero Dalia ya no responde. Ella observa cómo las llamas consumen a Helena, dejando sus cenizas bajo los pies de Dalia.

Relatos cortosWhere stories live. Discover now