Capítulo 5

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RECUERDO DE INFANCIA

Yo esperaba todos los años, aquella semana de vacaciones de invierno. Era cuando mi mamá se levantaba de su cama y nos llevaba a Laura y a mí, a Belgrano, a la casa de mi abuela, Asuntar ella. El recuerdo más vívido que hoy me viene a mi memoria es una salida repetida año tras año al Atapar ese parque de diversiones que ha sido cerrado, desmantelado y transformado en una plaza pública. Hacía frío, mucho frío, pero no importaba, la emoción era mayor y me daba calor. Nos abrigábamos con pesadas camperas y viene a mí, el recuerdo de mi bufanda de colores intensos, vivos: rojo, verde, azul marino, amarillo, crema y con largos flecos que parecía un arco iris furioso y tal vez lo que más importaba era que había sido tejida por las manos de mi madre. Llegábamos y ya sentía esa emoción por disfrutar de cada juego. Subíamos al elefante volador. Yo tenía diez años y era todo un desafío. No era un elefante común, era el dulce y tierno Dumbo, personaje marginado que sufría por tener las orejas largas hasta el piso, diferente a los demás. Pero esas orejas nos hacían volar, volar alto y más alto, hasta sentir las nubes entre mis manos, y nos permitía observar la ciudad entera desde el cielo. Sentía el vértigo y un dolor en la boca del estómago producido por el vacío y la velocidad. Era como si ese elefante de plástico y mecánico se transformara en un amigo que me hacía feliz. Cerraba los ojos y podía sentir la libertad y el viento frío chocar con mis mejillas rojas y eso me provocaba placer. Las tres reíamos sin parar. Aquella vuelta eterna parecía no terminar, deteniendo el tiempo en un instante. Un instante robado. Así, todos los años esperaba con ansias aquella semana, aquel día que mi madre podía dedicarlo a estar sólo conmigo y mi hermana y nos llevaba a un mundo único y mágico, donde la fantasía se convertía en realidad. ¿Éramos felices?

Sí, éramos felices.

Aquellos días de inocencia

Por la mañana, cuando abrían las contraventanas, la luz cruda del verano inundaba la habitación.

Con mi hermana nos tapábamos de pies a cabeza con las sábanas blancas y almidonadas. Nos quedábamos así, algunos minutos, en silencio y esperando que el olor a té y dulce casero nos despertara definitivamente.

Los días de semana era aroma a pan casero; los sábados, a torta y los domingos, a ensaimada.

Entonces, las dos corríamos por ese infinito pasillo hacia la cocina y devorábamos el desayuno con ganas. Éramos todavía niñas, y en esa casa todavía se respiraba inocencia y alegría. Todavía mamá estaba entre nosotras.

Yo tenía trece años y Lauraocho. Ella me miraba con admiración y yo con mucho cariño. Nos queríamos.

Revoloteábamos por la biblioteca buscando algún libro para actuar y nos quedábamos en el comedor detrás de las cortinas y luego empezábamos a actuar. Leíamos y nos habíamos aprendido casi de memoria ¨La casa de Bernarda Albarde García Lorca. Y nos turnábamos alternativamente para actuar el rol de las cinco hermanas: Adela, Martirio, Amelia, Magdalena y Angustias.

Hasta que un día decidimos elegir una hermana cada una y confrontarlas.

Laura representó a Adela, la hija menor, la más joven, hermosa y rebelde. Yo elegí ser Angustias, la hija mayor, la más fea pero cándida. Ambas enamoradas del mismo hombre: Pepe el Romano.

Adela: ¿Por qué tienes esa cara de contenta?

Angustias: Pepe me propuso ser su esposa. Me dijo: "Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la conformidad."

Adela: No, eso no puede ser...

Angustias: ¿Por qué no puede ser?

Adela: No te das cuenta, que eres ya mayor. Cuarenta años y ¿él cuantos tiene?

La sonoridad de tu vozWhere stories live. Discover now