Hasta aquí llego

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A decir verdad, jamás me termino por agradar la lluvia excesiva, pero debía admitir que escucharla caer constantemente, acompañada de una suave serenata de piano, hacía de la horrible semana dentro de casa fuera mucho más soportable. Verle acariciar suavemente las teclas en el piano, con una delicadeza casi medida al centímetro era un espectáculo sereno y peculiar. Tal vez tenía la obligación de admitir que mirarlo haciendo otra cosa, que no sea estar escribiendo frenéticamente junto a una computadora que podría dañarle los ojos por la mierda de luz artificial que tirar esa cosa, me hacía indudablemente feliz.

Kakyoin no es un hombre sano, por más que él haga los ejercicios al pie de la letra y este mostrando signos de mejoría, que, la suma de esos pequeños esfuerzos que parecían insignificantes, lograría salir adelante. Tal vez no pueda caminar de aquí en un par de años, no soy tonto, y tener esperanza es idiota, pero, aun así, tenía la leve fantasía de que aquellos informes médicos tan negativos fueran una simple mentira. Tenía ese pequeño sueño en verlo salir un día de su habitación sin uso de su bastón, con esa boba y amable sonrisa que siempre me mostraba con amabilidad en la mañana. Aunque eso signifique que ya no me necesitaría más.

Estoy muy consciente de su estado de salud decadente, cada día, para él es una lucha continua contra su propio cuerpo, cada día debe cuidarse de no comer nada que pueda generarle un agujero en medio del estómago, el deber tomar las vitaminas necesarias para que aquellos huesos tan deteriorados de su columna vertebral no se rompieran como si de papel de arroz se tratase. Tocaba el piano, una canción tan triste que hacía que mis pensamientos volaran con esas ideas tan absurdas de sueños falsos y dulces mentira.

Y finalmente, sonó.

El teléfono de línea del departamento a un lado del piano comenzó a sonar con una fuerza estrepitarte. No pude evitar morder mi lengua para no maldecir el haberlo visto atendiendo el teléfono de una manera casi desesperada. Ella lo llamaba cada lunes a esta hora, siempre puntual, siempre con ese tono tan amable y energético, siempre causándole una sonrisa instantánea cada vez que escucha su voz. Tal vez sean por mis celos que no paran de carcomerme día y noche, de no poder ser la razón de aquella sonrisa tan hermosa aparecía en su tonto rostro. Soy un asco de persona por desearle lo peor a una vieja amiga que ya había sufrido demasiado, y que la vida finalmente le estaba dando un respiro, pero no podía evitar pensar que ella fue la responsable de su situación actual.

No me refiero a aquella enorme cicatriz que tiene en su abdomen, no me refiero a sus débiles órganos que poco y nada resisten ya, no me refiero a su columna casi rota y sus piernas dormidas. No. Estoy muy concite de que Noriaki, mi adorado Noriaki, hubiera muerto esa noche del 88 a manos de un ser que estaba muy por encima de él. La culpo por ser la causa de sus noches en vela, por ser la razón de su éxito literario, por haber roto un corazón tan dulce y amable como el suyo, por obligarlo a recoger los fragmentos desparecidos de una esperanza rota y punzante.

Él es un enorme idiota con tan solo reconfortarse por el sonido de su voz, por creer haberla soltado cuando estaba muy claro que seguía atado a los encantos de una mujer que fácilmente pudo haber estado jugando con él todo el tiempo. Y yo, soy aún peor que una basura. estar tan celoso de una mujer que esta felizmente casada y con tres pequeños perversos polimorfos. Simplemente debería sentir más vergüenza de mí mismo, solo cumpliendo el rol de amo de casa, cuidador y amigo que ese idiota pelirrojo tiene en estos momentos. Solo debería quedarme detrás de la cocina mientras espero a que sea la hora adecuada para irlo a bañar, como esta en el cronograma, no debería hacer nada estúpido, solo seguir lavando los platos.

"No hagas nada estúpido" Me digo a mí mismo mientras dejo las cosas limpias en sus lugares y cierro con fuerza los anaqueles. No hagas nada estúpido. Vuelvo a repetirme una y otra y otra vez mientras mis pies descalzos se acercan a paso cauteloso al lado de quien se supone debo de cuidar. No hagas. . .bha, lo hare de todas formas. Tras quitarle el teléfono de manera sorprendentemente rápida y nada cuidadosa, me fui caminando un poco más allá hasta donde me permitía la línea, abrí la boca para hablar, ignorando por completo la protesta que el pelirrojo me estaba dando. - No quiero que vuelvas a hablarle. - La boca de Kakyoin se cerró de golpe mientras trataba de razonar lo que mis labios acababan de pronunciar. - No lo llames, no lo busques, no le hables. Ya está suficientemente mal como para que una puta barata cualquiera lo esté molestando tanto tiempo, si llegas a objetar algo, te matare. A ti y a esos engendros que llamas por hijos, así que haznos un favor a todos ¡Y VETE A LA MIERDA! - Y tras colgar con un fuerte golpe, una sustancia dulce y pegajosa recubrió todo el teléfono, dejándolo prácticamente inservible. Estaba metido tanto en mi enfado y frustración, que solo pude reaccionar bien cuando sentí como mi rosto era dado vuelta por una cachetada.

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