Capítulo 1

1.6K 207 59
                                    


Esteban

Actualidad

Odiaba el invierno.

Viendo la lluvia fuera de mi auto, solo existía un sentimiento desagradable habitando en mi pecho. Las gotas golpeaban el vidrio con fuerza y, por como las nubes lucían, dudaba que fuese a parar en un tiempo cercano.

Hubo una época donde no me hubiese importado el frío y los aguaceros que el invierno traía. Hasta llegué a apreciarlos, a encontrarle el gusto. Sin embargo, ese chico había crecido, dejando atrás todas aquellas aficiones.

Y existía una razón en particular por la cual odiaba los inviernos. Porque Hebe solía amarlos y eso solo era un recordatorio de todas las decisiones que tomé años atrás.

Suspirando, tomé del asiento del pasajero mi paraguas y salí a la lluvia. Sin importar el aguacero fuera de mi auto, estaba ahí por algo que no podía posponer. Había dormido dos horas, sin comer nada en el trayecto, pero ni siquiera me importaba.

La única razón por la cual tomé un vuelo rápido de vuelta a casa se encontraba tras las grandes murallas de piedra del cementerio del pueblo. Aún con la lluvia, las puertas de metal estaban abiertas de par en par y, con paso apresurado me acerqué. En mi otra mano llevaba un ramo de flores que comenzaba a empaparse con cada pisada que daba.

El guardia me dio un asentimiento de saludo y yo le correspondí a duras penas. No podía enfocarme en otra cosa más que encontrar la lápida. Seguí las instrucciones que mi padre me había dado, caminando entre caminos estrechos y tumbas antiguas. Diez minutos me costó llegar y cuando mis pasos se detuvieron, mi pecho se apretó con el dolor.

Tierra nueva estaba sobre la tumba recién ocupada. Diversos arreglos florales se amontonaban alrededor y miré la placa. No la que tenía el nombre de mi abuelo. No. La que tenía el nombre de mi abuela.

Su rostro estaba en miniatura al lado de su nombre y todas las demás palabras bajo de este. Sin embargo, lo único que me interesó fue la foto. Su cabello recogido en un moño apretado, como siempre le había gustado, su sonrisa y como las arrugas aparecían para acompañarle. Nunca le importó. Dijo que eran las marcas de lo que había vivido. Tanto alegrías como tristezas, y las apreciaba, cada arruga y línea marcada en su piel.

No había pasado tanto desde la última vez que me había dicho eso —durante una videollamada, viendo como mis líneas de expresión eran más prominentes—, pero, en ese momento, viendo su lápida, se sentía como toda una vida atrás.

El dolor que rasgó mi pecho hizo que las lágrimas, que sentía cercanas, cayeran por mis mejillas. Era un dolor tan potente que sentía ahogarme. No podía respirar con normalidad. Mis pulmones se sentían apresados por el sentimiento penumbroso y fue como si todo mi cuerpo se encogiera. Mis piernas se sintieron débiles y cada centímetro de mí tembló, ante la potencia de mi corazón sangrante, que galopaba con fuerza contra mi caja toráxica.

Y entre todo el dolor reinante en mi interior, también existía odio. Odio contra mi persona por no haber vuelto antes.

Porque no había pisado el país desde hace ocho años, cuando tomé una decisión que hasta el día de hoy me hacía preguntar si había sido la correcta.

Papá, Mia y la abuela terminaron viajando a Dinamarca cada vez que querían verme, no al contrario, y todos los miedos que había tenido de volver al país, dejar a Verónica sola, y enfrentarme a todo lo que había dejado acá, se sentían como excusas tan estúpidas ahora que veía la tumba de mi abuela.

No la había visto en dos años. Su salud había empeorado los últimos tres años, desde que había contraído una neumonía severa tres inviernos atrás, y ella me había pedido que la visitara, ya que no podía viajar.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang