Capítulo 20

644 107 11
                                    

Hebe

—¿Está quedando bien? —preguntó Cristal y subí mi mirada de la pila de informes que estaba revisando, para ver como Esteban se inclinaba al lado de mi hija, viendo la pintura en la cual estaba trabajando.

—Está quedando muy bien. Tienes talento para pintar. —Apuntó con su mano al dibujo que Cristal estaba pintando—. Puedes agregar un poco más de blanco para que no se vea tan opaco.

—Bueno, Señol Eban.

Como había sucedido muchas veces antes, Esteban se estaba quedando el fin de semana con nosotras.

Al principio había intentado que todo fuese lo menos obvio para Cristal. Las veces que Esteban se quedaba a dormir era cuando mi hija se quedaba con mi tía y, si eso no sucedía, Esteban se iba al caer la noche.

Por mucho que me hubiese gustado que él pudiese quedarse cuando Cristal también estaba en casa, sabía que era un gran cambio para mi hija. Y también estaba el hecho que no le había explicado qué sucedía entre nosotros.

Para ella Esteban no era alguien diferente a la figura que tenía Alejandro o Cristóbal en su vida.

O al menos eso pensaba cuando, un día, la senté en la sala de estar para hablar acerca de mi relación con Esteban.

Tal fue mi sorpresa al escucharle decir que Esteban era lo que Eric era para mi tía, que no pude evitar reírme.

A veces se me olvidaba que Cristal crecía ante mis ojos y ya no era aquella pequeña bebé que fue depositada en mis brazos al nacer.

Siempre había sido inteligente y perceptiva, como Colomba lo había sido, pero últimamente, con el tiempo pasando, se volvía más brillante de lo que muchas veces podía comprender.

Así que, un par de días luego de esa conversación, le pregunté si le parecía bien si Esteban se quedaba a dormir en nuestra casa. Su sonrisa y su asentimiento animado fue todo lo que necesité. Desde ese punto, Esteban pasaba todo el tiempo que podía con nosotras, siendo parte de una rutina que habíamos creado entre los tres.

Esa noche era una de ellas. Viéndome tan sobrepasada con mi trabajo, él en silencio se había encargado de entretener a Cristal todo el día, para que yo pudiese terminar mi pila de trabajo sin sentirme culpable de desatender a mi hija.

Con dos pequeños lienzos, pinturas y pínceles, Cristal se había sumergido en la enseñanza que Esteban le daba acerca del dibujo y la pintura, y, cuando sentía mi cuello tenso por la inclinación que tenía, tomaba un descanso para verlos trabajar en armonía.

Ver a Esteban pintar nuevamente frente a mis ojos, luego de tantos años y acontecimientos, se sentía irreal. Y diferente.

Ambos habíamos cambiado. No éramos los mismos adolescentes que fuimos en un pasado, con aquellas expectativas acerca de la vida y los sueños que construíamos día a día, pensando que serían duraderos como el cemento cuando, en realidad, eran tan frágiles como el cristal.

Y eso estaba bien.

Esa ya no era mi realidad, por lo cual, no necesitaba el Esteban que conocía en mi adolescencia.

Necesitaba del Esteban que se encontraba en mi sala de estar, junto a mi hija. Y era lo suficientemente suertuda para tenerlo en mi vida.

Había veces que despertaba a media noche, solo para sentir su calor a mi lado en la cama. Su brazo sobre mi cintura y su perfume suave era lo único que necesitaba para sentirme segura y volver a dormirme.

Esas últimas semanas habían sido duras. Entre el trabajo, el juicio, el sentimiento de que no había una salida para mí sin arrancar un pedazo de mi corazón en el camino.

Sentirse Predestinados (#3 Sentirse Viva)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora