Punto muerto

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Abro mis ojos lentamente, siento como si mi cuerpo estuviese sumamente liviano.
La brisa hacía danzar las cortinas del ventanal de la habitación, traslucidas me mostraban un día soleado. Se iluminaba nuestra habitación blanca con todos nuestros muebles negros.

Sonrío y me volteo para ver hacia el otro lado. Y estoy feliz, sumamente feliz porque a mi lado está el amor de mi vida. Sólo lo veo a él y por unos segundos no pienso en nada más.

Oliver Sykes, el bellísimo hombre lleno de tatuajes duerme a mi lado.
Tiene su cabello corto y grisáceo, su piel está pálida y lleva un poco de barba crecida de tres días. Está usando un pijama gris oscuro, un conjunto de remera y pantalón de algodón.

Y me preparo para el momento en que despierte.

Suelta un suspiro y entreabre sus ojos. Verdes brillantes, e inmediatamente se voltea dándome la espalda y ese es el momento donde rompe mi corazón ya que Oliver y yo no estamos bien, ya no hablamos, ya no me mira a los ojos de cerca mostrándose enamorado, parece que intenta ignorarme totalmente.

Suena la alarma, Oliver la apaga y se levanta.

La alarma suena siempre a las 8 de la mañana ya que Oliver debe ir a trabajar, siempre se levanta minutos antes, y yo me quedo en casa desde que estamos casados.

Lo veo acercarse al closet, lo abre y se dispone a buscar ropa para cambiarse.
Yo me siento en la cama, arrugo más las sábanas blancas y me quedo mirándolo.

Sinceramente no sé bien cuando pasó esto, antes estabamos bien, yo lo ayudaba con su trabajo desde casa e incluso le llevaba el almuerzo y él pasaba a recogerme cuando iba a hacer las compras. Solíamos salir todas las semanas al cine y nos la pasabamos dándonos besos, como si no hubiese nada mejor en el mundo que estar uno con el otro.

Pero Oliver se apartó, se volvió uraño y yo no entendía el porqué. Por un momento pensé que me era infiel, y quizás fui tóxico porque revisé todos los mensajes que le llegaban a su e-mail, vi los mensajes que le llegaban a su teléfono y descubrí que Oliver no sólo se estaba alejando de mí, él se estaba alejando de todo el mundo.

Me destrozaba, mi esposo estaba cambiando  y yo no sabía porqué.

Él estaba de espaldas a mí, sacaba ropa y la ponía sobre la cómoda que tenía al lado.

—Oliver... —me atrevo a llamarlo en voz baja aunque él parece no escucharme a pesar de que estamos en una habitación en la que mis palabras hacen eco por el imperante silencio— Oliver, buena suerte hoy. —dije con voz suave pero él nisiquiera voltea a verme.

Agarra su ropa y se va directo al baño. Y yo vuelvo a acostarme y volteó para taparme con las sábanas. Y ahora como todas las mañanas me invade el sentimiento de culpa de desconocer qué fue lo que salió mal.

amantes de días nubladosWhere stories live. Discover now