6. Don Diego busca...

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Don Diego saboreó su vino y miró a lo lejos. Don Carlos lo observaba, perplejo, adivinando que algo serio se avecinaba, pero sin tener idea de lo que pudiera ser.

Al cabo de un rato dijo Don Diego:

—No he venido bajo este sol infernal y este polvo para hablar del Zorro, ni de cualquier otro bandido.

—Cualquiera que sea el motivo, siempre me sentiré muy honrado por la visita de un miembro de su familia, caballero—dijo Don Carlos.

—Ayer en la mañana tuvimos una larga plática mi padre y yo—continuó Don Diego—. Me dijo que pronto tendré veinticinco años, y que no cree que esté yo cumpliendo con mis obligaciones y responsabilidades como debe ser.

—Pero indudablemente que...

—Si, estoy seguro que lo sabe. Mi padre es muy astuto.

—Y nadie lo discute, Don Diego.

—Insiste en que debo despertar a la realidad y hacer lo que se espera de mí. Parece que he estado soñando. Un hombre con mi fortuna y posición, usted disculpe que hable de eso, tiene que hacer ciertas cosas.

—Es la maldición del tango, señor.

—Cuando muera mi padre heredaré su fortuna, por supuesto, ya que soy hijo único. Esa parte está bien. Pero, ¿qué sucederá cuando yo muera? Eso es lo que quiere saber mi padre.

—Comprendo.

—Un joven de mi edad, me dijo, debe tener una esposa, un ama de llaves para su casa, y debe... este... tener hijos que hereden y conserven un nombre ilustre.

—Todo eso es verdad—dijo Don Carlos.

—De manera que he decidido casarme.

—¡Ah! Es lo que deberían hacer todos los hombres, Don Diego. Como recuerdo cuando cortejé a Catalina. Estábamos locos por estrecharnos en los brazos el uno del otro, pero su padre se opuso duramente algún tiempo. Yo solo tenía diecisiete años; tal vez hizo bien. Pero usted ya tiene casi veinticinco. Ya es tiempo de que se case.

—Y por eso he venido a verlo—dijo Don Diego.

—¿A verme a mi?—dijo Don Carlos sorprendido, un poco temeroso y con grandes esperanzas al mismo tiempo.

—Me imagino que será muy aburrido. El amor, el matrimonio y todo eso, son bastante molestos. ¡Eso de que un hombre sensato ande tras una mujer, tocando la guitarra y haciéndola de bobo cuando todo el mundo sabe cuáles son sus intensiones! ¡Y luego la ceremonia! Tratándose de un hombre rico y de alta posición, me imagino que tendrá que ser muy complicada, y tendré que festejar también a los peones, y todo eso simplemente porque un hombre se casa para tener una ama de llaves en su casa.

—Casi todos los jóvenes—dijo Don Carlos—se sienten orgullosos de conquistar a la mujer amada y de tener una vida muy rumbosa.

—No lo dudo, pero no deja de ser una calamidad. Sin embargo, lo haré, ya que así lo desea mi padre. Usted, y disculpe por mencionarlo, está pasando por una época muy mala. Desde luego que esto se debe a la política, pero usted pertenece a una familia noble, señor, la mejor de estas tierras.

—Le agradezco mucho sus palabras—dijo Don Carlos levantándose un instante para ponerse una mano sobre el corazón y hacer una ligera reverencia—. Todo el mundo lo sabe, señor. Y desde luego que cuando un De la Vega busca compañera, debe buscar una mujer de muy buena familia.

—¡Desde luego!—reclamó Don Diego—. Tiene usted una sola hija, la señorita Lolita.

—¡Ah, si! Efectivamente. Lolita ya tiene dieciocho años, y aunque me esté mal decirlo, es una criatura muy linda y talentosa.

La Marca del Zorro. Where stories live. Discover now