CAPÍTULO 1. ELSA

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Es un pensamiento muy común el 'odio madrugar' cada lunes, pero eso no lo convierte en menos importante o igual de necesario expresar para sentirse bien con tu 'yo' quejica y lastimero, que te recuerda mentalmente que esta noche deberías irte a dormir con el horario infantil y así al día siguiente no habría queja alguna.

Aunque nunca se me dio bien seguir las normas. Me quedé leyendo hasta altas horas y cuando quise darme cuenta eran las dos de la mañana y me quedaban solo cuatro horas de sueño.

Era el primer día del resto de mi vida, o eso pretendía; empecé como profesora de latín en un instituto donde la mitad de sus alumnos sentían indiferencia por esta materia y tenía el cometido de hacerlos caer en mis redes. Según me dijeron en la entrevista que tuve, otros profesores habían desistido en su empeño, y el reducido grupo de jóvenes inexpertos hacían las clases un auténtico infierno. La verdad es que no pude contenerme y me reí delante del jefe de estudios y la directora y mi boca habló antes de que mi cerebro lograse pararla, aludiendo al primer capítulo de 'Los Serrano' donde más que una clase de colegio público parecía un reformatorio. A día de hoy, no sé cómo logré conseguir el puesto, supongo que la desesperación por encontrar una profesora a aquellas alturas del curso era más apremiante que conseguir controlar mi humor ácido y mi sarcasmo hiriente.

Así que aquí estábamos, con un par de cafés, nervios a flor de piel y mis vaqueros de la suerte en el primer autobús de la mañana con las legañas compartidas y las miradas perdidas. Una de las cosas que más me gustaba de este mundo era observar a las personas, en mi cabeza imaginaba sus vidas, me enfrascaba en diálogos inútiles que quizás estuvieran teniendo ese señor de traje con aquella joven estudiante. En mi cabeza tenía sentido que todos fuéramos al mismo destino y que, aunque no nos conociésemos, entre nosotros dejábamos huella en nuestros recuerdos. Estúpido, ¿verdad? Nadie dijo que yo tuviese sentido.

Era noviembre y cuando bajé del bus me recibió un golpe de aire frío y un escalofrío me recorrió de puntas a dedos; podría culpar al contraste de temperaturas, pero en el fondo no sería sincera del todo conmigo misma puesto que tenía miedo. Mi sueño desde pequeña siempre había sido ser profesora y ahora que estaba a punto de cumplirlo tenía la sensación de que en cualquier momento mis piernas responderían por mí y correrían en la dirección contraria. No temía no hacerme con el 'timón' y lograr impartir mi pasión desde que era joven, tenía miedo de desencantarme con ello. No valía de nada quedarme estática, viendo como la entrada empezaba a llenarse de jóvenes dormidos con bultos a las espaldas.

Me hacía gracia reconocer que, aunque mis compañeros de departamento se habían asegurado de indicarme bien el camino hacia mi nueva aula, había acabado pérdida por los infinitos pasillos llenos de chavales ansiosos de cotilleos por la 'nueva'.

A pesar de mis dudas, la clase me recibió con un caluroso 'hola' y una docena de ojos se posaron en mí expectantes a que yo empezara a hablar. Mentiría si no dijese que en casa habría ensayado el discurso de bienvenida aproximadamente un billón de veces, pero al llegar allí se me había olvidado y tuve que tirar de improvisación. Escribí en el encerado mi nombre y sonreí tanto cómo pude ante mi nueva etapa.

-Buenos días a todos, o quizás debería decir 'yo también odio los lunes' y más teniendo latín a primera hora de la mañana. Mi nombre es Elsa y posiblemente estaré con vosotros el tiempo suficiente para que os guste madrugar-muchos de los rostros que me miraron lo hicieron con sorna y no les culpabilicé-Entiendo que muchos de vosotros estéis en esta clase porque las 'letras son fáciles' pero yo intentaré enseñaros que el latín va más allá de ser una asignatura sencilla. Confieso que mi primer contacto con esta lengua fue escribir garabatos estúpidos en los márgenes de los libros con frases tales cómo 'odio el latín', 'para qué sirve' y 'ojalá ponerme enferma'.

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