Capítulo dieciocho

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18- Esperanza perdida

Aunque algunos creyeran que el trabajo como Ministro de Magia era sencillo, ninguno capacitado les conferiría sus responsabilidades a segundos, y uno tan perfeccionista como Hugo supervisaría todos los aspectos del Ministerio, incluso cuando no er...

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Aunque algunos creyeran que el trabajo como Ministro de Magia era sencillo, ninguno capacitado les conferiría sus responsabilidades a segundos, y uno tan perfeccionista como Hugo supervisaría todos los aspectos del Ministerio, incluso cuando no era necesario. No por nada en los últimos años la Sede de Inglaterra se hizo tan respetada entre los Ministerios del mundo mágico.

Aun así, Hugo no vivía en el Ministerio, solo en casos necesarios se quedaba hasta tarde en su despacho y usualmente luego de que el Wizengamot tuviera otra propuesta a ley; eso sí, solía llevar documentos y papeles que ver a su hogar. Alexandria siempre veló para que el fuera Ministro, pero haciéndole prometer que no descuidaría a la familia y era algo que Hugo cumplía sin replicar.

Por ejemplo, aquel día había ido únicamente durante la mañana para confirmar que los nuevos cubículos y la orden que pidieron los Inefables estuvieran en su lugar, de paso también se había dado un recorrido por el edificio, fijándose si todo marchaba bien. A las dos y cincuenta se había ido para la casa de Augustus Perry y después de esa reunión, se marchó a su mansión.

Alexandria y Lex estaban en la sala principal cuando llegó, ajenos a su presencia. Lex tenía seis años —siete en tres meses—, pero su madre le estaba enseñando a tocar el piano, y había que admitir que el niño lo hacía realmente bien. Alexandria y su hermano Nathan también habían aprendido a tocar instrumentos a esa tierna edad: ella el violín y él, el piano. Tradiciones sangre pura que Hugo aún no comprendía del todo.

—Quizá podríamos considerar la opción de enviarte a una academia para que practiques de manera profesional —comentó Alexandria. Giró la cabeza al oír el sonido de los pasos de Hugo acercarse—. ¿No lo crees, querido?

—Mira como toco, papá —dijo Lex, sin dejar de tocar las letras del piano con sumo cuidado.

La banqueta del piano era lo suficientemente larga para que los tres se sentaran, pero debido a la prominente barriga de embarazada de su esposa, Hugo se quedó parado, sonriéndole a su hijo mientras lo veía tocar. Sin embargo, su mente estaba demasiado lejos de la sala de su mansión, más específico: en la Madriguera, aquella casa que no pisaba en años.

Su lado racional le decía que, como hombre adulto, no tenía por qué hacerle caso a Victoire, pero aquella parte que se sentía un niño —y su sentido común— le animaban a ir a la pijamada, por más que le pareciera ridícula. Asimismo, era algo que le debía a su abuela, por no haber sido un nieto responsable hacía tanto tiempo.

—Lex, tú sigue tocando, ¿está bien? —le dijo Alexandria al niño, quien asintió sin perder la concentración. Ella se paró y guio a su marido al despacho de él—. ¿Quieres hablar sobre la citación?

—Bueno, fueron todos —contó Hugo en un suspiro, sentándose en la silla detrás del escritorio.

Alexandria se acercó a su marido, poniendo sus manos sobre los hombres de él para comenzar con un masaje.

Dark PresentWhere stories live. Discover now