- Es trampa - grito el y estalle en risas. Amo cuando vuelve a adoptar el perfil de niño de trece años.

- Tranquilo, sabes que me habrías ganado. - dije lanzando la espada a un lado y suspirando.

- Si, lo se. - dijo para burlarse.

Pasamos la siguiente hora compitiendo para ver quien podía levantar la mayor cantidad de agua. Ambos sabíamos que yo ganaría, yo lo superaba en muchísimas cosas, pero no me apetecía dejarlo partir sin poder enseñarle unos cuantos trucos de defensa.

Al final tuve que irme, y lo salude con un fuerte abrazo, diciendo estas palabras.

- Cuidate, esto no es una despedida. - bese su frente y me dí media vuelta.

Podía sentir sus ojos clavados en mi espalda, pero continué. En tres días podría llevar a cabo mi plan, y eso le agrego felicidad a mi momento de tristeza.

El plan era simple. 

- Escapar.

- Buscar a los otros puros que tanto había visto en sueños.

- Encontrar a mi madre

-Escapar con ellos de las interminables disputas entre Impuros o humanos.

- Vivir felices.

Y eso es lo que haría.

Tome el venado y las moras y me dirigí a la casa.

Entre y me percate del silencio que la inundaba.

Camine hasta la cocina y deshuese las partes que se podían comer del venado, para luego guardarlas en el refrigerador.

Coloque las moras en la frutera, y me dirigí a las escaleras.

Pero algo me sorprendió al pie de estas.

El cuerpo de Aglot yacía sin vida, flácido, con un tajo en la parte posterior de la cabeza y un charco de sangre a su alrededor.

La sustancia roja viscosa se trasladaba cada vez mas lejos de la cabeza.

Aglot estaba muerto, y había una botella de ron en su mano rota.

Seguro que había muerto ebrio, al tropezar por las escaleras.

Una muerte poco heroica, he de decir.

No me aflijí, no me entristecí.

Tan solo hice que el cuerpo levitara y lo deje afuera de la casa. 

Limpie la sangre, los vidrios y el ron, y seguí mi camino hasta la trampilla por la que se accedía a mi habitación.

Pueden llamarme insensible, pero nunca aprecie a ese hombre. Y ahora que estaba muerto, me saque un peso de encima.

Me arrepentí de no enterrarlo como Dios manda, después de todo, este tipo me había dado un techo.

Volví al jardín y lleve el cuerpo al bosque.

Me conecte con la tierra e hice que se abriera un hueco en ella, donde deje el cuerpo de Aglot. Cerré la grieta y, haciendo uso de unas rocas, las transforme en una lapida.

Con mucha concentración, hice que una llama saliera de mi dedo. Me concentre el el fuego, en la ira, en el odio que sentía contra los Impuros.

Pero no hizo falta demasiado, una potente llama quemo la roca, ennegreciendola para formar las palabras :

                    Aglot 

                ( 1953-2012)

              Descansa en paz.

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